La Ilusión de la derrota (versión gratis y completa)

27

El pinchazo en el brazo ni lo sintió. Y a los poco segundos se dobló sobre sí mismo como si lo hubieran arrancado de una pesadilla. La adrenalina líquida que le acababan de inyectar lo trajo tan raudamente otra vez al mundo que Pereyra tuvo la sensación de que podía levantarse para ponerse a correr, pero no podía; tenía un tobillo quebrado en dos partes, y el hombro dislocado. Si respiraba, lo hacía de milagro, y tampoco sabía dónde estaba; a su alrededor todo era de noche, salvo por esos relámpagos de colores que centellaban y se iban, y por encima de su cabeza aparecían unos puntitos azules en el manto de un cielo oscurecido. Dos camilleros hacían fuerza para levantarlo del capot donde todavía estaba recostado. El Falcon se había detenido al costado de un camino, en las afueras del pueblo de Cañuelas, junto a una plantación de soja cercada por unos alambres de púa.

-Tranquilo, viejo, que ya te tenemos listo, dijo uno de los camilleros. Sonaba amable, sin embargo Pereyra no sabía bien qué le querían decir

con eso de que ya lo tenían listo. Lo que le habían metido por el brazo lo había despertado, ahora el cuerpo le pesaba cada vez menos, pero también veía todo borroso, como a través de un vaso sucio con restos de cerveza. Sintió frio, aunque tenía el cuerpo todo transpirado, y cuando se llevó las manos al pecho comprendió que seguía desnudo. Delante del Falcon, una ambulancia esperaba con las puertas de la caja abierta, mientras sus luces verdes y rojas destellaban sobre el asfalto brillante de la ruta.   

-Uno… dos… ¡tres!

            Los dos camilleros hicieron fuerza y levantaron el cuerpo que yacía sobre el capot del Falcon, y lo dejaron caer pesadamente sobre una camilla. Pereyra levantó la cabeza, justo antes de que la caja de la ambulancia se lo comiera, y los vio; ahí estaba el sujeto de la foto, parado en la banquina, en medio de la noche, y a su lado estaba Marta. Los dos se bañaban con esas luces parpadeantes, verdes y rojas, que los hacían aparecer y desaparecer a cada instante en esa oscuridad de la ruta junto al campo. Entonces Pereyra tuvo la impresión de que todavía no había despertado, o de que tal vez ya no despertaría nunca, y eso que lograba ver solo era parte de la pesadilla en la que se había sumergido al tirarse por ventana. El sujeto de la foto se acercó a la camilla, Marta quedó a unos metros, detrás. Ahora Pereyra lograba verla un poco mejor, ella tenía una expresión de angustia, se podía decir que lloraba.

-Ya está, le dijo el sujeto de la foto. Y apoyó su mano en la suya.

Pereyra se preguntó dónde habría quedado su Colt. Quiso poder apuntarle, hacerlo arrodillar en ese camino ennegrecido donde estaban, no porque odiara a ese hombre, sino por el modo en que Marta lo miraba, como con lástima.

            -Ahora vamos a pasear un ratito en ambulancia, dijo uno de los camilleros.

Pereyra se quiso incorporar, pero lo habían amarrado a la camilla. Otra vez tenía los brazos y las piernas atadas.

            -¿Dónde me llevan? alcanzó a preguntar con lo que le quedaba de voz.

El otro camillero que había permanecido en silencio se decidió a hablar.

            -Te vamos a devolver al lugar de donde te escapaste, picarón.

            Y lo metieron dentro de la ambulancia.

Uno de los hombres se sentó junto a él, el otro se puso tras el volante. El sujeto de la foto y Marta se subieron al Falcon. El auto arrancó primero, como si marcara el rumbo, detrás iba la ambulancia, con las sirenas apagadas.

  

En los titulares de los diarios:

EL PAÍS SE PREPARA PARA IR A LAS URNAS

JUNTA MILITAR APLICARÁ A SUS ALTOS MANDOS AMNISTÍA POR DELITOS DE GUERRA CONTRA LA SUBVERSIÓN

Y en letras más pequeñas:

BOCA JUNIORS ESTRENA NUEVO DIRECTOR TÉCNICO FRENTE A CHACARITA

 

            Cuando volvió a despertar, supo que ya no estaba en la ambulancia. A su alrededor todo era nebuloso, brillante, envuelto en una quietud y en un silencio perturbador. Había pasado la noche entera ahí acostado, aunque tenía la sensación de que habrían sido varias noches, y muy de a poco emergía de un larguísimo sueño, blanco y vacío. Pereyra comenzó a mirar a su alrededor, con el recelo de no saber en realidad si estaba solo o si alguien lo vigilaba. La fuerte luz solar de la mañana entraba por unas ventanas enrejadas y sin cortinas, reflejando en el polvo que flotaba en el aire distintas figuras espectrales; y aunque Pereyra todavía veía todo como a través de un vidrio empañado, rezago de las drogas que le habían suministrado para que se recuperase, supo que ese lugar no era la habitación de un hospital, sino que era como el living de una casa, o para ser más precisos, una pequeña cabaña. Sin embargo no se veía una puerta que no fuera la de la entrada, y que hiciera pensar tal vez en la existencia de un baño, aunque podría ser que hubiera alguno afuera, lo que le hizo suponer que aquel lugar tampoco era una cabaña, sino alguna clase cobertizo abandonado; se fijó, el suelo era todo de cemento, irregular y gris, el mobiliario de la cocina no estaba instalado, apenas había una canilla que emergía de una pared y de la cual caía un hilo de agua que hacía rebalsar un tacho de pintura, las paredes estaban hechas con troncos de madera cortados a la mitad, y desde el techo colgaba una lamparita sucia y apagada. La cama donde Pereyra yacía estaba ubicada extrañamente en el centro de aquel ambiente, justo debajo de aquel foco.

Una amplia puerta se abrió de par en par, y alguien entró sin prisa caminando desde el exterior. Pereyra vio su figura recortada contra el resplandor de la mañana, pero no supo quién era. Alguien se acercaba a su cama, y en contraste con la amenaza de aquella visita inesperada, a través de la puerta que había quedado abierta, entraron también los apacibles sonidos del campo; Pereyra escuchó el lejano rumor de un arroyo que parecía estar vivo, la fronda de unos árboles alborotados por la brisa, y a un perro que ladraba, y otros perros que también ladraban como contestando.  




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