La Intérprete: Visiones

9

 

Cada noche el Club Rojo abría sus puertas a todo aquel que deseara pasar un buen rato, a todo aquel que deseara perderse en la depravación de la vida nocturna.

Y como eso era lo que Marcelo Benítez más ansiaba en el mundo se hallaba ahí esa noche, moviendo el pie con nerviosismo mientras esperaba ser atendido.

El lugar era pequeño, pero las dimensiones del local eran lo de menos. Ya había visto a cantidad de hombres entrando en la parte trasera con jóvenes hermosas, de todos tamaños y para todos los gustos. Se preguntó que harían esas mujeres durante el día, ¿en dónde se meterían? ¿Cómo le harían para no ser reconocidas por todos esos hombres que de noche les pagaban por una cuantas caricias? Pero Marcelo apartó de su mente esos pensamientos más propios del paranoico de Chris que de él.

Rodrigo chasqueó la lengua por quinta o sexta vez, él, a diferencia de Marcelo, no se movía, mantenía fija su atención en el dorso de su mano, como si ésta fuese fascinante. A su lado se encontraba sentado Chris, con una mano en el cabello y la otra en el bolsillo, apretando fuertemente el fajo de billetes que Hugo Benítez le había dado a cada uno para que lo gastarán con quién quisieran. Una parte suya se moría de ganas de hacerlo, después de todo nunca pudo ir más allá de inocentes besos con Vicky, pero otra parte rogaba silenciosamente que no les permitieran hacerlo debido a su edad.

—Los siguientes, por favor —llamó entonces una voz femenina.

Era su turno. Los tres levantaron la vista, pero ninguno dijo nada, simplemente fueron desfilando uno tras otro hacia la parte de atrás, tal y como habían visto hacer a tantos hombres antes.

El otro lado era mucho más amplio que la sala de espera, estaba lleno de mesas de colores sugerentes y las damas se pavoneaban por todas partes, la mayoría usaba minifaldas de colores brillantes, medias en tonos pasteles y tacones altos.

—No sé ustedes —les susurró Marcelo —pero yo quiero una pelirroja.

Chris no dijo nada ante esto y Rodrigo ni siquiera lo escuchó, estaba embelesado mirando a todas las mujeres presentes. Si eran tan guapas, ¿por qué trabajaban en eso? Seguro que podrían conseguir trabajos mejores, como modelos, por ejemplo.

Una mujer alta y delgada se acercó a ellos, usaba algo muy parecido a un tutú de bailarina de ballet y su cabello rubio sujeto en una coleta tan tensa que era increíble que lo soportara sin ponerse a berrear.

—Buenas noches, caballeros —saludó con una voz ronca que intentaba en vano ser seductora—. ¿Están listos para escoger?

Marcelo casi daba saltitos mientras asentía. Su padre rió por lo bajo y Christopher palideció. Rodrigo, por el contrario, se puso colorado.

—Por aquí, por favor.

Y la mujer los dirigió hacia el mostrador donde se encontraban un par de jóvenes atendiendo clientes. A Chris no le pasó desapercibido que no se veían como las otras mujeres.

—Buenas noches —los saludó una de las chicas, con una blusa blanca y una sencilla falda azul, justo por debajo de la rodilla. Su aspecto no era en lo absoluto excitante.

La joven procedió a explicarles el procedimiento y les mostró un catálogo con fotos de las chicas, como si fuese simple mercancía. Marcelo comenzó a pasar las páginas, pero Chris no quiso mirar, arrepentido de haber aceptado ir. Rodrigo miraba a su alrededor, todavía avergonzado.

—Quiero esta —casi gritó Marcelo con impaciencia, señalando a una chica de apelmazado pelo rojo y pequeños ojos verdes. Rodrigo miró en el acto, conocía los motivos de su amigo para escoger a esa chica, pero, para él, esa joven no se parecía ni un poco a Lisey.

Chris miró también y frunció el ceño, pero antes de poder decir algo la chica escogida apareció y, sonriendo con coquetería, se llevó a Marcelo a una de las habitaciones, atravesando un largo pasillo.

Rodrigo intentó disimular su sorpresa. No era que adivinaran que era primerizo, aunque no dejó de preguntarse si ellas podrían realmente saberlo; y a todo eso, ¿qué pensaban de que fueran menores de edad?

—Es tu turno, guapo —dijo la mujer del tutú mirando a Chris.

—¿Tiene alguna chica que sea lo opuesto a la que mi amigo escogió? —preguntó White, sin dejar de mirar a la mujer, escuchando su parloteo mental, su desinterés por las chicas y los clientes. Quería comprar un televisor nuevo.

—Bueno, tengo una joven delgada y de cabello oscuro, tiene la piel bronceada.

—¿Y los ojos?

—De un hermoso color marrón.

Chris lo pensó un momento, no quería estar ahí, no quería follar con una desconocida, pero lo haría, claro que lo haría, sólo… sólo debía estar seguro que Lisey no figuraría en aquello.

—Está bien. Quiero esa.

—Por supuesto —Madame Tutú se giró hacia el largo pasillo—. Annie, querida, te necesitan por aquí.

La mencionada apareció y, sin mediar palabras, tomó a Christopher de la mano y se lo llevó.

La chica del mostrador, la de blusa blanca, miró a Rodrigo con cierta calidez. King tragó saliva, era su turno.

—Ah… —dejó escapar de una manera muy estúpida. Hugo le puso una mano en la espalda.

—Tranquilo, muchacho.

Rodrigo se sobresaltó, pero asintió y tomó la carpeta que tenía frente a él. Podía escoger a la chica que quisiera, pero no pudo hacerlo. Ni siquiera llegó a abrir el muestrario cuando la chica de la blusa blanca le sonrió con ternura, tomándolo de la mano.

—¿Es tu primera vez haciendo esto? —el chico se puso colorado, pero asintió—. Emma, yo me haré cargo de este —le dijo a la mujer del tutú, la cuál debía ser la jefa, esta asintió y tomó su lugar detrás del mostrador.

La joven de blusa blanca se llevó a Rodrigo a la parte trasera.

—No hago esto seguido —le confío ella, mientras lo llevaba de la mano por el largo pasillo —pero mi debilidad son los chicos de preparatoria.

Así que lo sabía. Rodrigo deseó poder leer mentes como Chris, quizás podría sentirse menos imbécil, aunque eso no era novedad.




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