A pesar del empeño de Lisey y de su decisión de ayudar a la chica fantasma, esta no volvió a visitarla en todo el fin de semana. De todas formas tuvo que admitir que también era un alivio.
—¡Lisey, ya va a empezar la película!—. Le gritó Luke ese domingo, durante la noche.
Se suponía que verían una tonta película de dibujos animados, pero Lisey se encontraba en el baño. Se estaba mirando en el espejo.
—¡Ya voy!—. Respondió, pero no se movió del sitio.
Observó su reflejo con atención. Tenía los ojos verdes heredados de la familia charitiana de su padre, el color de cabello venía de su madre. El conjunto era casi exquisito.
Lisey suspiró y se acomodó el cabello detrás de las orejas. Tenía el rostro pálido y el suéter rosa que usaba chocaba con el rojo de su cabeza, pero seguía viendo estupendamente bien. Sin arrugas, sin acné, su piel era suave, perfecta a sus quince años.
Se volvió hacia la puerta del cuarto de baño a la vez que apagaba la luz. Durante un momento una sombra se sumió sobre ella, pero Lisey no se dio por enterada.
Luke la esperaba en la sala, se había puesto el pijama y las pantuflas de dinosaurio que tanto le gustaban.
—¿Tienes las palomitas?—. Le preguntó apenas llegó junto a él.
Luke tenía nueve años y el mismo cabello pelirrojo que ella y su madre, pero sus ojos eran color avellana.
—Mamá dijo que debías hacerlas tú.
—Vale.
Lisey se desvió hacia la cocina, sólo tenía que meterlas en el horno de microondas, pero la histérica de su madre no le permitía a Luke usarlo sin un adulto presente. Tomó el paquete de las palomitas, de mantequilla como le gustaban a su hermano; y las metió. Para ella metería unas rebanadas de pan a la tostadora y las untaría con chocolate.
El chocolate era la absoluta y total perdición de Lisey.
—Date prisa, Lisey —la llamó Luke de nuevo.
La aludida rodó los ojos, pero se limitó a abrir el tarro de chocolate, mientras miraba la bolsa de palomitas girar e inflarse en el interior del microondas.
Dejó escapar una risita cuando recordó la ida al cine del día anterior con Marcelo y Rodrigo. Benítez se había presentado con su mejor ropa, argumentando que aquello era casi como salir a solas con Marsh. Rodrigo por el contrario había optado por una vestimenta totalmente aburrida.
—¿Qué película veremos?—. Había preguntado Rodrigo con la vista fija en la dulcería.
—¡Una romántica!
Casi había saltado Marcelo dedicándole a Lisey una de sus miradas lascivas. La chica se había negado en rotundo.
—Mejor veamos alguna de acción, autos a toda velocidad, tipos partiéndose la cara, ya saben.
Rodrigo había estado de acuerdo.
Se habían divertido, no había duda de eso, aunque en determinado momento la expresión de King se había vuelto un poco agria. Lisey lo entendió, una chica de la historia se llamaba Virginia.
Eso borró su sonrisa. No había visto a Chris aquel sábado, aunque le había enviado un mensaje de texto al día siguiente. Rodrigo le había enviado un correo electrónico y Marcelo se había pasado por su casa, bromeó un rato con Luke e insistió en que la pelirroja lo acompañara a dar una vuelta.
—Ya empezó —chilló Luke desde la sala.
Lisey sacó la bolsa de las palomitas en cuanto estuvieron listas y metió el pan a la tostadora.
—Toma, niño —le pasó las palomitas —ten cuidado. No vayas a quemarte —y regresó a la cocina rápidamente.
Una vez que tuvo el pan tostado volvió a la sala con su hermano, el cual había abierto las palomitas y mantenía los ojos pegados al televisor. Lisey casi no prestó atención a la película, miraba hacia la oscura cocina de vez en cuando, esperando a que la chica muerta apareciera, pero ella no lo hizo. Tampoco hubo visiones y esa noche, después de terminar de ver la película, pudo dormir de un tirón y no hubo ninguna pesadilla.
