Cuando los padres de Marcelo decidieron separarse poco tuvieron en cuenta lo que su hijo sentía o pensaba. Simplemente se separaron, dividieron los bienes y se limitaron a continuar con sus vidas. Hasta que Laura conoció a otro hombre y su ex esposo se sintió gravemente ofendido. Entonces fue que la guerra comenzó.
Se habló largo tiempo de un juicio para definir la custodia de su único hijo, pero finalmente Hugo Benítez desistió. Tenía dinero y tenía las influencias suficientes para ganar en la corte de Torre Blanca, pero también tenía un hijo que ya no era ningún niño. Un adolescente de dieciséis años al que no podía controlar. Fue entonces que se limitó a consentirlo para que no le causara problemas y se conformó con pequeñas venganzas contra su ex esposa, las cuales se centraban en proveer al chico con todo lo que su madre no podía o no quería darle.
Y esa era principalmente la razón de que hubiera cedido ante las insistencias de su único hijo: tener sexo con una prostituta.
Hugo recordaba que las súplicas las venía escuchando desde que Marcelo tenía doce años, edad en la que había visto su primera película porno. Había sido un error del padre dejar esas cosas tan a la vista, pero era un hombre solo, ¿qué se suponía que hiciera?
En todo caso ya no importaba, el chico tenía dieciséis años y era capaz de entender lo que iba a suceder esa noche. Y además no era una mala idea, incluso él podría distraerse un rato, llevaba meses acudiendo a su mano y a sus películas.
Pero todavía quedaba el asunto de Christopher y Rodrigo, no creía que sus padres estuviesen de acuerdo.
Hugo se encogió de hombros, ellos también eran bastante mayorcitos para saber lo que hacían.
Golpearon la puerta del apartamento y Hugo se levantó de su asiento, dejando el vaso de vidrio lleno hasta el borde con refresco de limón sin gas, tal como le gustaba.
Pensó en espiar por la mirilla de la puerta, pero al final no lo hizo y abrió sin más, adivinando quienes eran.
Tras discutir durante diez minutos si era buena idea, Chris y Rodrigo habían entrado al edificio, subido el ascensor, recorrido el pasillo y, finalmente, golpeado la puerta. White estaba convencido, pero King no. Aunque no quería quedarle mal a sus amigos. Era sólo sexo y los muchachos de su edad lo hacían todo el tiempo, ¿verdad?
—Buenas tardes, señor Benítez —saludó Christopher.
—Hey, chicos.
—¿Podemos pasar?
—Claro, adelante.
El hombre se apartó para dejarles entrar. Su casa parecía más un museo que otra cosa, había toda clase de objetos elegantes y, sin embargo, no daba la sensación de hogar. No parecía un lugar muy habituado a la presencia humana, pero los chicos habían estado ahí incontables veces y ya estaban acostumbrados.
—Marcelo está en la ducha, no tardará en salir —les informó Hugo, volviendo a tomar asiento.
Rodrigo se fijó en el anillo que el hombre llevaba en el dedo pulgar, probablemente era de oro, pero a King le pareció vulgar.
—Ya —se limitó a responder Chris, mirando una enorme pintura de algo que parecía un dragón acechando una colmena. Rodrigo miró también, esa era una escena típica y ya habían visto esa pintura antes, sin embargo, al chico King le bastó una mirada a su amigo para comprender que no estaba contemplando la pintura. El chico de los ojos azules estaba sumido en su nuevo deporte favorito: escuchar los pensamientos ajenos. Y sabía que no eran los suyos.
Rodrigo le lanzó una breve mirada al padre de Marcelo. Él también sentía curiosidad por ese hombre que en lugar de frenar las perversiones de su hijo parecía alentarlas.
—Si quieren pueden esperarlo en su habitación —añadió Hugo.
—Estamos bien, gracias —repuso Chris, sin mirarlo.
—Esa pintura —habló Rodrigo, sabiendo que era su deber —¿dónde la compró?
—¿Esa? —se pasó una mano por la barbilla a la vez que se levantaba —me parece que fue un regalo. ¿Por qué? ¿Te gusta?
—Es interesante —respondió Chris por él, volviéndose.
—No parece un dragón de verdad —comentó Rodrigo, el cuál tenía una colección de cromos con imágenes de los dragones más feroces de Fenuel, todos extintos para su desgracia.
—Claro que no —dijo Hugo sin darle demasiada importancia —¿les gustaría algo de tomar?
Chris declinó, pero Rodrigo aceptó. No le caería mal algo para la boca.
Hugo asintió y se dirigió a la cocina que se encontraba al fondo, era bastante espaciosa, pero Marcelo decía que su padre nunca la usaba, cuando él se quedaba ahí siempre ordenaban comida.
—¿Y bien? —le susurró Rodrigo a Chris.
—Fue decepcionante.
Eso fue todo. Se conocían bastante bien para saber de lo que él otro hablaba, entre ellos la telepatía no era necesaria la mayor parte de las veces.
Unos minutos después apareció Marcelo, luciendo una camiseta nueva y un par de pantalones negros. A Rodrigo se le figuró como alguna clase de mesero, pero sabiendo lo fatal que se tomaría su amigo ese comentario decidió callar.
—Hey, capullos, ¿están listos? —era su saludo habitual cuando se sentía superior, con Rodrigo lo usaba con frecuencia, pero no con Chris. Ninguno de ellos parecía capaz de superar a White.
—Parece que tú ya —murmuró Chris.
—Es emocionante, ¿no crees?
—Yo lo calificaría de excitante —apuntó King y justo entonces Hugo Benítez salió de la cocina, llevaba un vaso con refresco de caramelo, esa porquería endulzada que tanto parecía gustarle a los menores y un plato lleno de cacahuates salados. Conocía el apetito voraz de Rodrigo.
—¿Ya se van?
—En un rato.
El plan era ir a comer algo ligero por ahí, volver a casa por Hugo y después marchar al cabaret, el cuál se encontraba en Torre Blanca. Tanto Chris como Rodrigo habían dicho en sus respectivas casas que se quedarían a dormir donde Marcelo. Aunque ninguno tenía en mente dormir esa noche.
—¿A dónde irán? —quiso saber Hugo, mientras Rodrigo apuraba los cacahuates.