Me desperté con la sensación de haber olvidado algo importante.
No era un sueño esta vez. Era… un hueco. Como si una parte de mi mente hubiera recordado algo justo antes de despertar, pero se hubiera disuelto en el aire con la luz del día.
Al abrir los ojos, David no estaba en la cama. Escuché su voz en la cocina, hablando con Dani, riendo bajito. Todo parecía normal.
Demasiado normal.
Me vestí rápido y bajé las escaleras. Olía a pan tostado. A café.
—Buenos días —dije, frotándome los ojos.
David me sonrió, pero no me tocó. No se acercó. Solo me miró como desde lejos. Dani me sirvió una taza y me acarició la mejilla. Su contacto fue real, cálido… pero sus ojos estaban vidriosos. Como si hubiera llorado toda la noche.
—¿Dormiste bien? —preguntó.
—Sí —mentí. En realidad no había dormido. Había pensado.
Ellos parecían nerviosos, solo sonreían ligeramente y seguían mirándome como con una especie de lástima.
-¿Vamos a seguir fingiendo que todo está bien?- solté de pronto, sin aviso
-Naty ¿De que estás?-
No la dejé continuar
-Por favor ¿vamos a seguir en lo mismo? ¿Los mismos pretextos? ¿Los mismos cuentos? ¿Dónde estaban mis libros? Mis cuadernos? Mis mensajes del colegio? ¿Por qué no había ruido afuera? Ni autos. Ni niños. Ni vecinos. David soy tu prometida ¿No merezco que me digas que pasa? Daniela te conozco desde chica ¿Seguirás tratándome como niña?
-Naty, solo estamos tratando de ayudarte, estamos igual de perdidos que tu- decía David intentando acercarse a mi
—Si como no- subí al cuarto. Busqué mi celular. Abrí mi laptop. Ningún mensaje nuevo. Ni uno solo. Desde hacía días. Tal vez semanas.
Abrí Instagram. Cero notificaciones. Como si nadie más existiera o como si yo no existiera para nadie más.
Dany subió poco después. Me abrazó con fuerza. Llevaba el cabello suelto, pero despeinado. Sus ojeras eran profundas.
—Necesito que hablemos —le dije apenas entró a mi cuarto.
—Claro. ¿Qué pasa?
—Algo no está bien, Dani. No me están diciendo todo. No he vuelto a la escuela. No tengo tareas. Nadie me escribe. El reloj del pasillo se detuvo ayer a las 10:14 y volvió a andar una hora después.
Dany se quedó en silencio. Muy quieta.
—No me mientas. Por favor. No ahora.
Ella tragó saliva. Me tomó de las manos.
—Nati, tú pasaste por algo muy fuerte. Tu mente puede estar creando cosas…
—No —la interrumpí—. Esta vez no. No es solo mi mente. Hay algo más, ¿verdad?
Su mirada se quebró. Iba a hablar, lo supe. Pero en ese momento, David entró.
—¿Interrumpo? —preguntó con esa sonrisa suya, ahora más tenue, más frágil.
—David… —me volví hacia él—. ¿Qué está pasando conmigo?
Él bajó la vista.
—¿Estoy viva?
El silencio fue brutal. David se acercó, lento. Se sentó a mi lado, sin tocarme.
—Estás aquí. Eso es lo único que importa.
—No. Quiero saberlo. ¿Qué soy? ¿Dónde estoy?
Dany se levantó, respirando agitadamente.
—Voy al baño —dijo, y salió casi corriendo.
Me quedé a solas con David. Lo miré.
Y por primera vez, lo vi temblar.
—David… por favor…
Él cerró los ojos. Apretó los puños.
—No me pidas eso, Natalia. Si te lo digo… tal vez te pierda.
—¿Perderme?
—Quiero que te quedes. Un poco más. Solo un poco más.
Y entonces lo vi romperse, como si una parte de él se deshiciera delante de mí. Lloró. Pero sin lágrimas. Su cuerpo no podía. Era como ver a un fantasma llorar por un cuerpo que ya no le pertenecía.
-Nati, mi amor, ese día del accidente yo…-
Sus palabras se perdieron en el aire.
Volvió a cerrar la boca, como si cada sílaba pesara una tonelada. Como si el dolor fuera más fuerte que su valor.
—Olvídalo —susurró—. No puedo hacerlo.
La noche era más oscura de lo normal. Ni una estrella. Ni una brisa. Solo un silencio pesado que se colaba por las rendijas.
Yo me desperté empapada en sudor, con el pecho agitado, como si acabara de correr kilómetros. Lo había soñado de nuevo.
El accidente. Pero esta vez… lo vi todo, el sonido del metal retorcido, el grito de David. La sangre. Y después… la tumba. La misma imagen, el mismo nombre grabado en piedra.
Me levanté casi sin pensar. Caminé por el pasillo como si mis pies supieran dónde ir.
David estaba en la sala, sentado en el sillón con la cabeza entre las manos.
—Necesito que me digas la verdad —le dije, sin rodeos.
Él alzó la vista, su rostro estaba pálido.Sus ojos, enrojecidos.
—Naty…
—No, David. No me des rodeos. No me digas que fue solo un sueño, que estoy cansada, que me estoy confundiendo. Dímelo. Dímelo ahora.
Él se levantó. Vacilante. Como si cada paso le pesara en el alma.
—Por favor… —susurré—. Si me amas, no me ocultes esto más.
David tragó saliva. Cerró los ojos.
—Yo… no sobreviví, Naty.
Todo el aire de la habitación pareció desaparecer.
—¿Qué?
—En el accidente… yo morí.
El mundo se me cayó encima.
David dio un paso hacia mí, pero no lo dejé avanzar.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde el principio. Desde el momento en que abrí los ojos… y no sentí mi cuerpo. Solo… te vi a ti. Y supe que no me había ido del todo.
Las lágrimas me nublaban la vista. No entendía nada. O quizá, por primera vez, lo entendía todo.