La Historia que Nunca Tuvimos

EL TIEMPO SE ACABA

Esa noche no fue como las otras.

El sueño llegó rápido, pero no era uno cualquiera. Esta vez no estaba sola. Ni era un paisaje vacío o una escuela abandonada. Era un pasillo blanco, largo. Silencioso.

Y al fondo, de pie bajo una luz tenue, estaba ella. La mujer de la bata blanca. Su rostro ya no era borroso. Era joven, pero sus ojos parecían cansados. Tenía voz suave, como la de alguien que está acostumbrada a hablarle al silencio.

—Natalia —dijo.

Y fue como si el mundo entero murmurara mi nombre con ella.

—¿Quién eres? —pregunté.

—Una amiga. Estoy intentando alcanzarte.

—¿Alcanzarme desde dónde?

Ella me miró con compasión.

—Eso… tienes que descubrirlo tú.

Quise acercarme, pero mis pies no se movían.

—¿Por qué me buscas?

—Porque el tiempo se está acabando.

Entonces todo se desvaneció.

Desperté sudando, con la boca seca. No era la primera vez que soñaba algo extraño, pero este no era un sueño. Era un mensaje. O algo muy parecido a eso. Bajé las escaleras y encontré a David en la cocina. Me preparaba mi desayuno favorito: pan francés con mermelada.

—Hola, mi dormilona —dijo, pero su sonrisa no era tan brillante como antes.

Tenía ojeras. Su piel, antes tan cálida, ahora lucía un poco opaca. Como si se estuviera… desdibujando.

—¿Estás bien? —le pregunté, sirviéndome un vaso de leche.

—Claro, ¿por qué lo preguntas?

—Te ves… raro. Como si estuvieras enfermo.

—Solo un poco cansado. No es fácil ser tu chef personal, chofer y enfermero a tiempo completo —bromeó, y me sonrió de nuevo.

Pero no era la misma sonrisa. Algo en él empezaba a apagarse.

Más tarde, Dany llegó. Se notaba nerviosa, con el celular en la mano, como si esperara una llamada que no llegaba. Me abrazó apenas al entrar, y subimos juntas a mi cuarto.

—¿Dormiste bien? —preguntó.

—No. Soñé con ella otra vez. La doctora.

Dany tragó saliva.

—¿Te habló?

—Sí. Dijo que estaba tratando de alcanzarme. ¿Qué significa eso, Dany?

Ella bajó la mirada.

—No lo sé. Tal vez estás procesando el trauma. A veces, la mente crea personas que nos ayudan a entender…

Pero no creía en sus palabras. Lo veía en sus ojos. En su temblor.

Esa noche, Dany caminó hasta el parque, sola. Encendió una vela blanca —no sabía por qué, solo sintió que debía hacerlo— y la colocó bajo un árbol viejo.

—¿Está bien lo que estamos haciendo? —preguntó al aire.

No hubo respuesta. Pero el viento cambió de pronto. Y una hoja, seca y roja, cayó justo sobre la vela, apagándola.

Dany entendió.

El tiempo se estaba acabando.

En casa, yo me recosté sobre el pecho de David. Sus brazos me envolvían, pero su calor ya no era el mismo. Cerré los ojos, sintiendo que algo dentro de mí se agitaba.

Y en medio del silencio, la sirena de una ambulancia retumbo en las paredes de la habitación y fue entonces cuando recordé algo.

Un olor. El del hospital, el de la habitación 205. Pero… yo nunca estuve en esa habitación. ¿O sí?

Me incorporé, confundida.

—¿Qué pasa? —preguntó David.

—No lo sé. Sentí… algo. Como si mi cuerpo recordara algo que mi cabeza no quiere aceptar.

David me acarició el rostro.

—Intenta descansar. Estoy contigo. Siempre.

Y aunque me aferré a sus palabras como si fueran verdad… algo en mi interior empezaba a dudar.

¿Y si no estoy despierta todavía?




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