El lunes en la mañana les entregaron los permisos para la excursión a Ciudad Torre Blanca, la cual sería el último día de clases. Era eso o un baile escolar, pero la Sociedad de Alumnos no lo había conseguido e interiormente Lisey lo agradecía.
—No hay que pagar nada por esto, ¿verdad?—. Gruñó King con su permiso en la mano.
—Arriba dice “Excursión Gratuita” —indicó Lisey señalando con el dedo.
Los cuatro tenían una hora libre y pensaban ir a sentarse a la cancha de futbol, aunque la pelirroja odiaba el tabaco y los fumadores solían pasarse por ahí para hacer de las suyas.
—¿A qué vamos a Torre Blanca? No van a dejarnos hacer nada.
—No vamos a ir exactamente a la ciudad —respondió Chris esta vez —iremos al parque Keep, hay un lago y se supone que para entonces estará congelado. Esperan que patinemos y esas mierdas.
—Eso es una pésima idea —gruñó Lisey.
—A mí me gusta, Lis —replicó Marcelo —será mucho mejor que ir a un aburrido museo.
—Los museos no son aburridos —volvió a gruñir Lisey.
Se dejaron caer en el pasto, en un sitio donde hubiera sombra y donde Lisa pudiera recargarse en un árbol.
—¿Cómo estuvo tu fin de semana, Christopher?—. Se interesó Marcelo entonces.
Rodrigo había sacado su teléfono celular, pero se quedó inmóvil al escuchar aquellas palabras, mientras que Lisey se apresuraba a fingir que buscaba algo en su mochila. Chris se rascó la nariz antes de responder.
—Estuvo bien, aunque lograste que me inquietara.
—¿Yo?
Se extrañó Marcelo, fingiendo inocencia. Lisey se volvió al momento.
—¿Te inquietó? ¿Por qué?
Los tres chicos intercambiaron una mirada. Ninguno le había mencionado “eso” a Lisey.
—Pues es que… —dudó Chris, no muy seguro de contarle a Lisey lo que él mismo había sentido.
—No es nada, Lisey —dijo Rodrigo y tanto él como Chris sonrieron con falsedad.
Lisa frunció el ceño y miró a Marcelo, este se encogió de hombros, pero tampoco dijo nada. Lisey pensó en insistir, pero decidió no hacerlo. Chris le estaba ocultando algo, eso era más que evidente, pero, ¿no podía usar eso a su favor?
—De acuerdo.
Se limitó a responder y sacó su libro de matemáticas para repasar para el examen. Los números eran la especialidad de Lisey.
Marcelo no estaba muy de acuerdo en ocultarle a Lisey lo que había sentido respecto a Chris, pero supuso que su amigo debía tener un buen motivo para hacerlo. En cuanto a Rodrigo, prefería no opinar nada respecto a ese asunto, si Chris consideraba que lo mejor era no inquietar a Lisey, pues contaría con su apoyo. ¿Y Chris? ¿Qué pensaba él sobre eso? Que la estaba protegiendo, naturalmente.
Había cometido el error de decirle que desde el día en que la habían conocido su vida había cambiado, que podían leerse el pensamiento entre ellos. La chica se había sentido muy afligida, pensando que era su culpa, que había atraído alguna cosa extraña hacia ellos la noche en que la habían liberado de la cripta.
Chris no había olvidado su expresión de miedo y culpa, así que no pensaba decirle ninguna otra cosa que pudiese inquietarla.
—¿Tú y Vicky hicieron algo en especial?—. Siguió dando la lata Marcelo.
—No realmente, sólo estuvimos juntos un par de horas, ya que Vicky quería estudiar para el examen de matemáticas.
—Empollona al ataque —murmuró Rodrigo, oculto tras su teléfono celular.
—Es obvio que lo haga —respondió Marcelo —ya sé que es la presidenta de la clase y la mejor alumna del grupo, con las mejores calificaciones y todo eso, pero debes reconocer que en matemáticas nadie supera a mi Lis.
Y le dedicó una sonrisa que él debió considerar encantadora. Ella lo ignoró, pero miró a Chris, esperando su respuesta.
