El fin de semana era, por estadística, el momento favorito de los adolescentes; o al menos de los adolescentes con amigos y planes nocturnos. O con novias que no estuvieran cabreadas.
Ese no era el caso de Christopher.
Había despertado un poco deprimido ese día, pero pensó que se le pasaría cuando se enteró que Avril saldría al cine con sus amigas. Tendría la casa para él solo, pero entonces se descubrió escuchando los pensamientos de su madre y optó por salir a dar una vuelta. Tenía una bicicleta, la cuál hacia años que no utilizaba, pero ese día lo había hecho, sólo para volver a casa veinte minutos después, confundido y molesto. Lo había intentado, pero no podía callar las estúpidas voces que parecían llegarle de todas direcciones.
Y luego estaba Vicky… lo había llamado para ver si quedaban en algo, pero no había sido así. Vicky había comentado lo ocurrido el día anterior y Chris, quién no estaba del mejor humor, le había respondido de una forma un tanto grosera. Terminaron gritándose a través de la bocina hasta que Virginia le colgó el teléfono con brusquedad, dejándolo para que siguiera su discusión él solo. Sí, ser Christopher White era la mejor cosa del mundo.
Chris miró por la ventana de su habitación con fastidio, aquel era uno de esos días en los que si se compraba un enano, este de seguro le crecía.
Detrás de su casa había un patio lleno de trastos, que era dónde jugaba su perro Spencer, este había muerto hacia dos años, pero a Chris todavía le dolía cuando pensaba en él.
Un día de mierda, eso era; y con las vacaciones cerca la cosa no mejoraba, además debía lidiar también con su telepatía descontrolada. ¿Cómo había ocurrido? No lo sabía y aunque había pasado toda la noche pensando en ello, no había encontrado ninguna explicación, pero esperaba poder hablar pronto con todos sus amigos reunidos para buscar una razón lógica o, quizás, alguna solución.
Las calles se hallaban casi vacías, en las dos horas que llevaba pegado a la ventana sólo había visto pasar a dos señoras rumbo al mercado, a unos chiquillos en bicicleta y a dos autos que casi parecían avanzar con indiferencia.
Chris se recargó en la silla donde se había sentado y subió los pies a la cama, su madre lo regañaría si lo viera haciendo eso, pero su madre no estaba en casa.
Quizás debería llamar a Vicky y pedirle una disculpa.
Chris recordó como se había dado la relación con Virginia, casi tres meses atrás. Les había tocado compartir mesa en el laboratorio de Química, habían hablado de forma regular hasta que Christopher se animó a invitarla a salir. Vicky aceptó tras pensarlo durante un par de días. No era nada personal, le había dicho, pero primero debía conseguir el permiso de sus padres, quienes querían conocerlo antes de dejarlo salir con su hija. Así que antes de la cita Chris había pasado cerca de una hora siendo interrogado por los padres de Virginia: Alberto del Valle y Sophia Tanner. Al final le habían autorizado salir con Vicky, tras calificarlo como “un buen chico”. Decente, estudioso y de buena familia, que a fin de cuentas era lo que más les interesaba.
La relación había empezado bien, aunque discutían seguido, lo cual le hacía creer que se iba debilitando, aunque no sería capaz de admitirlo. Quería a Vicky, de eso estaba seguro, pero no sabía si acaso estaba enamorado de ella. Jamás se había enamorado y por ello no sabía que era lo que se sentía. Aquellas eran las cosas que jamás compartiría con sus amigos y menos con Virginia.
Chris chasqueó la boca cuando observó una camioneta roja detenerse delante de su casa. Eran Avril y sus amigas. Se esforzó por no escuchar sus pensamientos, aunque le era difícil, sus voces mentales zumbaban como abejas furiosas.
Avril bajó de la camioneta y se despidió, la miró cruzar la distancia que había entre la calle y la casa, se le veía feliz e incluso tenía una sonrisa adornando su rostro. Eso era algo positivo, al menos así no estaría de mal humor y no se desquitaría con él.
—¡Ya estoy en casa! —anunció entonces su hermana desde el piso de abajo, mientras hacía tintinear las llaves. Evidentemente nadie le respondió, sus padres no estaban y Chris no iba a bajar a recibirla con aplausos y globos.
Christopher se levantó y buscó su abrigo azul detrás de la cama. Escuchó los pasos de Avril mientras subía por las escaleras.
“¿Dónde están todos?”
Escuchó aquel leve pensamiento y se enderezó, con el abrigo en la mano derecha, mientras se sujetaba de la pared con la izquierda.
—¿Hola?
—No están en casa —respondió Chris desde adentro, dándose prisa en ponerse el abrigo.
La puerta de su habitación se abrió y Avril entró, tenía una bolsa de tela en la mano y una expresión agria se había formado en su rostro.
—¿Dónde está mamá? —le preguntó entonces, mirando a su hermano con evidente desagrado.
—Se fue a Blue Moon.
Avril asintió y salió de la habitación, aunque Chris no estaba completamente seguro de que Carolina hubiese ido a reunirse con Elena Gordon, pero eso ya daba igual, lo importante en aquel momento era largarse de ahí ya mismo, buscar un sitio tranquilo y vacío, dónde no hubiera posibilidad alguna de recibir pensamientos e ideas ajenas. Pero, ¿en dónde? Esa era la cuestión, debía estar agradecido que la mayor parte de los habitantes de Bell Wood salieran a Torre Blanca los fines de semana.
Bajó de su habitación, Avril se había servido yogurt con cereal y se había sentado a ver la televisión, le lanzó una mirada al verlo pasar, pero no le dijo nada.
Chris salió de su casa a paso lento, pensando a dónde ir. Ni Rodrigo ni Marcelo estaban disponibles, quizás podría ir donde Lisey, aunque no le gustaba mucho la idea de escuchar los pensamientos de su mejor amiga.