—Estudiantes de preparatoria. Accidente en moto. Trauma craneoencefálico, fractura de tobillo, posible contusión cervical. Necesito un quirófano libre, ¡ya! —escuché la voz de una mujer. Gritaba… pero su voz sonaba como si viniera desde muy lejos.
Yo flotaba.
No podía abrir los ojos. No podía moverme. Sentía el peso de mi cuerpo como si no fuera mío. El mundo eran sirenas lejanas, pasos acelerados y un pitido persistente que parecía venir desde dentro de mi cabeza.
¿Estoy soñando? ¿Dónde estoy?
—¿Puedes oírme? ¿Cómo te llamas? —insistió la misma voz, ahora más cercana—. ¡Vamos, muchacha, tienes que luchar!
Intenté abrir los ojos. Una vez. Dos.
Y lo logré.
Vi luces. Pasillos borrosos. Gente empujando una camilla, la mía. La mujer era una enfermera con la cara marcada por el cansancio y la urgencia. Intenté girar la cabeza, buscar algo… alguien.
Vi mis manos, llenas de sangre. Un frío me atravesó de golpe. Mi estómago se contrajo. Quise vomitar, pero no pude moverme. Solo una sensación punzante de que algo iba muy, muy mal.
—¿Cómo te llamas? ¿Puedes decirme cómo se llama tu novio?
—Na… Natalia —susurré con la voz apenas—. David… ¿Dónde está? ¿Está bien?
Quise quedarme despierta, resistirme, pero la negrura me atrapó otra vez. El mundo se fue. Solo quedé yo y la desesperación de no saber si esto era real.
Por favor… que todo sea un sueño. Solo quiero despertar a su lado. Quiero abrazarlo. Volver a casa. Volver a nosotros.
¡Despierta, Natalia! ¡Por favor, despierta!
—
Abrí los ojos.
Una luz blanca sobre mí.
Por un segundo creí que había muerto… pero el pitido rítmico del monitor y el olor a desinfectante me devolvieron la realidad: estaba en el hospital.
Me dolía el cuerpo. Poco. Como un eco. Pero estaba viva.
Vi mi brazo vendado. Sentía el tobillo derecho inflamado, pero soportable. Mis manos ya no tenían sangre. Ni moretones. Al girar la cabeza, vi globos, flores… y a Dany.
Estaba encorvada en una silla, con el rostro cubierto por las manos. Lloraba. Llevaba un pants gris, el cabello hecho un chongo desordenado, y un vaso vacío de café a su lado.
Mi voz salió débil:
—¿Da… Dany?
Nada.
Lo intenté otra vez, más fuerte.
—Dany… estoy despierta.
Ella levantó la cabeza. Lentamente. Su rostro se congeló en una mezcla de incredulidad, susto y algo más que no supe leer. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no se acercó.
—¿Qué pasa? ¿Me veo tan mal? —bromeé, intentando romper la tensión.
—¿Nati… cómo…?
—¿Dónde está David? ¿Está bien? Por favor, dime que está bien.
Silencio.
Ella me miraba como si me estuviera viendo por primera vez. Como si no pudiera creer que estaba ahí. Su labio inferior temblaba.
—Yo… —empezó a decir, pero la puerta se abrió.
Y ahí estaba él.
David.
Su ropa estaba rasgada, como el día del accidente, pero no tenía sangre. Ni heridas visibles. Su sonrisa apareció en cuanto me vio, y caminó directo hacia mí.
Me abrazó. Me besó la frente.
—Perdóname, Nati. Yo te prometí protegerte… y mira lo que pasó. Tu mamá va a estar tan decepcionada de mí…
—No digas eso. Tú estás bien. Yo estoy bien. El culpable fue ese auto. Solo fue un susto… uno muy grande.
—Perdóname… —susurró, sin levantar la cabeza—. Perdóname por no haber frenado antes, por no insistir en tomar otro camino, por no cuidarte como prometí. Su voz se quebró, y una lágrima cayó al suelo.
—Era mi trabajo protegerte. Yo debía cuidar ese “para siempre” del que tanto hablábamos… y ahora estás aquí, en un hospital, porque yo no estuve a la altura.
-Mi amor por favor calma, no fue tu culpa, solo abrázame fuerte si? Tenia miedo de que te hubiera pasado algo grave
Al tenerlo entre mis brazos, sentí que el aire volvía. Que lo malo había pasado. Que era uno de esos momentos que se superan y se recuerdan como anécdota. Solo eso… o al menos eso quería creer.
Pero Dany seguía sin moverse. Mirándonos con una mezcla de asombro y algo parecido al miedo. Su rostro ya tenía algo de color, pero parecía contenida, como si estuviera reprimiendo algo que no podía decir.
—Tu mamá fue a casa a dormir un poco. Vuelve más tarde —dijo, rompiendo por fin el silencio—. Voy a avisarle al médico que despertaste. Seguro te dan el alta pronto.
—¿Estás bien tú? Te ves… rara —pregunté, mirándola con más atención.
—Sí. Sí, estoy bien. Me asusté mucho. Pensé que los iba a perder a los dos.
Finalmente se acercó. Nos abrazó fuerte. Yo cerré los ojos un momento, aliviada.
Pero algo no encajaba.
Sus manos temblaban demasiado.
—David… —dije, sin dejar de abrazarlo—, ¿los médicos o la policía saben quién fue el responsable del accidente?
Él se quedó muy quieto. Como si las palabras hubieran abierto una grieta bajo sus pies.
—¿Por qué preguntas eso? —respondió con cuidado.
—Porque solo recuerdo fragmentos. No muchos, pero… pequeñas sensaciones, imágenes cortadas. Y tengo esta necesidad de saber. ¿Quién fue? ¿Cómo llegamos al hospital?
David se separó un poco de mi. Pasó una mano por mi mejilla, como si esa pregunta pesara toneladas.