Esa fue una de las tardes más extrañas en la vida de Lisey y, sin embargo, también fue un momento importante en su vida. A pesar del drama que se vivía en la casa Marcotte, la joven se sintió cómoda. Como si fuese una de ellos, casi sintió que pertenecía a esa familia y no pudo evitar preguntarse como hubiera sido su vida si desde pequeña hubiese tenido alguien como ella a su lado, un Intérprete en la familia que la entendiera y la guiara en el uso de su Don; pero su madre le había repetido hasta el cansancio que no había nadie más, sólo ella y por eso era tan especial. Aunque le pelirroja nunca lo había creído realmente.
La madre de Leonardo se llamaba Romaine Hillerman y tenía el cabello teñido de negro con un largo y grueso mechón plateado. Ella insistía en que era auténtico, su propio cabello envejecido, pero Lisey tenía sus dudas.
El interior de la casa era bastante cálido, con muebles grandes y resistentes y un tapizado en colores claros. Era un sitio acogedor.
—Señorita Marsh —Romaine había insistido en llamarla así.
—¿Sí, señora Hillerman?
—¿Qué opina de la tasa de crímenes en Torre Blanca?
Lisey ladeó la cabeza, sonriendo. Parecía que la madre de Leo realmente creía que ella provenía de Torre Blanca.
—Opino que todo se debe a la migración, usted sabe, tantas criaturas que dejaron Magadan y sus alrededores durante la Gran Guerra. El número de vampiros y hombres lobos aumentó un doce por ciento —conocía las cifras gracias a su padre.
—Oh sí, la Gran Guerra, esos fueron días oscuros —y la mujer se perdió en sus pensamientos.
La Gran Guerra había terminado en el año 982, pero previamente al final los días ya eran oscuros. Lisey no recordaba mucho de ello, pero sí lo suficiente para desear que esos días negros nunca regresaran.
—¿Un poco más de té? —ofreció Isaac, sentado frente a ella.
Se encontraban los cuatro en el comedor, una habitación enorme y llena de espejos. Lisey había tenido que usar todo su autocontrol para entrar, temiendo lo que pudiese ver reflejado.
—Sí, gracias —asintió Marsh, mirando su porción de comida: filete de pescado y papas hervidas, todo recubierto por una espesa salsa blanca cuyo ingrediente principal Lisey no alcanzaba a distinguir.
—Lo cierto es que Leo nos habló bastante de usted, señorita Marsh —comentó Romaine, saliendo de su sopor.
—Espero que cosas buenas —bromeó la pelirroja.
—Por supuesto, aunque olvidó mencionar que era usted tan hermosa.
—Gracias —respondió sin alterarse. Lisey sabía que era físicamente hermosa, pero no lo presumía ni lo tomaba demasiado en cuenta.
—Me recuerda a Amelia, esa muchacha es tan dulce —siguió Romaine —fue una lástima que se mudara a Torre Blanca, con tanta perversión y muerte.
—Romaine —intervino Isaac.
La mujer miró a Leo y asintió, guardando silencio en el acto. Lisey miró a su amigo, pero este no parecía afectado por las palabras de su madre.
—La próxima semana habrá una junta de padres en la clase de Caleb —comentó Isaac para cambiar de tema.
—¿No están de vacaciones? —inquirió Lisey, pensando que todos los colegios estaban en un descanso obligatorio, incluidas las escuelas de los magos.
—Nuestro sistema es diferente —respondió Leo.
—Mejor —añadió su padre.
—El sistema educativo de Bell Wood es bastante bueno —alegó Lisey.
—¿Bell Wood? ¿Eso que es?
—Mi hogar.
—Creía que era de Torre Blanca.
—Lisey es originaria del pueblo de Bell Wood —explicó Leo, dejando su vaso sobre la mesa.
—Pues nunca había oído hablar de ese lugar —insistió Romaine.
—¿No fue ahí dónde atacó un Insano hace años? —preguntó Isaac.
Lisey creía que sí, pero desconocía los detalles, ya que era de esas cosas de las que nadie hablaba. Ni de los ataques ni mucho menos de las muertes extrañas. La última víctima había sido una chica que no era del pueblo, Primrose le parecía que se llamaba, había sobrevivido al ataque, pero no recordaba lo ocurrido. Lisey recordaba también los murmullos de los adultos que mencionaban a los Purificadores, asegurando que habían aparecido en el momento justo para salvar a la chica.
—No lo sé, la verdad —respondió Lisey con indiferencia, mirando directamente hacia uno de los grandes espejos que había frente a ella. Durante un segundo creyó que nada pasaría, pero se equivocó. Una figura difusa se formó en el reflejo, una figura que la llamaba.
—¡Por Bilius! —chilló Romaine —¿quién es ese?
Lisey tragó saliva y se levantó. No era la única que podía ver aquello. Leonardo tenía los ojos muy abiertos y miraba la extraña forma que parecía tratar salir del espejo. Sólo Isaac mantuvo la calma, se levantó y cubrió el espejo con una manta.
—Esto pasa seguido —comentó como al descuido y siguió comiendo.
Lisey volvió a tomar asiento, pero por las caras de Leo y su madre supo que eso no era cierto, esa imagen no era normal y ellos nunca antes la habían visto. Se trataba del espíritu privado de Lisey.
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—Es hora de que me vaya —anunció la pelirroja de ojos verdes media hora después, cuando Romaine terminó de contar la historia del espíritu del mago que una vez le había pedido ayuda para llevar a cabo su venganza y proteger a su amada.
Una historia demasiado cinematográfica en opinión de Lisey.
—Por supuesto —asintió Leo, levantándose de su butaca. Esta era roja y aunque se hallaba un poco desgastada era bastante cómoda.
—Fue un placer conocerlos —dijo la chica, colgándose la mochila sobre los hombros —Isaac, señora Hillerman.
No se atrevía a llamarla “Romaine”, después de todo ella también los veía.
—El placer ha sido nuestro, querida —respondió Romaine, su marido convino la afirmación con un movimiento de cabeza.
Sin embargo, ninguno de los dos se ofreció a acompañarla a la salida y tampoco le ofrecieron un abrigo. A Lisey le bastó una mirada al abrigo de Leo que todavía la envolvía para comprender que estos creían que era suyo. Al parecer no sólo el padre era distraído.