—Le dije que podíamos estudiar juntos —continuó Chris, pasando por completo del comentario de Marcelo y de la mirada anhelante de Lisey —así que al día siguiente nos reunimos para estudiar en la biblioteca. Por eso no pude verlos.
Lise apartó la vista y volvió a concentrarse en el libro. Sólo durante un segundo había creído que Chris diría que ella era mejor que Vicky, pero se había equivocado. ¿Cómo diría él algo en contra de Virginia la Magnifica?
—Pues yo no pienso estudiar —declaró Marcelo casi con orgullo.
—Estoy de acuerdo contigo —corroboró Rodrigo —lo importante es lo que aprendes.
Y los dos empezaron a reír. Chris no tardó en unirse y, por primera vez en aquel día, miró a su amiga a los ojos, pero Lisey apenas y le prestó atención. La chica fantasma había vuelto a aparecer y la miraba desde el otro lado con la misma expresión de desdicha en el rostro.
—Ahora regreso —les dijo y guardó el libro en la mochila mientras se levantaba. Ninguno de sus amigos alcanzó a decir algo, pero Chris la siguió con la mirada.
La pelirroja apuró el paso y llegó hasta la chica.
—Sígueme —le susurró cuando pasó por su lado.
Lisey miró por encima de su hombro para asegurarse de que así fuera, ella lo hacia y Lisa pensó que fácilmente habría pasado por una estudiante más, eso en el caso de que alguien aparte de ella pudiese verla.
Lisey dio la vuelta en una de las paredes que daban a la escuela y se aseguró de que nadie pudiera verla antes de volverse hacia la chics, temiendo que se hubiera ido.
La primera nevada todavía no llegaba, pero los árboles de su alrededor habían dejado caer casi todas sus hojas, estas crujieron cuando Lisey las pisó. En cambio nada ocurrió cuando la joven pálida lo hizo.
—Hola —saludó Lisey no muy segura de cómo comenzar. Toda su vida había visto espíritus y, sin embargo, no se acostumbraba a la sensación, además de que no solía hablar con ellos, simplemente los ignoraba.
La joven no respondió, pero continuó mirando a Lisey. Ella se mordió el labio inferior.
—¿Cómo te llamas?—. Preguntó cuando ya no pudo resistir la mirada penetrante de la chica, la cual hubiese preferido estuviese vacía y no con todas esas emociones reflejadas.
—Amelia Orwell.
—Yo soy Lisa…
—Marsh. Lo sé.
Terminó la joven por ella, sin quitarle la mirada de encima.
—¿Cómo sabes eso?
—No estoy segura.
Lisey no supo si Amelia le mentía o no, pero no insistió, no sabía cuanto tiempo tenía hasta que ella desapareciera.
—¿Necesitas ayuda?
Amelia ladeó la cabeza, como si no comprendiera sus palabras.
—Puedo ayudarte.
Pero, ¿realmente podía hacerlo?
—Quiero saber en dónde estoy.
—¿Estás perdida?
—Creo que… sí.
Parecía pensativa. Miró a su alrededor, como si no entendiera como había llegado ahí.
—¿Eres de Bell Wood?
—No.
Eso podía complicarle y facilitarle las cosas, pero al menos sabía que no era de Bell Wood y con un nombre se podían hacer muchas cosas. Lisey echó un vistazo, pero no había nadie cerca. Ya de por si sentía que algunas personas la consideraban rara, bonita, pero rara; y sólo le faltaría que alguien la viera hablando sola.
—¿De dónde eres?
—Torre Blanca… creo.
—¿Crees?
—No estoy segura.
—Mira, quiero ayudarte, pero necesito que intentes recordar.
Amelia retrocedió y Lisey se preguntó si acaso la había ofendido, lo que no dejaba de ser gracioso. Ofender a un fantasma no era la principal de sus preocupaciones. Ni de sus problemas si lo pensaba bien.
—Mis padres —dijo entonces.
—¿Qué pasa con ellos?
—Ellos tampoco saben dónde estoy.
—¿Debería decirles que tú…?
—Todavía no.
