Despertar no fue como imaginaba.
No hubo luces celestiales, ni voces suaves llamándome desde el más allá. Fue… doloroso. Difuso. Como salir a la superficie después de haber estado demasiado tiempo bajo el agua.
Lo primero que sentí fue el aire frío en la cara. Luego, un sabor metálico en la boca. Y después, el dolor: en las piernas, en la cabeza, en cada músculo que parecía no pertenecerme ya.
Mis párpados pesaban como si llevaran años cerrados.
Y cuando por fin se abrieron… todo dolía más.
La luz blanca del techo. El pitido constante de la máquina. El oxígeno en la nariz. Los tubos. Todo.
Pero lo más fuerte… fue ver a mi mamá.
Estaba parada frente a mí, con los ojos abiertos de par en par, las manos en la boca y las lágrimas cayendo como si no tuvieran fin.
—¡Dios mío… Natalia! —su voz quebrada me atravesó el pecho.
Quise hablar. Decirle algo. Pero la garganta me ardía. Solo pude soltar un gemido. Ella corrió a mi lado. Me abrazó sin apretar, con una delicadeza desesperada.
—Estás aquí, estás aquí, mi amor… —repetía una y otra vez—. No te fuiste. No te fuiste.
Cerré los ojos. No por cansancio, sino porque la emoción me asfixiaba. Porque parte de mí sí se había ido. A otro lugar. A un lugar que no quería abandonar.
Y en ese instante lo supe con una certeza que dolía como fuego:
David ya no estaba.
Los días que siguieron fueron un borrón de voces, luces, exámenes y rostros llorosos.
Dany vino el segundo día. Se sentó a mi lado. No dijo nada. Solo me sostuvo la mano como si no pudiera soportar soltarla.
Yo no hablaba mucho. Mi cuerpo estaba aquí, pero mi alma… seguía despidiéndose de alguien.
—¿Me odias? —me susurró un día, sin mirarme.
Negué con la cabeza. No tenía fuerza para palabras, pero mi mirada le dijo todo.
No la odiaba.
Solo me dolía que la verdad fuera tan triste.
-Se que fue ella, Valeria- le dije casi susurrando
-No te preocupes por ella, te juro que no volverá a tocarte un solo cabello, le prometí a David que cuidaría de ti.
—
Recuperarme fue lento. Aprender a caminar otra vez, a usar mis manos, a volver al presente. A veces tenía la sensación de que iba a despertarme de nuevo en esa casa, con él. Que todo esto era el verdadero sueño. Pero no. Esta era mi vida.
Ahora… sin David.
Pero no todo era vacío.
Mi mamá no se separaba de mí. Me peinaba como cuando era niña, me leía en voz alta, me cantaba bajito cuando creía que dormía. Y Dany… Dios, Dany. Me traía flores, películas, chocolates, chistes malos.
Y cada noche, cuando cerraba los ojos, sentía una presencia en mi pecho. No era física, era como si una parte de David se hubiera quedado conmigo. En el ritmo de mi corazón. En las palabras que no logré decirle. En las que él nunca necesitó decirme porque… simplemente estaban ahí.
—¿Lo veré otra vez? —le pregunté a Dany un día, apenas en voz baja.
Ella me miró a los ojos, y por primera vez, supe que no me mentía:
—Te lo puedo asegurar y esta vez sí habrá boda.
Todavía hay noches en las que despierto buscándolo. En las que creo escuchar su risa entre los árboles, o siento que su mano roza la mía en un suspiro de viento.
Pero también hay mañanas. Mañanas en las que me levanto por mí. Por él. Por lo que fuimos. Por lo que aún queda por vivir.
David fue el amor de mi vida.
Y ahora… me toca vivirla hasta que nos volvamos a encontrar