La Intérprete: Visiones

8

—Otra partida, Lisey —le pidió Luke tras dos horas de jugar y tras casi haber terminado el nuevo videojuego de guerra del niño. 
—No, seguiremos jugando después. Tengo mucho que estudiar. 
—¡Mamá! —chilló entonces su hermano —dile a Lisey que juegue conmigo. 
Su madre, quién leía un libro en la sala, los miró y frunció el ceño. 
—Luke, tu hermana tiene que estudiar. ¿Por qué no sigues jugando solo? 
Lisey le agradeció a su madre con un movimiento de cabeza y se levantó para ir a su habitación. Su hermano hizo berrinche un rato más, pero finalmente se calmó y siguió jugando solo.  
—Me gustaría que vinieras, Amelia —dijo Lisey en voz baja, sentada frente a su escritorio, frente a sus libros pulcramente acomodados. 
Había planeado buscar a la chica en la red, pero hasta ese momento no había tenido el ánimo para hacerlo. Quería ayudarla, no tenía ninguna duda de eso, pero todavía se sentía inquieta.  
La pelirroja cerró los ojos y se recargó en el escritorio, con ganas de dormir, apenas había advertido lo cansada que estaba. Pensar tanto era realmente agotador. Pensó que después tendría que repasar sus apuntes para los exámenes. Historia era la que más odiaba y la que más se le dificultaba, por eso tendría que esforzarse mucho más en ella. 
Una mano se posó en su hombro. 
Lisey contuvo un grito y se volvió con brusquedad, dejando caer algunas hojas sueltas que tenía sobre el escritorio. Esperaba que fuera Amelia, pero no tuvo esa suerte. Era otro… otra persona. Un hombre joven, robusto, de cabello y ojos oscuros, con una extraña marca en el cuello, como si fuera una cicatriz. 
Lisey pensó en ignorarlo como hacia con todos los demás, pero recordó cual era la nueva misión que se había asignado a si misma. Era empezar de nuevo. Se acomodó el cabello y sonrió a medias, tratando de darle a entender que era amigable y no una bruja malvada. 
—Hola, soy Lisey. ¿Quién eres tú? 
—Finn Vallin. 
—¿Puedo ayudarte? 
El joven asintió y metió la mano en su bolsillo. Usaba una chamarra negra, demasiado grande para él; y pantalones azules, un poco rotos de las rodillas. Sacó lo que parecía un relicario. Lisey frunció el ceño, no muy segura de entender el mensaje o lo que fuera. 
—Dale esto a mi madre —y el espíritu extendió el brazo, con el relicario en la palma de su mano. Lisey vaciló un segundo, pero finalmente hizo lo mismo, segura de que sus dedos no podrían tocar nada más que aire, Finn Vallin lo dejó caer en su mano. 
—¿Cómo se llama tu madre? 
—Marie Vallin. 
Ese nombre lo sonó a Lisey. 
—¿Dónde vive? ¿Trabaja? 
—En la Búsqueda Soñada. 
Claro, pensó, por eso le sonaba. La Búsqueda Soñada era un pequeño restaurante justo al final de la calle de la escuela, su clientela era en su mayoría los estudiantes del colegio de Lisey. 
—Creo que la conozco. 
—Entrégaselo. 
—De acuerdo, pero dime —Finn desapareció —como moriste. 
Lisey suspiró y miró el relicario con atención, en su interior guardaba una imagen de Bilius. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo iba a darle eso a su madre? ¿Cómo decirle que su hijo muerto deseaba que ella tuviera el relicario? ¿Cómo? ¿En qué estaba pensando al ofrecerle su ayuda? Como si ella pudiese hacer tal cosa. 
Guardó el relicario en uno de sus cajones, pensando que más tarde decidiría que hacer. O al menos eso esperaba, porque no podía tener esa cosa guardada hasta el Día del Juicio Final. Se inclinó un poco y recogió las hojas del suelo, no había nada importante en ellas, sólo algunos ejercicios de matemáticas que hacia para pasar el tiempo. Sus amigos la llamarían empollona si la vieran. 
Lisey sonrió al pensar en ellos, en especial en Chris. Tomó el teléfono para llamarlo, pero se detuvo, recordando que su amigo tenía una cita con Vicky. Claro, pensó, había quedado con ella después de que Lisey rechazara estudiar con él. Le había dolido hacerlo, pero era necesario que ella y Chris estuviesen un rato separados, eso si planeaba continuar con su plan y supuso que así sería.  
Debió dormitar unos segundos, con los brazos recargados en el escritorio y la cabeza sobre estos, con el cabello cayéndole hacia adelante. 
