El viento azotaba con fuerza a los pocos transeúntes que pasaban por las calles, casi eran las seis de la tarde y mucha gente prefería no salir de sus casas. Quizás lo hacían para no perderse la telenovela de la tarde, pero Chris creía que no sólo se tratara de eso. A veces creía que en Bell Wood había algo malo y no era sólo por el clima o por lo chismosa que podía llegar a ser la gente, sino porque parecía un lugar que atraía la mala suerte. Era fácil ir a la biblioteca pública y revisar periódicos viejos para darse cuenta que en el pueblo desaparecían demasiadas personas cada año.
—¿En qué piensas? —le preguntó Vicky, mientras ambos miraban por la ventana del pequeño Café Adler.
Las calles estaban vacías y aunque a Virginia le parecía romántico, a Chris le parecía un poco espeluznante.
—En nada.
—¿De verdad?
Chris sonrió y la tomó de la mano.
—Sí, Vicky. Sólo miraba la calle.
—A esta hora el pueblo parece muerto.
—Sí. Es como un pueblo fantasma.
Vicky dejó escapar una risita y se acercó más a Chris, dándole un suave beso en los labios.
—Pensé que te gustaba el silencio, Chris.
—No realmente, en ese aspecto soy más como tú, me gusta el ruido… y las fiestas.
—Es una lástima que no hayamos podido hacer un baile en la escuela; y di que lo intenté, incluso hablé con la directora, pero no conseguí nada, pues la excursión está planeada desde hace meses.
—Habrá que encontrar la manera de sacarle provecho, ¿no crees?
Y Chris le hizo cosquillas en el cuello. Vicky rió y volvieron a besarse, ante la atenta mirada del padre de Beverly, el señor Adler, quién no estaba dispuesto a aceptar “escenitas” en su cafetería, la cual era un lugar respetable.
Charlaron un poco más y después Chris llevó a Vicky a casa, se despidió de ella y de sus padre y se marchó. Intentó parecer calmado, pero no pudo evitar pensar en aquella sensación que lo inquietaba desde hacia días. Tenía que olvidarlo, pero no podía y además… además había pasado algo muy curioso mientras estaba con Virginia, algo en lo que había intentado no pensar, pero en ese momento volvió a su mente.
Antes de llegar a la cafetería el celular de Vicky había sonado, ella había pensado que eran sus padres, pero antes de que sacara el teléfono Chris ya sabía quién era. Amy Sullivan. Y así había sido. Vicky lo había mirado con sorpresa, pero no le había preguntado nada. Había despachado rápido a su amiga y después habían continuado con su camino.
Pero la idea había regresado. ¿Cómo lo sabía? Podía decir que había sido simple casualidad y que realmente no importaba, pero eso sería engañarse. Había acertado en ese pequeño detalle; y, ¿si acertaba también con aquel mal presentimiento? Necesitaba que alguien le dijera que no era nada, que tenía la imaginación alborotada de nuevo, pero, ¿quién? ¿Rodrigo? No, él no creía del todo en lo que sentía. ¿Lisey? No, tampoco era una opción.
Pensó entonces en Marcelo, él había sentido lo mismo. Podía hablar con él.
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Parecía que iba a llover. Esas nubes de arriba le daban mala espina. Tenía que volver a casa, seguramente su madre estaría vuelta loca, llamando a las madres de sus amigos.
Marcelo se terminó su cerveza de un trago y se despidió de sus compinches, todos mayores de veinte, aunque a veces también andaban por ahí Jonathan y Fred.
Antes de llegar a su casa fue hasta un teléfono público y llamó a Lisey, esforzándose por no hipar, ya sabía lo que su amiga diría.
—¿Bueno? —respondió Luke con la boca llena. Debía estar comiendo algo.
—Eh, Luke, soy Marcelo. ¿Me pasas a tu hermana?
—Hola, Marcelo. Ya la llamo.
Escuchó como Lucas dejaba la bocina a un lado. Marcelo miró su reloj, faltaba poco para las siete.
—¿Hola? —respondió entonces la pelirroja, su voz sonaba cautelosa.
Marcelo sonrió al imaginar su expresión.
—Lis.
—Marcelo. ¿Qué quieres?
—Saludar.
—Hola. ¿Algo más?
Marcelo rió cono loco, pero a pesar de ello Lisey no le colgó. Luke miraba televisión en la sala, mientras su padre cenaba en la cocina en compañía de su madre.
—Quería saber si te estabas portando bien.
—Yo siempre me porto bien, Benítez —y esa vez fue Lisey quién rió.
—Esa risa suena a que no te has portado bien últimamente.
—De acuerdo, lo admito —y Lisey bajó la voz —estoy a punto de portarme mal.
—¿Quién es el afortunado?
—¡No de esa forma!
—¿Ah no?
—No —dijo con firmeza, aunque un poco sonrojada —se trata de Marie Vallin —y le contó todo lo ocurrido entre susurros, asegurándose de que Luke no andaba husmeando por ahí.
—¿Te vas a escapar de casa, Marsh?
—No tengo opción, pero mientras mis padres sigan en la cocina no puedo hacerlo.
—Te vas a meter en problemas si te descubren —y Marcelo soltó un hipido mientras reía como tonto.
—¿Has tomado, Marcelo?
—Sólo un poco.
—¿Estás en tu casa?
—No.
—Date prisa entonces o tu madre se preocupara.
—¡Bah!
—Marcelo —lo riñó Lisey —vete a casa. Te llamaré allá en diez minutos y si no has llegado le diré a tu madre que bebiste.
—¡Lisey!
—Date prisa —y finalizó la llamada, convencida de que había hecho lo correcto.
Marcelo se quedó mirando la bocina del teléfono con una expresión estúpida antes de colgar, no muy seguro de si la pelirroja hablaba en serio o no, pero como no quería arriesgarse a que su madre le volviera a suprimir el dinero decidió hacer lo que Lisey había dicho y se fue directo para su casa.
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Se llevó una grata sorpresa al ver que su madre no parecía haber reparado en su demora, pero se llevó una mayor sorpresa al ver a Chris esperándolo, con una taza de té en las manos, charlando animadamente con Lou.