Aquello la dejó perpleja y con la mente en blanco. No se esperaba eso. Lisey se llevó la mano a la frente, sin saber que debía hacer. Quizás sí era una mala idea después de todo, quizás debería hacerle caso a Chris y aceptar que a los muertos no se les podía ayudar.
—No entiendo, si no quieres que lo sepan, entonces, ¿qué quieres?
—Quiero que me encuentres antes.
—Pero, ¿en dónde estás? ¿Dónde te busco?
Lisey avanzó hacia ella, con un brazo extendido, tanto que casi podía tocarla. Amelia abrió la boca para contestar, pero justo entonces Chris comenzó a llamar a la pelirroja. Amelia negó con la cabeza y desapareció.
—Lisey —la mencionada permaneció inmóvil, repasando mentalmente todo lo que Amelia le había dicho —¿Lisey?
—Estoy aquí, Chris.
Su amigo dio la vuelta en aquel momento. El alivio se reflejó en su rostro.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada —respondió ella y, por primera vez, no se sintió culpable por mentirle, supuso que era porque sabía que él también le estaba mintiendo. Agradeció mentalmente no haber insistido en que le contaran lo ocurrido.
Chris la miró con el ceño fruncido, Lisey se veía normal, no lucía alterada como normalmente estaba tras alguno de sus encuentros sobrenaturales.
—Estoy bien, sólo recordé que mi madre quería que la llamara, ya sabes como es.
Y le dedicó una débil sonrisa.
—Sí, claro.
—Vamos, Chris, todavía nos queda media hora. Volvamos con los otros.
E hizo ademán de ir hacia la cancha de nuevo. Chris no la detuvo, pero la siguió, obediente en cierta forma. Rodrigo y Marcelo habían ocupado el lugar de Lisey, recargados en el árbol, ambos escuchando música del celular de King, cada uno con un audífono. No les prestaron mucha atención cuando volvieron a sentarse junto a ellos.
Lisey sacó su libro de nuevo y volvió a ocultarse detrás de el, pero no fue suficiente, pues era capaz de sentir la mirada de Chris sobre ella.
—Lisey —habló su mejor amigo finalmente. Ella apartó la vista de su libro.
—¿Ocurre algo, Chris?
—¿Puedes venir hoy a mi casa?
La pelirroja lo miró sorprendida. Hacia ya un tiempo que no la invitaba y ella había preferido no imponerse.
—No sé.
—¿Por qué?
—Tengo que estudiar.
Lisey se encogió de hombros. No le pasó desapercibido que Marcelo les estaba prestando atención.
—Puedes estudiar conmigo.
Nada le gustaba más que estudiar con Chris, pero en esos momentos necesitaba estar sola si quería ayudar a Amelia en lo que fuera.
—Me gustaría, pero no puedo.
—¿Estás segura?
—Sí.
Pero no lo miró y aunque Chris continuó mirándola fijo durante un minuto más ella no cedió. No lo haría, no esa vez.
Finalmente el timbre sonó, anunciando el final de clases y el pronto inicio de la próxima. Los cuatro amigos se levantaron y recogieron sus cosas antes de marcharse al salón de clases. Chris y Rodrigo se adelantaron y Lisey sintió un sabor amargo en la boca al pensar que se iban a poner a hablar de ella.
—Todos los tipos de esta escuela son unos pervertidos —dijo Marcelo a su lado, mirando a los chicos que se volvían para ver a la pelirroja caminar por el pasillo.
—Y tú su líder —replicó Lise con una sonrisa, Marcelo la retribuyó con ganas y se colgó de su brazo con agilidad.
—Sólo por ti, Lis.
—Sí, claro —dijo ella con sarcasmo.
—¿No me crees?
—Marcelo, desnudas con la mirada a cada chica de la escuela.
—No a todas.
Y el chico la miró con seriedad fingida. Lisey no pudo evitar soltar la risa.
—Eres tan tonto, Marce —murmuró, sin soltarse de su agarre, andando por el pasillo, mirando a Chris y a Rodrigo, los cuales iban muy juntos y hablando en voz baja.
