La Intérprete: Visiones

8

 

Lisey sirvió otra ración de sopa tibia en el tazón de Luke, este era azul y el renacuajo lo tenía desde los cinco años, pero como los amigos de su hermana lo habían calificado de guay había pasado a ser una de las pertenencias más valiosas del niño.

—Me encanta la sopa de letra —dijo el niño con alegría.

—Lo sé, por eso te doy un poco más, pero recuerda que es nuestro secreto.

—Sí, Lisey.

La chica sonrió, pero no permitió que el menor la viera. Ante él tenía que ser dura y madura.

Había vuelto a casa poco después de las tres y media, después de pasar a recoger a Luke del entrenamiento. Su madre seguía en el negocio, así que le había tocado a ella darle al niño su comida. Sopa y un huevo cocido.

—¿Puedo echarle mayonesa al huevo?

—Sí, Luke —respondió la pelirroja de forma distraída. Se pasó una mano por la frente, apartando un mechón de pelo.

Guardó el resto de la comida en el refrigerador, estaba a punto de sentarse a comer cuando el timbre de la puerta comenzó a sonar. Lisey chasqueó la lengua, pero se apresuró a atender, preguntándose quién sería. Sus amigos seguramente no. ¿Y si…? Su corazón se aceleró al pensar que pudiera ser Marie Vallin, a lo mejor no había tenido suficiente con lo de esa mañana.

Lisey se acomodó el vestido, aunque estaba perfectamente acomodado ya y abrió la puerta.

—Lisey —habló el chico de cabellos negros, saltándose las reglas sociales debido a su impaciencia.

—Hola, Chris. No esperaba verte hoy —y la joven esbozó una sonrisa, sorprendida, pero encantada ante su extraña e inesperada visita.

Chris se mantuvo inmóvil.

—Espera sólo un segundo.

Lisey levantó una ceja, pero espero, mientras que Chris se concentraba tanto como le era posible. Podía oír fragmentos de pensamientos a lo lejos, podían oír la voz interior de Luke, quién, extrañamente, pensaba en Donna Newton. Y después de eso… nada.

Chris ladeó la cabeza, inseguro, esforzándose más. Lisey lo observaba de forma paciente, pero no ocurrió nada.

Christopher abrió los ojos, mirando fijamente a la chica, logrando que ella se ruborizara.

—¿Qué pasa?

—No te escucho.

—¡¿Qué pasa?! —repitió la pregunta, levantando la voz.

—Escuché tu pregunta —se explicó Chris —lo que no escuché fue…

—¿Qué?

—Tus pensamientos.

Se detuvo, sabía que sonaba como un loco y casi esperaba que Lisey comenzara a reírse de él, sin embargo, lo que la pelirroja hizo fue invitarlo a pasar.

—Luke y yo estamos comiendo. ¿Quieres un poco?

—Sí, gracias.

De pronto se dio cuenta de que estaba hambriento. Siguió a Lisa al interior de la casa, una oleada de recuerdos agradables lo inundó entonces. Había pasado los mejores años de su vida en esa casa.

—¡Hola, Chris! —lo recibió la voz alegre del menor de los Marsh.

—Luke, ¿cómo estás?

—Muy bien.

Lisey rió un poco y le dio la mitad de su comida a Chris, con Rodrigo aquello hubiese sido un problema, ya que el chico comía demasiado, pero White no.

—¿Cómo va el equipo? —quiso saber Chris al cabo de un rato, continuaba tratando de escuchar a Lisey, pero no podía. Escuchaba a Lucas, pero ella… era casi como si ahí no hubiese nadie.

Lisey rió ante las ocurrencias de su hermano, pero no dijo gran cosa. Sentía los ojos de Chris fijos en ella y eso era suficiente para ponerla nerviosa.

—¿Quieres jugar un rato, Chris? —preguntó Luke una vez hubieron terminado de comer, mientras Lisey lavaba los platos. Al momento se giró, con las manos llenas de espuma.

—Oh no, renacuajo, primero harás tu tarea.

—Pero, Lisey…

—Harás toda la tarea y después estudiaras. Todavía te falta un examen.

—¿También está en época de exámenes? —inquirió Chris con curiosidad.

—Sí, pero me gustaría que fuera menos quejoso —respondió ella.

—Que fuese más como tú.

—Algo así —y Lisey comenzó a enjuagar los platos. Chris se acercó y comenzó a ayudarla.

—Gracias.

—Recuerdo que esto era más divertido cuando estábamos los cuatro.

—¿No crees que es divertido ahora? —murmuró Lisey.

—Claro —Chris volvió la atención al grifo de agua.

—¿Qué querías decirme? —preguntó la pelirroja cuando acabaron de lavar y secar los platos y los cubiertos. Sobre eso su madre era muy escrupulosa.

—Algo me está pasando, Lisey.

—¿A qué te refieres?

Christopher le contó lo ocurrido, tanto lo de las pruebas del equipo como lo del cine y la tarde en su casa.

—¿En qué estoy pensando? —preguntó Lisey.

—Esa es otra cosa rara, parece que no puedo leer tu mente. Parece que tú eres la única a la que no puedo escuchar sus pensamientos.

—No tiene sentido.

—¿Qué?

—Nada. Qué de repente le leas la mente a todos, pero a mí no. Carajo, Chris, realmente estoy muy mal.

Su amigo frunció el ceño.

—¿Por qué tú estarías mal?

—Es obvio. Si nunca me hubieran conocido jamás hubiesen comenzado a experimentar esas cosas raras. Es mi culpa todo lo que les pasa. Yo estoy mal y…

—Cállate, Lisey.

—No, Chris.

—No es tu culpa y déjame decirte algo, conocerte fue lo mejor que pudo habernos pasado. Tú hiciste nuestra vida mejor.

La joven bajó la mirada, quería creer, pero ya sabía que eso no podía ser verdad. ¿Qué podía tener de bueno ser un bicho raro como lo era ella?

—Tú eres nuestro milagro, Lisey.

—Chris —y entonces su amigo la abrazó. Lisey trató de ser fuerte, pero no tuvo mucho éxito. Cerró los ojos y lo rodeó con sus brazos.

—Te quiero, Chris.

—Yo también te quiero, Lisey.

Pero estás palabras en lugar de aliviarla, la hicieron llorar, porque Chris sólo la quería como una hermana y ella…

Lisey hundió su rostro en el pecho de su amigo, mientras pensaba: “te amo, Chris, pero tú nunca lo sabrás.”




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