Ninguno dijo nada.
Ninguno fue a buscarla.
Chris se resistió a llamarla a su celular y Rodrigo sólo miró por la ventana del salón. Marcelo los observó a ambos con sorpresa, pero él tampoco dijo nada. Le daba cierta alegría pensar que, seguramente, la pelirroja estaba ayudando a algún espíritu errante. Y eso le gustaba, al fin hacia algo en contra de las palabras de su querido Christopher.
—No se olviden del trabajo en equipos —dijo la profesora Cold —los revisaré todos a conciencia.
—Profesora —habló Ilse, levantando la mano. Faltaban tres minutos para que terminara la clase oficialmente.
—¿Sí, señorita Bouvier?
—¿Cuándo será el examen?
—En tres días. Estudien mucho, ¿de acuerdo?
Tras lo cual se marchó, mucho antes de que sonara el timbre. Los alumnos se apresuraron a imitarla. Marcelo miró a sus amigos, los dos se veían hastiados y un poco cansados. Seguramente se marcharían a casa sin demora. Él pensaba ir a buscar a Lisey, quizás lograra que le contara algo, no tenía que ser todo, se conformaría sólo con una parte.
—Exámenes, exámenes, exámenes —gruñó Rodrigo, caminando detrás de Chris.
—Deberías ir a casa a estudiar —dijo su amigo por encima de su hombro.
—Sí, debería.
—Y tú también Marcelo —añadió Chris mirando esta vez a su otro amigo.
—Los exámenes no me interesan. La escuela es puro trámite para que mi madre me deje en paz.
—Marcelo.
—Venga, Chris… ahora que no está Lisey, ¿eres tú quién actuara como mi madre?
—Ni siquiera te molestes, Chris —intervino Rodrigo —Marcelo es un caso perdido.
Marcelo rió al escuchar eso y vió a una chica a la cual se le había subido la falda al colgarse la mochila a los hombros. Un poco más y podría verle las bragas. Eso lo distrajo de la conversación.
—¿Qué haremos en la excursión?
—No lo sé, Rodrigo —respondió Chris —¿tienes algo en mente?
—Dijiste que podíamos patinar.
—No, tiré mis patines.
—Pero todavía servían, ¿no?
—¿Qué más da?
Y Chris se encogió de hombros, metiendo las manos en los bolsillos del suéter, mientras Newton y compañía aparecían en la esquina. No habían entrado a clase y por sus rostros parecían habérsela pasado mejor que ellos.
—Entonces supongo que no haremos nada.
—Deberías llevar tu radio.
Pero Chris no parecía muy interesado en el tema ni en la excursión. Pensaba en los exámenes, si quería aprobar el semestre tendría que sacar buenas calificaciones, estudiar duro e intentar no distraerse. Suponía que Vicky y sus amigos lo entenderían.
Marcelo se pasó una mano por el cabello rubio antes de volverse hacia ellos.
—Conseguí que mi padre me comprara un celular nuevo.
—Que bien —murmuró Chris, pero Rodrigo se animó de inmediato.
—Iré contigo a comprarlo.
—Sí, te lo iba a pedir. Yo no sé nada de esas cosas y necesito tu ayuda.
—¿Cuándo van a ir? —preguntó Chris.
—El fin de semana —Marcelo se volvió hacia Rodrigo —¿puedes ese día?
Rodrigo pensó en su madre, cansada y un poco malhumorada, en Fernando y en su padre, crudo e insoportable, con ese asqueroso olor y esa expresión en los ojos. Como si fuese un perro hambriento. De buen agrado cambiaría todo eso por cualquier cosa.
—Claro. ¿A qué hora?
—A las once, quiero dormir.
Loa dos comenzaron a reír, pero Chris rodó los ojos. Que fácil era no preocuparse por nada, convencidos de que la vida los llevaría tarde o temprano al lugar que merecieran. Ojalá que él pudiera pensar así.
Se despidieron en la salida de la escuela. Rodrigo quería ir a ver a su hermano y Chris tenía que llegar pronto a casa para ayudar a su madre a colgar las cortinas nuevas. No era el caso de Marcelo, quién tenía más libertad que ellos. No iría a casa hasta que fuera estrictamente necesario. Tenía algunos amigos en el billar de Otto. No la clase de amigos que estudian o se bañan, pero sí los que le conseguían cerveza sin importarles un comino que tuviese quince años. Y, claro, cigarrillos para Chris y Rodrigo, quienes lo hacían a escondidas de sus padres. A Marcelo, personalmente, no le gustaba el sabor del tabaco.
No había caminado ni dos calles cuando distinguió a Lisey, tenía las mejillas rojas y se cubría el cuello con las manos. El viento no era tan fuerte, pero ella parecía intentar protegerse de el. No lo vió, iba distraída.
Marcelo levantó la mano y estuvo a punto de gritar su nombre, pero entonces Lisey se detuvo y se giró hacia el camino de donde venía, como si alguien la hubiese llamado. Y así era, la pelirroja continuaba pensando en lo ocurrido en casa de Marie Vallin, preguntándose si había hecho lo correcto, si en vez de ayudarla la había jodido más. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la llamaron por detrás. Se volvió rápidamente. Era Finn Vallin.
—Por fin apareces —dijo sin poder evitarlo.
—Gracias.
—Sí, de nada —suspiró la chica, mientras Marcelo se acercaba a ella procurando no hacer ruido, escuchando únicamente las palabras de su amiga.
