Desde que acepté el reto, mi mundo dejó de ser solo mío.
Cada paso que daba, lo sentía distinto. Como si mi historia empezara a escribirse desde otro lugar. Desde un nosotros.
Me repetía que solo eran siete días. Una semana. Pero por dentro, algo ya se movía como si quisiera quedarse más tiempo.
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Ese lunes, me desperté antes de que sonara la alarma.
Mamá me miró con sospecha desde la cocina.
—¿Y esa energía?
—Cosas de la escuela —dije, restándole importancia. Pero el corazón me latía como si quisiera escaparse del pecho.
David ya estaba esperándome en la esquina. Con su mochila colgada del hombro, su cabello ligeramente desordenado y esa sonrisa que parecía hecha solo para tranquilizarme.
—¿Lista para el día uno? —preguntó, entregándome una pequeña flor envuelta en papel de servilleta.
—¿Esto también es parte del reto?
—Todo cuenta.
Reí. No lo podía evitar.
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En la escuela, Dany me esperaba como siempre, sentada en la jardinera de la entrada, comiéndose una bolsa de papas como si fuera desayuno gourmet.
Pero esta vez, al vernos llegar tomados de la mano, se quedó congelada.
—¿Qué es esto? ¿Qué me perdí?
—Es tu amiga, obviamente, y yo, hola —dijo David, con ese tono que usaba cuando quería ser divertido.
—¿Te lo comiste? —Me susurró Dany al oído.
—No todavía —respondí—. Pero creo que ya me está seduciendo.
Ella rió y me abrazó.
—Cuídalo. Pero haz que te cuide más a ti.
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Durante la primera clase, me descubría mirándolo de reojo más de lo que debería. Me sorprendía encontrarlo haciendo lo mismo. La profesora nos interrumpió varias veces con que “no estábamos en una telenovela”, pero a ninguno nos importó.
La tensión era nueva. Pero también… reconfortante.
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Después de clases, me esperó en la salida. Esta vez con una propuesta.
—¿Caminamos? Solo tú y yo. Sin ruido.
Asentí.
No fuimos a un lugar especial. Ni a un café, ni a ver una película, solo caminamos por calles que conocíamos de memoria. Por avenidas que pasábamos diario. Pero que, por primera vez, se sentían diferentes.
—¿Sabes lo que más me gusta de ti? —me preguntó mientras jugábamos con las sombras en la banqueta.
—¿Mi habilidad para dormir en clase?
—Eso también. Pero no. Es que… me escuchas incluso cuando no hablo.
Me detuve.
—¿Tú también?
—¿También qué?
—Tú me ves cuando no soy nadie. Cuando solo estoy… existiendo. Nunca me había sentido tan observada sin sentirme juzgada.
David se acercó un poco más. El viento jugó con mi cabello.
—Ese es el secreto, Nati. Lo que nadie entiende. Que a veces el amor empieza no cuando alguien te admira… sino cuando alguien te acompaña en tu silencio.
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Caminamos hasta una cancha vacía. Nos sentamos sobre el concreto. Él sacó de su mochila dos botellas de agua y una pequeña bolsita con panecillos.
—No tenía dinero para flores caras ni cenas elegantes.
—Menos mal. Me hubiera dado alergia y dolor de panza.
Nos reímos.
Y entonces me miró. Esa mirada que ya conocía, esa que decía: “Estoy aquí. Estoy quedándome.”
—Gracias —susurré.
—¿Por qué?
—Por no hacerme sentir como un experimento. Por no correr. Por quedarte.
Él bajó la mirada, tímido. Como si no supiera qué hacer con tanto sentimiento suelto.
—Es que tú fuiste la primera persona que me hizo sentir que estar no es una obligación… sino un regalo.
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Esa tarde no nos besamos, no hicimos ninguna promesa de cuento. Solo caminamos de vuelta en silencio. Pero, por dentro, yo sabía que algo muy serio había comenzado a crecer entre nosotros y esta vez… no pensaba dormir y perdérmelo.
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—¿Y bien? —dijo Dany, ni bien me senté frente a ella en el descanso—. ¿Me vas a contar o tengo que sacártelo con tortura psicológica?
—¿Contarte qué?
—Ay, por favor, Natalia. Te conozco mejor que a mi reflejo. Estás sonriendo con los ojos.
Me sonrojé. Ni siquiera había dicho una palabra todavía.
—¿Es tan obvio?
—Sí. Y eso me asusta un poco. ¿Qué pasó?
Suspiré. Tomé aire y lo solté todo.
—Estuvimos en la cafetería. Solos. Compartimos pastel. Me preguntó si sabía quién era y qué quería hacer con mi vida. Hablamos de miedos, de sueños, de lo que da miedo decir. Y al final… me dijo que le gusto.
Dany no dijo nada por unos segundos y luego sonrió. Pero no esa sonrisa burlona que siempre usa, era otra.
—¿Y tú? ¿Qué sentiste?
—Me sentí… segura. Y eso es raro en mí, tú sabes cómo soy, me cuesta confiar. Pero con él… fue como si llevara años hablándole.
—Eso no te pasa con cualquiera.
Negué con la cabeza.
—Nunca me había pasado.
Dany jugaba con su popote, evitando mirarme directamente. Sabía que estaba analizando todo. Ella era así. Siempre pensaba más de lo que decía.
—¿Y estás lista para algo así? —preguntó al fin—. No por él. Sino por ti. Por tu corazón.
—No lo sé. Pero por primera vez en mucho tiempo… quiero intentarlo.
Ella asintió. Se acomodó un mechón detrás de la oreja y se quedó en silencio un instante.
—Solo prométeme algo, ¿sí?
—Lo que sea.
—Que si él llega a hacerte daño… me dejes enterrarlo en el bosque.
Solté la risa de golpe.
Y ella también.