Golpearon la puerta de su habitación. La chica volvió a sobresaltarse. Se giró, esperando que fuese Amelia, pero se dio cuenta que aquella interrupción no era nada sobrenatural, esta era de la Tierra de los Vivos. 
—Lisey, ¿puedo pasar? 
—¡Chris! 
La pelirroja casi saltó de su asiento a la vez que sentía como empezaba a enrojecer. El recién llegado no esperó a que ella respondiera y entró. Chris frunció el ceño al ver la expresión turbada que había en el rostro de su amiga. 
—Chris, no esperaba verte aquí. 
—Decidí venir a estudiar contigo y ya que no podías venir a mi casa, decidí venir yo. 
Sus ojos se posaron en el escritorio, donde nada indicaba que su amiga estuviera estudiando, sin embargo, decidió no decir nada y cerró la puerta detrás de él.  
Lisey se mordió el labio inferior y volvió a sentarse frente a su escritorio. Chris se quitó la mochila y se sentó en la cama. 
—¿Qué asignatura estabas estudiando? 
—Eh —Lisey lo miró extrañada antes de entender —iba a… repasar literatura, sí, eso es. 
Y tomó el libro, lo abrió en una página al azar y le sonrió a Chris nerviosamente, tratando de parecer normal. 
—¿Quieres que te ayude? 
—No. 
—Lisey —llamó entonces su amigo, cuando ella clavó la vista en el libro y fingió leer. 
—¿Qué pasa, Chris? 
—Tenías razón —dijo él en voz baja, dispuesto a confesar, esperando que con eso Lisey le contara también lo que estaba pasando con ella.  
—Generalmente la tengo —bromeó la chica —¿en qué fue esta vez? 
—Si pasa algo. 
Lisey lo miró, pero el rostro de Chris no le daba ninguna pista de lo que iba a decir. 
—¿Dónde está Vicky? —preguntó Lisey con cautela. No quería saber lo que Chris le ocultaba, porque entonces ella tendría que contarle lo que ocultaba.  
Chris no la miró, jugueteando con el cierre de su mochila. 
—Se fue a casa. Yo… le dije que tenías un problema. 
—Pero eso es mentira. 
—¿Lo es? 
—¡Por supuesto! —exclamó Lisey disgustada —no tengo ningún problema. 
Y le dio la espalda, deseando que le dejase tranquila y se fuera a besuquearse con Vicky o cualquier otra chica. 
—Me gustaría que confiaras en mí —dijo Chris con tristeza, mirando hacia la ventana, aunque desde su lugar no alcanzaba a ver gran cosa. 
—Me gustaría que tú hicieras lo mismo —replicó Lisey. 
—Yo confío en ti. 
—¿De verdad, Chris? 
Su amigo se levantó de la cama de un salto, haciendo su cabello oscuro para atrás con cierto fastidio. No le gustaba discutir con Lisey, tanto como no le gustaba verla llorar y ella parecía a punto de hacerlo en aquel momento. Chris llegó a su lado y se arrodilló enfrente de ella, tomándola de las manos, las cuales estaban heladas. 
—Quiero contarte lo que pasa. 
—No parecías querer hacerlo esta mañana. 
Murmuró la pelirroja, un poco ruborizada al sentir el contacto tibio y suave de Chris. ¿Cómo podía sentir tanto por su mejor amigo sin que él se diera cuenta? 
—No quería que te preocuparas por mí —admitió Chris, sin soltarla, deseando que ella lo comprendiera. 
Lisey levantó la vista, sorprendida. 
—¿Por qué me preocuparía por ti? ¿Te pasa algo? 
—No… no realmente —White intentó sonreír —lo que ocurre es que Marcelo y yo… Bueno, hemos tenido esta extraña sensación premonitoria.  
—¿Premonitoria? —Chris asintió —¿Rodrigo ha experimentado lo mismo? 
—Me parece que no. Y, ¿tú, Lisey? ¿Has sentido o visto algo así? 
Aquello la tomó por sorpresa. No creía haber sentido nada parecido durante los últimos días, pero lo cierto era que su mente había estado ocupada en otras cosas. 
—No. 
—Supongo que no es nada, ¿cierto? 
—No lo sé, Chris. 
La pelirroja no quería decirle nada más, le afligía mucho pensar en las rarezas de sus amigos, porque estaba segura que eran culpa suya. Ellos eran normales hasta que la conocieron. 
—¿Vas a decirme que es lo que te pasa a ti? —siguió Christopher. 
—No es nada. 
—Lisey… 
La chica se levantó de la silla para quedar frente a él, alzando los ojos para poder mirar su rostro, ya que Chris era unos diez centímetros más alto que ella. 