—Ella te creyó —Lisey asintió, pero Finn continuó hablando —mi madre cree en cualquier cosa.
—Eso puede ser malo.
Y de hecho lo era, que la mujer creyera en todo era malo, cualquier estafador podría aprovecharse de ella y sacarle todo su dinero. Lisey no había pensado en pedir dinero, pero no dudaba que hubiese gente sin corazón que sí lo hiciera.
—Quiero que la prevengas para que no sea presa de charlatanes.
—¿Qué quieres que le diga exactamente?
—Quiero hablar con ella
—No puedes hacerlo, estás muerto, ¿recuerdas?
—Tú traducirás.
—Por Sophia —gimió la pelirroja llevándose las dos manos a la cabeza. Esa mujer parecía bastante loca y desesperada y Lisey prefería no volver a verla.
—Eres la única que puede ayudarme —replicó el joven muerto, con aquella costura en el cuello y mirándola con ojos suplicantes.
Lisey quiso negarse, explicarle que no había ninguna garantía de que aquello sirviera de algo y ayudase a su madre, pero entonces pensó que no estaba ayudándola a ella, sino a su hijo. Si podía hablar con los muertos eso significaba que debía ayudarlos a ellos, no a los vivos.
—De acuerdo. Volveré a hablar con tu madre cuando estés presente, pero hoy no. He tenido suficiente.
Finn no respondió, limitándose a desaparecer. Lisey no pudo evitar preguntarse porque los fantasmas eran tan maleducados. ¿Tanto trabajo les costaba despedirse?
—¡Lisa!
Estuvo a punto de sufrir al pensar que alguien la había visto hablando sola. Se volvió. Había palidecido. Marcelo frunció el ceño al verla así, como si la hubiese descubierto haciendo algo indebido.
—Marcelo… eres tú.
Se llevó una mano a la mejilla y soltó una risita nada propia de ella. Y, ¿no estaba un poco ruborizada? No había duda, estaba haciendo algo que no quería que nadie supiera.
—¿Ya terminaron las clases? —preguntó Lisey y se acercó a él con paso normal.
—Lo de siempre —Marcelo la miraba con atención, la calle estaba vacía y no era probable que alguien además de él la hubiera visto hablando sola—. ¿Con quién hablabas, Lis?
—Con nadie.
—Te vi hablando.
—No, yo sólo…
—No soy tonto, Lis.
Lisey suspiró, derrotada.
—Era un chico —Marcelo arqueó las cejas, interrogativo —el hijo de Marie Vallin.
Comenzaron a caminar juntos.
—¿Quién coño es Marie Vallin?
—La gerente de la Búsqueda Soñada.
—Oh —Marcelo se llevó una mano a la frente —la vieja loca que le gusta quemar chile. Vive en mi edificio —añadió con suficiencia.
—Ya lo sé. Vengo de ahí.
—¿En serio? Debiste habérmelo dicho para que te acompañara.
—No quería que Chris se enterara —confesó Lisey en voz baja.
—Yo no se lo diré.
—¿Cómo piensas ocultárselo? Chris, Rodrigo y tú pueden leerse la mente, ¿no? Estoy segura que él notaría algo tan importante como esto.
—Siempre puedo bloquearle ese pensamiento.
—¿Puedes hacer eso? —lo miró con curiosidad.
—Rodrigo lo hace todo el tiempo, ¿cómo crees que le oculta a Chris que está enamorado de Vicky?
—¡Shh! —lo hizo callar Lisey de inmediato —nunca digas eso en voz alta.
—Lo sabías también.
—Claro que lo sabía.
—Como sea, Lis, si Rodrigo puede ocultarle algo así, yo también puedo ocultarle tu secreto. ¿Decidiste ayudar a los fantasmas?
—Sí, pero creo que no lo hice muy bien —y le contó lo ocurrido con Marie Vallin, incluido el desagradable olor y la locura que parecía impregnar el lugar.
—Así que volverás a verla —no era una pregunta.
—Eso creo. No estoy muy segura de que debo hacer exactamente, pero realmente quiero ayudar a ese chico. No puedo ni imaginar lo difícil que debe ser estar muerto, viendo a los que se quedaron. Y cuando encuentras a alguien que puede verte y no intenta eliminarte resulta no ser de mucha ayuda.
—Hiciste tu mayor esfuerzo, Lis.
Lisey se detuvo y lo miró.
—De eso se trata precisamente, no hice todo lo que podía. Ni siquiera me esforcé.
Marcelo no supo que decir para consolarla. Lisey se veía realmente afectada por lo ocurrido.
—Adiós, Marcelo.
—Lo harás bien la próxima vez —le dijo su amigo cuando la chica hizo ademán de alejarse.
—¿Tú crees?
—Obviamente, eres Lisa Marsh.
Lisey rió y sus ojos se iluminaron.
—Sí, tienes razón. Adiós, Marce.
Y la pelirroja se alejó, primero caminando por las calles con paso vacilante, después con paso firme y finalmente con normalidad. Dudó un segundo, pero al final comenzó a silbar una canción popular.
Marcelo sonrió al verla, siguiendo su propio camino, pensando todavía en sus palabras. Estaba ayudando. Sabía que eso le parecía peligroso a Chris y Marcelo sospechaba que así era, pero la idea de Lisey mintiéndole a Chris era demasiado como para resistirse.