La Historia que Nunca Tuvimos

EL PRINCIPIO DE TODO

No me dijo a dónde íbamos.

Solo me pidió que me pusiera cómoda, que llevara toda la energía posible y que confiara en él.

—Pero dame una pista —le dije mientras caminábamos hacia la estación de autobuses.

—No. Solo confía. Vas a entenderlo todo cuando lleguemos.

Y lo hice.

Porque desde que empezó este “reto de siete días”, David había cumplido con cada palabra que salía de su boca. No con gestos grandiosos, sino con pequeñas cosas. Con su forma de escucharme. Con la paciencia que me tenía cuando me costaba hablar. Con sus silencios… siempre seguros.

Ese día no era distinto.

Pero lo sería.

Después de un trayecto de casi una hora ya estábamos en la azotea de un edificio viejo, no muy alto, pero lo suficiente para tener una vista abierta de la ciudad. El atardecer cubría los techos con luz dorada. Había mantas en el suelo, luces de navidad enredadas en unas macetas secas, y en una esquina, una cajita de música sonando bajito.

Era… imperfecto.
Pero mágico.

—¿Qué es este lugar?

—Vengo aquí desde que tenía quince. Es el único lugar donde siempre sentí que podía respirar.

—¿Y por qué me trajiste?

—Porque tú… eres la primera persona con quien quiero compartirlo.

Mi pecho se apretó.

David se acercó.
Sacó algo de su mochila: una pequeña libreta de hojas kraft, con flores secas en la portada.

—¿Esto es…?

—Un diario de las cosas que quiero vivir contigo. Y lo quiero escribir… como tu novio.

Me quedé congelada.

David encendió un pequeño proyector que no había notado hasta ese momento.

Y ahí estaba yo. En imágenes y clips cortos, escribiendo en mi cuaderno, caminando por el patio de la escuela, riéndome con Dany, dormida en clase, mirando la lluvia.

Momentos donde no sabía que alguien me veía.

Momentos donde él me estaba viendo. Siempre.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Cómo hiciste esto?

—Tú nunca me notabas. Pero yo ya me había enamorado de ti antes de que me vieras.

Me quedé sin palabras.

Y entonces él se acercó. Me tomó las manos. Respiró profundo. Y con la voz temblando de emoción, me dijo:

—Natalia… me gustas. Me gustas en silencio, cuando no dices nada. Me gustas cuando te burlas de ti misma. Me gustas cuando eres valiente, aunque estés asustada. Me gustas por completo. Y sé que esta semana fue para que nos conociéramos mejor, pero yo ya lo sabía desde antes. Te elegí desde el primer día.
Quiero saber cómo es tu mundo, incluso cuando esté oscuro. Quiero caminar contigo, aunque no sepas hacia dónde.

- Mi dulce Natalia ¿Quieres ser mi novia?

Mi corazón dio una vuelta entera.

No porque no lo esperara, sino porque nunca había sentido algo tan claro, tan verdadero.

Le sonreí entre lágrimas.

—Sí, David. Quiero ser tu novia.

Él se acercó, no nos besamos de inmediato, solo apoyamos la frente, cerramos los ojos y nos quedamos así, un instante eterno.

No había rosas. No había fuegos artificiales.

Pero juro que, en ese momento, yo sentí que el mundo se detenía solo para nosotros.

—No te prometo ser perfecto, pero sí prometo serte sincero y cuidar de tu corazón como si fuera el mío.

Nos quedamos así, abrazados, con la ciudad a nuestros pies y el viento peinando nuestros miedos.

David no se separó de mí, sus manos estaban en mi cintura, pero no apretaban. Solo estaban… ahí como si temiera que, si me soltaba, yo desapareciera.

Yo lo miré.

Él también me miró.

Y entonces lo supe, supe que ese beso no era solo un beso, era una puerta. Un pacto. Un punto de no retorno.

Se acercó despacio. Muy despacio. Tan despacio que pude sentir cómo temblaba su respiración al rozar la mía. Sus ojos bajaron hasta mis labios, y luego volvieron a los míos, pidió permiso sin decir palabra.

Yo lo di al cerrar los ojos.

Y entonces, sucedió.

Sus labios tocaron los míos como quien toca algo sagrado. Suaves, tibios, temblorosos. Como si el amor también pudiera ser frágil.

No fue un beso largo.
No fue de esos que se ven en películas.

Fue mejor.

Fue nuestro.

Cuando se separó apenas unos milímetros, apoyó su frente contra la mía y susurró:

—No sé si merezco esto… pero prometo no soltarlo.

—No tienes que merecerlo —le dije en voz baja—. Solo cuídalo.

Nos abrazamos.

Y ese abrazo no fue de adolescentes que se gustan.

Fue de dos personas que, sin saber por qué… ya se estaban encontrando desde antes.

Y ese día, sin que nadie lo supiera, empezó la historia que cambiaría todo.

“A veces no se trata de cuándo comienza el amor.
Sino de cuándo uno se atreve a nombrarlo.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.