—Debes creerme, Chris. No pasa nada más que lo de siempre, los espíritus que vienen y me inquietan. 
—¿Alguno te ha lastimado? —preguntó el chico, volviendo a tomarla de las manos. Lisey no se opuso, mirándolo directo a los ojos. 
—No, sólo siguen… siguen viniendo por las noches. 
—Me gustaría que hubiera una forma de hacerlos parar. 
Lisey le sonrió, pero apartó las manos con suavidad. 
—A mí también me gustaría. 
Chris sonrió a su vez. 
—Lo siento si me porte odioso, pero me preocupas, Lisey. 
—Lo sé. Tú también me preocupas a mí —pero Lisa no volvió a mirarlo a los ojos —no creo que debamos tomarnos en serio esas sensaciones, probablemente no sea nada —mintió con naturalidad, todavía más preocupada. 
—Sí, seguro. 
—Anda, White, dejemos de perder el tiempo y pongámonos a estudiar. 
Chris asintió, pero no fue capaz de mencionar que evidentemente ella no estaba estudiando.  
—Debería repasar matemáticas.  
—Buena idea —respondió Lisey, aunque ella pensaba en historia, odiaba esa materia. Y ni siquiera podía pedir ayuda a Chris, pues su fuerte era filosofía, no la estúpida historia. 
—¿Alguno te ha pedido ayuda? 
Le preguntó Chris después de casi quince minutos de estar en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos y con los rostros ocultos tras sus libros. 
Lisey levantó la vista y frunció el ceño. 
—¿De qué hablas? 
—De… ellos. 
—No —vaciló —bueno, algunos, pero los ignoro. Tú tienes razón, ellos están muertos y no puedo hacer nada por ellos. 
—No quiero parecer posesivo, Lisey, pero eres mi mejor amiga, casi mi hermana y me preocupa mucho tu bienestar. 
Lisey asintió, pero fue incapaz de decir algo. Casi su hermana. ¿Por qué le dolía tanto si ella ya lo sabía? No podía verla de otra forma, no de la forma en que ella lo necesitaba. ¿Era que acaso no era lo suficientemente hermosa para Christopher?  
Chris la miró un segundo más, ajeno a los pensamientos de su amiga; y después volvió la atención al libro. Esperaba que Lisey estuviese bien, sabía que estaba acostumbrada a las cosas extrañas que veía, pero no por ello creía que su vida fuera fácil. Pensó entonces en Rodrigo, con un don también. La vida no era difícil para él, ¿verdad? Y, ¿Marcelo? ¿Él mismo? No eran tan normales como la mayoría de los habitantes de Bell Wood, quizás asemejaban más con la gente de Phineas; pero se las arreglaban. 
—¿Sabes si Rodrigo tenía planes? —le preguntó Lisey para cambiar de tema. 
—No, dijo que iría a casa —Chris pasó la página—. ¿Por qué lo preguntas? 
—Curiosidad. 
—¿No vas a preguntar por Marcelo? 
—No, seguramente está haciendo algo sucio. 
Chris soltó la risa, completamente de acuerdo. Benítez era un sucio pervertido, pero joder, era uno de sus mejores amigos. 
—¿Saldrás mañana con Vicky? 
—No lo sé. ¿Por qué preguntas? 
—Curiosidad —repitió la pelirroja, recargándose en el escritorio mientras encendía la computadora. 
—¿Quieres que hagamos algo juntos? 
Lisey no se volvió. No, no quería. Amaba a Chris, pero… él no la amaba a ella, eso era claro como el agua y lo único que Lisey podía recibir de él era su amistad. 
—No. Pasaré estos días estudiando. 
—Estudias demasiado, ¿no crees? Deberías salir más. 
—¿Estás preocupado por mi vida social, Chris? —preguntó Lisey en tono burlón. 
—Sólo pienso que te falta diversión. 
—Me divierto mucho con ustedes —le replicó ella —deja ya de preocuparte por mí. Estoy bien, mi vida está bien. Hasta mis amigos invisibles están bien. 
Eso hizo reír a Chris. Miró a su amiga, ella mantenía su atención fija en la pantalla del computador. Estaba bien, Lisa estaba bien, Marcelo también, incluso Rodrigo, aunque hubiese algo que le incomodara.  
Chris pensó entonces que él era el único que no parecía estar bien. Algo iba a pasar. Lisey y Rodrigo no lo creían, Marcelo seguramente sí, pero él, Christopher, sí; y cada fibra de su cuerpo no hacia sino hacerle sentir que pronto pasaría algo malo. 
 




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