¿Chris sospecharía que ella pretendía escuchar a los espíritus? No lo creía. Debía tratarse de otra cosa, de algo que inquietaba a Chris, pero, ¿qué? Una respiración entrecortada, unas manos frías como el hielo y la sensación de estar a punto de morir causándole cosquilleos por toda la piel. Eso era lo que le preocupaba a Christopher. La cripta del cementerio, aquella que no se usaba hacia casi cincuenta años.
No, se corrigió entonces, no era la cripta en sí, sino la cosa que habitaba en la cripta. Chris temía que Lisey fuese sola ahí.
Mientras caminaba junto a Marcelo no pudo evitar sentir cierto dolor al pensar en ello. Chris no confiaba en ella. No le creía cuando ella le aseguraba que no pensaba seguir aquel extraño deseo de volver al cementerio. Lisey no quería ir y se aseguraría de evitarlo a toda costa, entonces, ¿por qué diablos Chris no le creía?
Lisey no había confiado en nadie como en él, le había contado cosas que no le había contado a nadie más, pero para él no era suficiente.
Si antes había dudado en mentirle respecto a Amelia en ese momento estuvo completamente segura de estar haciendo lo correcto. Iba a ayudarla, iba a encontrarla y… y después ayudaría a cualquier otro espíritu que se lo pidiera.
Su abuela solía decir que la Diosa Sophia tiene un plan para cada criatura del mundo y quizás ese era el plan que tenía para ella. Por algo había recibido ese don. Había estado huyendo durante mucho tiempo, pero ya no lo haría más.
Mientras aquellos pensamientos pasaban por la cabeza de la pelirroja, Chris y Rodrigo hablaban en voz baja, lanzando breves miradas a su amiga, quién continuaba riendo de las tonterías de Marcelo.
—No creo que Lisey quiera volver a ese lugar —opinó Rodrigo cuando Chris volvió a mencionar que la chica se sentía atraída a la cripta.
—Yo tampoco lo creo —reconoció el chico de cabello negro —pero esa cosa de allá abajo podría obligarla a volver.
—¿Cómo podría un fantasma obligarla?—. Preguntó King, incrédulo, deseando no haber terminado con sus provisiones de dulces.
—¿Es que olvidas que ellos son capaces de lastimarla?
—No, claro que no, pero aún así no creo que nosotros… eh, debamos vigilarla. Lisey no ha hecho nada malo.
—Sólo intento protegerla —replicó Chris con furia.
Había esperado que Rodrigo lo comprendiera, por eso había preferido no hablar con Marcelo de eso, pero lo había dejado algo cortado la actitud de King.
—Lo sé, Chris, pero, ¿no crees que eso podría molestarla?
—No pienso hablarlo con ella. Ya lo hice una vez y fue suficiente.
—No lo parece, la verdad.
—Rodrigo —empezó Chris, mirando a su amiga rápidamente, ella no le prestaba atención —Lisey es mi mejor amiga, casi mi hermana y si crees que exagero al preocuparme por ella, pues sí, lo hago, pero eso no va a cambiar el hecho de que Lisey quiere volver a la cripta y aunque ella asegure que no lo hará eso no es ninguna garantía.
Rodrigo miraba hacia el frente, ya casi llegaban al aula.
—Lo sería si confiaras en ella —dijo entonces, consciente de que a Chris no le gustaría eso.
Y no se equivocaba, su amigo abrió la boca para responder, pero no llegó a formular ninguna palabra.
—¡Chris!
Lo llamó Vicky desde la entrada del aula, tenía la mochila rosa sobre los hombros y el cabello atado con un moño.
—Hola, Vicky.
Ella se puso de puntitas y le dio un beso en los labios. Rodrigo apartó la mirada con violencia, olvidándose de todo, de Lisey, de Marcelo, de Chris, de la jodida cripta.
—Hola, Rodrigo —lo saludó Vicky con una sonrisa.
—Hola —dijo él y entró al salón sin mirar atrás.
Chris supuso que seguía molesto por sus palabras anteriores, pero, a veces, Christopher White podía ser el más ciego.