La tercera tarde del reto no fue un paseo ni un lugar escondido. Fue algo más simple, más íntimo.
Nos sentamos en la banca del parque frente a mi casa. El cielo se había cubierto de nubes grises, pero no llovía. Había viento. Ese tipo de viento que despeina, pero que también parece barrer los pensamientos viejos.
David tenía un chocolate en la mano y lo partía en pedacitos, como si necesitara algo entre los dedos para no perderse en el aire.
—¿Te puedo preguntar algo? —dijo sin mirarme.
—Claro.
—¿Por qué no funcionaron tus relaciones pasadas?
No lo dijo con juicio. Ni con prisa. Era más bien una pregunta hecha con los pies descalzos, como si tuviera miedo de pisar mal y romper algo sin querer.
Me quedé unos segundos en silencio y luego, simplemente, hablé.
Porque siempre era yo la que quería más. La que esperaba demasiado. La que se entregaba primero.
Hice una pausa. Él no dijo nada, solo me escuchaba y eso fue suficiente para seguir.
—Muchas veces me pregunté si tenía algo roto. Algo que hacía que la gente se cansara de mí cuando ya no era novedad. Así que empecé a evitar sentir demasiado, a no ilusionarme, a no mirar a nadie más de la cuenta.
Me escuchó sin interrumpirme.
Y entonces agregó, en voz baja:
—Yo nunca te haría daño.
Le creí, pero eso no quitaba el miedo.
—¿Estás bien? —preguntó David, notando el cambio.
Dudé y por un segundo pensé en cambiar de tema, pero algo en la manera en la que él me miraba me dio valor.
—David… ¿alguna vez has sentido que estás hecho para algo grande… pero no sabes exactamente qué es?
Él asintió despacio, sin interrumpir.
—Creo que por eso no funcionó con nadie antes —dije finalmente, mirando hacia el camino—Porque siempre buscaba que alguien me completara. Que me hiciera sentir suficiente. Pero… nadie puede hacer eso por ti, ¿sabes? Y yo no lo sabía entonces.
—¿Y ahora sí? —preguntó él con voz suave.
Asentí, con una sonrisa triste.
—Ahora sé que estaba buscando algo que no se encuentra en otra persona. Que mis relaciones fallaron porque yo no me conocía. Porque confundía el amor con la necesidad de no estar sola. Porque acepté menos de lo que merecía… solo por no perder algo que en realidad nunca tuve del todo.
David me observó en silencio, como si cada palabra que decía se quedara flotando entre nosotros.
—No sé si eso te aleje —añadí, bajando la mirada—. Pero no quería que pensaras que soy… complicada.
David estiró la mano, no para tomar la mía, solo para dejarla cerca, como una invitación sin presión.
—No me aleja —dijo—. Me hace querer quedarme más. Porque eso que dices… no suena complicado. Suena humano.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Por qué tú pareces tan seguro de lo que sientes?
Sonrió con cierta melancolía.
—Porque tú me haces sentirlo. No es una certeza que traía… tú la provocaste. No sé qué va a pasar entre nosotros, Natalia, no puedo prometerte que nada dolerá, pero sí puedo prometerte que no voy a jugar contigo.
Mi corazón dio un pequeño salto. Pero aún quedaba algo que necesitaba saber.
—¿Puedo preguntarte algo yo?
Asintió.
—¿Qué pasa con tu familia? Nunca los mencionas. Nunca hablas de tu casa, de tus papás, de… todo lo que no es esto.
Por un momento, su rostro cambió. No mucho. Pero lo suficiente.
Sus hombros bajaron. Su mirada se fue al suelo.
—Es complicado.
—¿Me lo puedes contar?
—Algún día —respondió, con una sonrisa suave—. Te lo prometo, Nati. Ya habrá tiempo para que lo conozcas todo de mí.
Y lo dijo como si… el tiempo fuera una promesa que podía romperse.
—
Nos quedamos en silencio, viendo a los niños jugar en la cancha del parque. Una mamá gritaba que ya era hora de irse. Un perrito ladraba al borde del césped. La vida seguía, con sus pequeños detalles sin importancia, mientras nosotros sosteníamos lo que no se decía.
David por fin tomo mi mano entrelazó sus dedos con los míos. No me apretó fuerte, solo lo suficiente para que supiera que estaba ahí.
—Gracias —dije.
—¿Por qué?
—Por no hacerme sentir débil por decir lo que siento.
Él me miró.
—Eso no es debilidad, Natalia, eso es coraje y tú lo tienes a raudales.
Esa noche, al volver a casa, escribí en la libreta que ahora solíamos compartir:
"No sé si esto va a doler al final.
Pero por primera vez, no me importa.
Por primera vez… quiero seguir."
No dormí. O mejor dicho, mi cuerpo durmió, pero mi mente… se quedó dando vueltas en esa conversación.
Me preguntaba si él pensaba en mí como yo en él. Si recordaba cada mirada, cada silencio, cada paso compartido. Si al menos, por un segundo, sentía lo mismo.
¿Y yo? ¿Qué estaba haciendo? ¿Soñando con alguien que apenas conozco? ¿Volviendo a abrir algo que juré dejar cerrado?
Porque sí, había prometido no volver a sentir esto. No otra vez. No después de… bueno, de todo lo que viví antes. Pero David estaba rompiendo esas murallas, y ni siquiera lo intentaba.
Solo estaba ahí. Y eso bastaba.