La Historia que Nunca Tuvimos

LO QUE NO TE DIJE

La casa estaba en silencio, pero yo no.

David me escuchó agitarme entre las sábanas antes de verme. Corrió a mi cuarto apenas oyó mi voz temblorosa y desesperada.

—¡No! ¡David, no…! —gritaba, envuelta en sudor, los puños apretados.

—Naty —susurró él, sentándose a mi lado—. Despierta. Estás soñando. Estoy aquí, contigo. Todo está bien.

Abrí los ojos de golpe. Mi respiración era entrecortada, tenía las mejillas húmedas y los labios temblorosos.

El reloj volvía a marcar las 10:14

—Fue horrible —murmuré—. Otra vez estaba en ese pavimento frío… y había sangre, y ruido… Y luego todo se volvió oscuro. Cuando abrí los ojos, estaba… estaba frente a una tumba.
—¿Una tumba?

—Sí —dije, mirándolo fijamente, con los ojos grandes, llenos de algo que parecía más miedo que duda—. Y tenía tu nombre.

David se quedó congelado unos segundos. No supo qué decir. No era la primera vez que yo soñaba fragmentos… pero esta vez había llegado demasiado cerca.

—Tranquila —me dijo al fin, acariciándome el cabello—. Solo fue un mal sueño. Voy a prepararte un té, ¿sí?

-Me duele mucho la cabeza-

-Recuéstate, te traeré una pastilla- me sonrió dulcemente

Yo asintí, abrazando la almohada como si con eso pudiera detener el temblor que venía desde dentro.

David bajó las escaleras en silencio, como si cada peldaño doliera. Fue hasta la cocina, encendió la tetera… y luego sacó el celular.

Marcó.

—¿Hola? —dijo en cuanto escuchó la voz de Daniela al otro lado—.
Tienes razón… creo que es hora de decirle.

Al otro día, David me propuso salir a caminar sin rumbo. No quería llevarme a ningún lugar en específico. Solo caminar, me dijo, como si necesitara que el tiempo fluyera lento, entre árboles, faroles apagados y bancas solitarias.

Accedí sin preguntar, porque cuando David me pedía algo así… siempre había una razón.

El cielo estaba gris, pero no amenazaba lluvia, solo ese tipo de clima que se siente suave en la piel, como si el mundo estuviera en pausa. Él llevaba suéter negro, las mangas hasta las muñecas, yo usaba su bufanda favorita, la misma que me dio una vez para cubrirme los ojos en una sorpresa. Sus pasos eran más lentos que los míos, y su mirada se perdía cada tanto en puntos vacíos. Como si buscara una salida que no podía encontrar.

—¿Estás bien? —le pregunté después de unos minutos de silencio.

Él tardó en responder. Como si la pregunta lo hubiera tocado demasiado hondo.

—Sí… Solo estoy… pensando.

—¿En qué?

—En nosotros.

Mi corazón se apretó. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban más oscuros de lo normal.

Nos sentamos en una banca, había una fuente seca frente a nosotros. Un gato dormía bajo una jardinera, las ramas de los árboles crujían levemente con el viento. Era una de esas tardes donde todo parece estar contenido… como una respiración antes del llanto.

Y entonces, sin mirarme, David habló:

—Nati, si te dijera que hay cosas que no sabes… Cosas que cambiarían cómo ves todo esto… ¿Me seguirías queriendo igual?

La pregunta se deslizó entre nosotros como una grieta.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Solo… solo quiero saberlo.

Lo miré. Directo a los ojos. Y algo dentro de mí supo que estaba al borde de algo.

—David, yo te elegí. Con tus secretos. Con tus errores. Con lo que sea que aún no me digas.
Y te elegiría de nuevo.

Sus labios temblaron. Por un segundo pensé que lo diría, que rompería esa muralla invisible, que me contaría todo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas que no se atrevieron a caer. Y luego… sonrió. Una sonrisa triste. Hermosa, esa que siempre pone cuando está por llorar y no quiere que lo veas.

—Gracias —susurró.
Y entonces tomó mi mano con fuerza, la besó como si se despidiera de algo que aún no había terminado.

De repente su semblante cambió de tristeza a uno mas filosófico

—¿Alguna vez has pensado que los sueños… no son solo eso?

—¿Cómo?

—Que tal vez, a veces, cuando soñamos… estamos viendo otras versiones de nosotros mismos. Como si estuviéramos conectados con realidades alternas. Con otras vidas. Con otras veces en las que también nos encontramos con las personas que amamos.

Lo miré, intrigada.

—¿Tú crees en eso?

David bajó la mirada y sonrió, pero no con burla, sino con melancolía.

—Después de todo lo que he sentido contigo… sí. Creo. Porque hay cosas que no se pueden explicar con lógica. Y tú… tú y yo… somos una de ellas.

-Pues no lo había pensado, pero de algo estoy segura, si eso fuera posible, te buscaría en cada una de mis vidas David

El parecía agradecido con esa respuesta

—A veces —dijo, con voz apenas audible—, desearía que pudiéramos quedarnos aquí para siempre. Así. Sin tener que despertar.

Lo miré, confundida.

—¿Despertar de qué?

Él cerró los ojos por un momento. Luego negó con la cabeza.

—Nada. Es solo… una forma de decirlo.

Y se quedó ahí, abrazándome. En silencio. Como si su cuerpo intentara protegerme no solo del viento… sino de la verdad que llevaba dentro.

No lo dijo. Y yo… no lo forcé. Porque también entendía que hay verdades que pesan tanto…que incluso el amor necesita respirar antes de decirlas.




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