La Historia que Nunca Tuvimos

UNA MENTE CONFUNDIDA

Era sábado. El cielo estaba encapotado, pero el clima era perfecto para caminar sin rumbo.

David, Dany y yo salimos a dar un paseo por el centro de la ciudad. La calle estaba llena de vida: puestos de flores, bicicletas, parejas tomándose fotos frente a murales. Todo parecía normal… hasta que no lo fue.

Íbamos bromeando, tomados del brazo como antes. Dany sonreía, aunque le costaba. Yo lo notaba. Su risa sonaba forzada. Su mirada estaba ausente. Como si estuviera temblando por dentro.

—¿Todo bien, Dany? —pregunté.

—Sí. Solo un poco de ansiedad social —bromeó con un encogimiento de hombros.

No era broma. Y lo sabíamos.

Doblamos en una esquina y, como si el universo lo hubiera planeado con saña, ahí estaban: cuatro compañeros de la escuela. Dos chicas, dos chicos. Siempre en manada. Siempre listos a destrozar lo que no entienden.

—¡Miren! —dijo uno de ellos en voz alta—. La bruja Daniela. ¿Hoy no trajiste tu caldero?

Las risas fueron instantáneas.

Dany bajó la mirada.

Yo solté a David y avancé hacia ellos.

—¿Tienen algún problema? —dije, sin pensarlo dos veces.

Pero nadie se giró.

—¡Ey! ¡Les estoy hablando!

Ni siquiera pestañearon. Siguieron lanzando burlas, todas dirigidas a Dany.

—¿Ya practicaste tus hechizos bruja? ¿Hoy estás acompañada? ¿O solo aparece en luna llena?

—¿Por qué no te largas del pueblo, Dany? Aquí nadie quiere a una loca como tú.

Mi sangre hervía. Me paré justo frente a ellos. Estaba tan enojada que temblaba.

—¡Basta! ¡Ella no está sola! ¡Yo estoy con ella! ¿¡No me oyen!?

Pero ellos no me miraban. Ni siquiera me registraban. Era como si… no estuviera ahí.

Dany se cubría los oídos. Murmuraba cosas en voz baja. David la sostenía por los hombros, intentando calmarla, pero su expresión era desesperada. Dolida. Casi impotente.

Yo giré sobre mí misma, confundida.

—¿Qué está pasando?

Mi voz se quebró. Sentí cómo algo dentro de mí se encendía con violencia. No era solo rabia. Era confusión. Angustia.

—¿Por qué hacen eso? —dije, más fuerte de lo que pensaba. Mi voz sonó como si viniera de alguien más.

La luz me molestaba. El aire pesaba. Y de pronto, el murmullo del mundo se volvió un zumbido agudo.

Me llevé las manos a la cabeza.

—Natalia —escuché decir a David—, ¿estás bien?

Pero ya no lo veía. Todo giraba. El cielo se partía en líneas borrosas, como si alguien estuviera rompiendo una hoja desde dentro.

Y entonces… todo se volvió negro.

-Llévate a Natalia a la casa, yo los alcanzo después- escuché a Dany preocupada

A lo lejos pude escuchar una voz poderosa que cortó el aire como un rayo mientras yo ya iba en los brazos de David alejándonos de todo.

—¡¿Se puede saber qué hacen molestando a una niña buena y valiente como ella!?

Era mi mamá.

Irrumpió en medio del grupo como un huracán. Su mirada era fuego. Su postura, imponente. Nadie se atrevió a contestarle.

—¡Lárguense! ¡En este momento! ¡Y que me entere yo que vuelven a tocarla con una palabra, y me voy a encargar personalmente de que sus papás sepan qué clase de basura están criando!

Los cuatro se dispersaron como ratas.

Dany estaba llorando. Mamá la abrazó con fuerza. Le besó la cabeza.

—Ya está, mi amor. Ya pasó.

Yo no podía moverme. Ni hablar. Solo escuchaba. Escuchaba… desde lejos.

Negro.
Y luego… ruido.

Un claxon. Cristales rompiéndose. Una respiración agitada.

La imagen era borrosa, pero real. Estaba tirada en el pavimento. Mi propio cuerpo temblaba, aunque no podía moverse. Sentía algo caliente en la frente. El olor a gasolina.

—¡Natalia! —una voz la llamaba, desesperada, desde lejos.

Intenté moverse. No pude. Quise gritar. No salió sonido. Y luego, de golpe, un fogonazo de luz. Una silueta frente al parabrisas. No pude ver su rostro.

Todo cambió, ahora estaba flotando. No sentía mi cuerpo. Solo una sensación de vacío. De estar en un lugar donde no debía estar.

—Esto no está bien…
—¿Dónde estás?
—Te estoy buscando.

Las voces eran susurros que llegaban desde diferentes puntos.
Había una sirena.
Un llanto.
Y luego… una frase:

—Fue un accidente, ¿verdad? Fue solo un accidente…

Y todo se desvaneció otra vez.

Desperté con un sobresalto. El techo blanco, las luces suaves. El olor a alcohol y a algo dulce, como menta vieja.

David estaba ahí, sentado junto a mi cama, con el ceño fruncido y los ojos vidriosos.

—¿Dónde… dónde estoy?

—En casa —respondió él, con voz suave—. Te desmayaste. Nada grave. Fue… el esfuerzo. El sol. No estás del todo recuperada.

—No —murmuré, incorporándome con torpeza—. No fue eso. Vi cosas, David. Escuché… vi un coche. Había sangre. Y una canción. Y yo no podía moverme.

David tragó saliva.

—Fue solo un mal sueño, mi amor. Estabas alterada…

—No. No era un sueño. Era algo. Lo sentí. Lo viví. Si tú sabes más de lo que dices, dímelo, por favor. ¿Está pasando algo malo? ¿Estoy enferma? ¿Me estoy volviendo loca?

David me miró con una tristeza tan honda que me rompió el aliento.

—Nada malo está pasando. Estás en casa. Con nosotros. Y estás bien.




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