[El hospital]
La habitación 205 estaba en penumbra.
Una sola lámpara encendida. El aire acondicionado sonaba como un suspiro débil. Mi cuerpo yacía en la cama, conectado a una máquina que marcaba mis signos vitales con pitidos suaves y regulares. Mi cuerpo inmóvil. Mi rostro en calma.
Mamá estaba sentada junto a mi. Llevaba los ojos hinchados de tanto llorar. Las manos apretadas sobre las rodillas. Cada tanto miraba el reloj. Faltaban pocas horas para que los médicos volvieran.
—Mi amor… —susurró.
No pude responder. Solo estaba la máquina, inmutable.
—Te traje tu canción favorita. Esa que cantabas en la cocina con la espátula como micrófono. ¿Te acuerdas?
Le temblaba la voz. Encendió su celular. La música llenó el cuarto suavemente. Y Mamá se acercó. Me acarició el cabello.
—Si aún estás ahí… si puedes oírme… por favor, Naty, regresa. Ya no puedo estar sin ti. Me estás dejando vacía. Lucho todos los días por tener fe. Pero hoy… ya no sé.
Se quebró. Se dobló sobre mi cuerpo y lloró como si su alma se desgajara en cada sollozo.
—Te amo, hija. Te amo con todo lo que soy. Si te vas… por favor, llévame contigo.
[El limbo]
Un campo blanco.
Silencio absoluto.
Caminaba descalza, con un vestido azul flotando levemente alrededor de mis piernas. A mi lado, David. Tomados de la mano. El mundo era solo nosotros.
—Ya lo sé —dije por fin.
Él bajó la mirada.
—Todo.
Mis palabras colgaban en el aire. Eran más pesadas que cualquier grito.
—Vi el coche. Vi a Valeria. Vi su cara… cómo no frenó. Cómo lo hizo a propósito.
David respiró hondo, aunque ya no necesitaba hacerlo.
—Naty…
—¿Cómo se supone que la perdone? —pregunté—. ¿Cómo se perdona algo así?
—No tienes que hacerlo ahora —respondió con calma—. Ni mañana. Ni nunca, si no puedes. Nadie puede exigirte eso.
Yo me senté en el suelo. O al menos, en lo que parecía ser suelo.
—¿Sabes lo peor?
—¿Qué?
—Que durante todo este tiempo… lo único que quería era una explicación. Algo que me ayudara a entender. Y ahora que la tengo… no me siento mejor. Solo más rota.
David se sentó a mi lado. No me tocó, pero su cercanía era un consuelo.
Como una manta invisible.
—A veces la verdad no sana. Solo quema. Pero también… muestra dónde hay que reconstruirse.
—Ella me quitó todo —susurré.
—No todo —respondió él, mirándome con ternura—. Te quitó un camino. Pero aún puedes hacer otro. Además, recuerda que tendremos más vidas juntos, pero mientras ese momento llega, te juro… desde donde yo esté, siempre voy a ayudarte a encontrarlo.
Me volví hacia él. Mis ojos estaban llenos de lágrimas que ya no eran solo tristeza.
También había coraje. Y amor.
—¿Y tú? ¿Me perdonaste tú a mí por no recordarte antes?
David sonrió.
—Nunca tuve que hacerlo. Porque aún cuando no me recordabas… tu corazón sí lo hacía, todos esos sueños eran recuerdos, de nosotros, amándonos en cada universo que nos han dado la oportunidad de vivir y algo me dice que nos quedan muchos universos más por disfrutar, juntos.
-¿Qué ironía no te parece David?
-¿Qué cosa?
-Que ironía del universo juntarnos en cada vida con la maldición de ser únicamente instantes-
-Oye mírate, ya estas hablando igual de filosófica que yo amor- sonrió
Ninguno de los dos dijo nada por unos instantes, pero no era necesario, yo era suya y él era mío.
—¿Esto es el final? —pregunté con tristeza.
—No, bueno si pero solo en esta vida—respondió David—. Nos volveremos a encontrar, en nuestra próxima vida.
Lo miré. Su rostro se mantenía firme, pero sus ojos brillaban como cristales bajo el sol.
—No quiero irme si me dejo morir de una vez, la próxima vida ocurrirá más rápido y estaremos juntos de nuevo —susurré.
—Seria increíble, pero no puedo dejarte hacerlo, no puedes abandonar a tu mamá y tampoco a Dany.
—¿Y que hay de ti? En cuanto despierte ¿Te irás?
—Si, pero que son unos años más de espera, te he esperado por mil vidas.
Sonrió con tristeza.
—David… me da miedo.
—Lo desconocido siempre da miedo. Pero lo que te espera… vale la pena, además, creo que estás olvidando algo señorita, tenemos que tener al menos una vida más porque esta vez, te daré un anillo antes de que algo pase y tendremos la boda más hermosa de todas, lo juro
Él me acarició el rostro. Por última vez.
—Mientras tanto estaré en tus recuerdos. En tu risa. En cada canción que suene sin querer y te haga llorar sin saber por qué.
Lo abracé con toda la fuerza que me quedaba.
El mundo blanco comenzó a disolverse lentamente. Como polvo de estrellas llevado por el viento.
—Te amo —dije entre lágrimas.
—Y yo a ti. Pero ahora… despierta.
-Esta bien, supongo que te veré en unos años-