La Historia que Nunca Tuvimos

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

Los días pasaban… pero no parecía que pasaran realmente.

Intentaba recordar que había pasado en el hospital, que pasó cuando llegué, que me hicieron, cuál era el número de mi habitación. Solo recuerdo despertar, mirar a David… y después estar de nuevo en casa. No terminaba de recordar que pasó cuando ese carro nos impactó y tampoco he sabido de quien conducía ¿por qué David no tiene ninguna herida? ¿Por qué nadie me dice nada?

Todo se sentía… como un sueño mal recordado.

La casa no había cambiado, pero tampoco era la misma. Mamá ya no estaba casi en casa y cuando estaba no salía de su cuarto. Le hablaba desde la puerta, y a veces respondía, pero nunca me abría. Decía que estaba cansada. Que necesitaba descansar.

Yo también me sentía cansada.

David seguía viniendo a verme todos los días. A veces en la mañana, a veces al atardecer. Siempre con esa sonrisa suya. Siempre con palabras dulces. Y yo… me aferraba a él. Como a un ancla en medio de algo que no entendía.

—¿Tú también lo sientes, David? —le pregunté una tarde, mientras caminábamos por la calle desierta del vecindario—. Todo está raro, como si el mundo estuviera en pausa.

—Solo es la mente adaptándose al trauma —respondió él con ternura—. Pronto todo volverá a sentirse real.

Y yo le creí. Porque su voz siempre tenía esa forma de calmar el caos.

Dany venía a visitarme, pero ya no era la misma.

Ya no me hacía bromas. No me contaba chismes. No me hablaba de la escuela ni de chicos. Solo me miraba en silencio. A veces sonreía. A veces lloraba sin que yo entendiera por qué.

—¿Estás bien, Dani? —le pregunté en una de esas tardes largas en mi habitación.

—No lo sé. Todo esto me supera. Me siento atrapada en algo que no sé cómo resolver —dijo, con los ojos perdidos.

—¿A qué te refieres?

—A ti… —dijo con voz apagada, y luego corrigió—. A lo que pasó. A cómo todo cambió sin darnos cuenta.

Hubo un silencio incómodo. Quise decirle que la entendía, pero no lo hacía. No entendía nada.

Una noche, me desperté sobresaltada. Había tenido un sueño extraño: estaba en el hospital de nuevo, pero nadie podía oírme. Caminaba entre los pasillos, gritaba, tocaba a la gente… pero nadie reaccionaba. Era como si yo no existiera.

Me levanté y caminé hacia el cuarto de mi mamá. Toqué la puerta, suave.

—¿Mamá?

Silencio.

—¿Estás bien?

Nada.

Presioné mi oído contra la puerta. No se escuchaba nada. Ni una respiración. No sé por qué, pero me alejé sin insistir. Algo dentro de mí me decía que no quería saber qué había del otro lado.

Volví a mi cuarto. Y ahí estaba él.

David, sentado junto a la ventana, mirándome con dulzura.

—¿Tuviste una pesadilla?

—No lo sé. Algo no está bien, David. Lo siento en el pecho, como si algo me estuviera apretando desde adentro.

Él se levantó, caminó hacia mí y me tomó de las manos.

—Confía. Estamos juntos. Eso es lo que importa.

Y en su abrazo, todo parecía otra vez soportable. Todo parecía… amor.

Un día, mientras estábamos los tres en mi habitación —David, Dany y yo—, ella nos observaba con ojos cansados, como si llevara años sin dormir.

—¿De verdad estás bien, Nati? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.

—Sí. Solo un poco confundida a veces.

—¿Te has preguntado por qué tu mamá no sale del cuarto? ¿Por qué nadie ha venido a visitarte? ¿Por qué la escuela no ha llamado? —insistió, con la voz quebrándose.

Yo la miré, desconcertada. Miré a David, buscando una señal, una respuesta. Pero él no decía nada. Solo me observaba en silencio, como si no pudiera intervenir.

-Daniela no es el momento- sentencio David

—¿Qué estás tratando de decirme, Dani?

Ella bajó la mirada. Tragó saliva.

—Nada. A veces solo me gustaría que las cosas volvieran a ser como antes.

Y se fue.

Dejándonos solos. De nuevo.

David se acercó a mí. Me besó la frente. Me acarició el cabello.

—No te preocupes. Todo va a estar bien.

Y yo me recosté en su pecho.

Aún sin entender por qué mi corazón latía con una tristeza que no sabía de dónde venía.




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