—Estás sangrando mucho, voy a llevarte al hospital —dijo David, su voz sonaba más tensa de lo normal mientras limpiaba la herida con agua oxigenada.
—No hace falta… solo aprieta el pañuelo y parará. Estoy bien —mentí.
No quería que pensara que era débil. Que era una llorona. Pero Dios… sí que dolía.
David no me miraba a los ojos. Solo concentrado en mis rodillas, en los rastros de sangre. En detener lo que ya estaba hecho.
—No volverá a tocarte. Te lo prometo.
Esa frase me recorrió el cuerpo como un hechizo. Quise preguntarle qué significaba, si sabía quién era ella, pero no tuve tiempo.
La puerta de la enfermería se abrió de golpe.
—¡¿Santo cielo?! —exclamó la enfermera al ver entrar a Dani, con la nariz sangrando y la camiseta manchada.
—Me peleé con una niña por hacerle daño a mi mejor amiga —soltó Dani, como quien anuncia que se ha ganado una medalla—. Estoy bien. Natalia, ¿estás bien? Esa tonta no sabía con quién se metía.
—Sí, estoy bien. Aunque… no fue solo lo físico. Desde que me miró supe que algo estaba mal —le dije, aún sorprendida.
David se levantó bruscamente y fue hacia la puerta.
—No te muevas de aquí. Regreso en unos minutos —dijo, y desapareció.
¿Por qué no me miraba? ¿La conocía? ¿Tenían historia? Las palabras de esa chica volvieron a mí como un cuchillo:
"No sé cómo se fijó en ti."
¿Era su ex? ¿O peor… su actual novia?
Todo se volvió confuso. La herida dolía menos que la duda.
—
Me dejaron descansar el resto del día. La escuela quedó en pausa. A las doce, cuando la enfermería estaba en silencio, escuché la puerta abrirse. Al mirar, vi a David entrar… con un peluche en las manos.
Un dinosaurio verde.
—Hola —dijo con su sonrisa favorita—. Me encontré a este pequeño en una tienda. Me dijo que quería ser adoptado por una chica especial. Se llama Teo.
—Hola, Teo. Acepto ser tu mamá —reí, abrazando al dinosaurio como si fuera lo más valioso del mundo.
David se sentó a mi lado. Me tomó la mano, con cuidado.
—Me preocupé por ti. Estaba camino a la biblioteca, pensaba tomarte una foto para ponerla de fondo en mi celular… y te vi caer. Corrí. Perdóname por no estar más cerca.
—David, no fue tu culpa. Pero dime… ¿la conoces? La forma en que me habló… sonó personal.
Él bajó la mirada.
—Te contaré esa historia algún día. Pero solo diré esto: no tienes que preocuparte. Mi corazón ya tiene dueña. Y eres tú.
Me miró a los ojos como siempre lo hacía: directo, sin titubear. Como si quisiera dejarlo todo claro, sin dejar espacio para mis miedos.
—Está bien. Me lo cuentas cuando estés listo —le respondí, sonriendo.
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No pensé que volvería a verla.
La verdad, creí que después de aquel día en la cancha, cuando Dany salió sangrando de la pelea y David me llevó a la enfermería, ya no tendría que cruzármela.
Pero me equivoqué.
Era una mañana cualquiera, en la fila de la cafetería. Yo estaba sola porque Dany se había quedado ayudando a una compañera, y David tenía que entregar un trabajo. Era uno de esos pocos momentos en los que no tenía a ninguno de los dos cerca.
La noté desde el reflejo de la vitrina.
Ella, con ese cabello lacio y perfecto. Esa forma de mirar como si pudiera ver a través de ti. Como si ya te hubiera catalogado y sellado.
No dijo nada, solo se paró justo detrás de mí.
Y susurró:
—¿Sigues fingiendo que esto es real?
No me giré. No al principio.
—¿A qué te refieres? —pregunté con calma, aunque el corazón me retumbaba.
—A ti. A David. A todo esto. No sé qué le hiciste, pero se va a cansar. Siempre se cansan.
Me giré despacio.
—¿Sabes qué es lo que cansa de verdad? El odio disfrazado de preocupación. La obsesión envuelta en victimismo.
Ella parpadeó. No esperaba eso.
—Te conozco —continué—. No por lo que hiciste en la cancha. Sino por lo que llevas en los ojos. Estás rota. Y crees que si rompes a otros, vas a sentirte menos sola. Pero eso no funciona. Solo te deja más vacía.
La chica me miró unos segundos más. Luego sonrió.
—No sabes en la que te metes, Natalia. Lástima que tu lugar siga siendo tan pequeño.
Se fue. Sin empujarme esta vez. Pero con ese veneno suave que sabe cómo quedarse flotando en el aire.
—
Salí de la fila sin hambre. Me senté en una banca y apoyé la cabeza en las rodillas.
No lloré. No era tristeza.
Era esa mezcla extraña de decepción, rabia… y miedo.
Porque en el fondo, una parte de mí aún se preguntaba si tenía razón.
—
David me encontró ahí, diez minutos después.
—Dany me dijo que no te vio en la cafetería. ¿Todo bien?
—Sí.
Mentí.
Él se sentó a mi lado, notando que algo no estaba bien.
—¿Fue ella?
Asentí.
David suspiró y pasó una mano por su cabello.
—Se llama Valeria. Es la exnovia de mi hermana, María.
Me quedé quieta.
—¿Tu hermana…?
—Sí. Valeria fue su primer gran amor. Todo era perfecto, al menos para mi hermana.
Pero con el tiempo… algo empezó a sentirse raro. Como si Valeria ya no quisiera estar con ella, pero no supiera cómo soltarla.
—¿Qué pasó?
—Empezó a buscarme. A pasar tiempo conmigo. A invitarme a salir “como cuñados”, pero sin mi hermana. Yo siempre me negué, pero... no supe cómo detenerla.
Todo explotó una noche. En el cumpleaños de una amiga de María. Valeria intentó besarme y María nos vio. Fue el peor día de mi vida.