Los cuatro amigos se dirigieron a la salida, charlando animadamente. Lisey casi logró olvidar sus líos mentales, ignorando a los espíritus que se le cruzaban por el camino.
—Lisey traerá los bocadillos —decía Marcelo —Chris las bebidas y yo las mujeres.
—Muérete —siseó Rodrigo y todos rieron.
—Podrías llevar un termo de café —sugirió Lisey a Chris, hablando con más seriedad.
—¿No te gustaría mejor un poco de chocolate caliente?
Lisey rió. Su amigo la conocía muy bien.
—Si hay nieve seguro.
—Parece que iba a haber una tormenta —dijo Chris —y se supone que estará todo nevado para mañana.
—¡Me encanta la nieve! —gritó Marcelo por delante de ellos.
Tanto Chris como Lisey soltaron la risa, demasiado felices por el termino de las clases. Y por estar juntos.
Habían llegado casi al final de la calle cuando un automóvil se estacionó. Había un montón de chicas charlando en la acera y al verlo lo señalaron y se acercaron.
—¿Quién coño será ese? —se quejó Rodrigo, señalándolo también.
Lisey ya iba a regañarlo por andar señalando cuando reconoció el auto, quedándose fría.
—Debe ser algún tipo rico de la Ciudad —murmuró Marcelo, echando un vistazo rápido antes de continuar con su plática. Chris asintió, pero Lisey no logró prestarle atención.
La portezuela del auto se abrió y bajó un joven apuesto. Lisa se mordió la lengua. No era otro que Leonardo Marcotte, el capullo que había conocido en la calle días atrás.
Chris se volvió hacia ella con una sonrisa feliz.
—¿Lisey?
—Ah… perdona, no te escuché. ¿Decías algo?
—Una gilipollez —interrumpió Marcelo —ya sabes cómo es White.
La joven no respondió, volviendo a pasar de sus amigos; y esta vez no era por Leonardo, el cuál se había vuelto a mirarla cuando pasaron a su lado. No, era por ella. Amelia. Había aparecido al final de la calle, miró a Lisey durante un minuto entero y después desapareció, casi como si nunca hubiera estado ahí.