Lisey hojeó el libro de Matemáticas con aire distraído, resolviendo ejercicios al azar. Seguía pensando en lo ocurrido en casa de Leonardo, pero no eran los gemelos ni los padres los que ocupaban su mente. No, era la cosa del espejo. El ente de la cripta.
Siempre había pensado que ahí abajo había algo, pero, ¿qué era en realidad? ¿Se trataba de un simple fantasma? ¿Un espíritu descarriado en busca de ayuda? O, quizás, de algo más. ¿No había hablado Leo sobre espíritus oscuros?
Lisey cerró el libro de golpe, estirando los brazos por encima de sus hombros. Era una tontería, porque incluso si esos espíritus oscuros existieran… ella no era capaz de verlos, estaba segura. Se esforzó por no pensar en eso y miró la hora en su reloj de pulsera, pasaban de las once de la noche.
No había recibido ni una sola llamada de sus amigos en todo el día. Se preguntó que estarían haciendo, quizás podría llamar a Chris y quedar con él para el día siguiente, podían ir al parque a mirar aves. No era que fuesen fans de la ornitología, pero era divertido ponerles nombres a cada una de ellas. Esa era una actividad que sólo compartían entre ellos dos, ya que Marcelo decía que era estúpido mirar pájaros y Rodrigo no tenía la suficiente creatividad para inventar nombres, todos terminaban llamándose Thomas o Timothy.
Un chasquido a su espalda la hizo volver el rostro. No con miedo ni sorpresa. Últimamente ya no le parecían tan desagradables las visitas exteriores. Era como si, finalmente, se hubiese acostumbrado a ellas, cosa que no había logrado hacer antes. Sabía que mucho de ello tenía que ver con su decisión de ayudarlos en vez de evitarlos.
—Leo no es el hombre que aparenta ser —fue lo primero que Mía dijo, sin esperar.
Lisey la observó con atención. La joven fantasma parecía bastante triste y Marsh adivinó que sus motivos no tenían nada que ver con la muerte, que tenía esas aflicciones desde mucho antes.
—Lo suponía.
Mía soltó una carcajada cargada de amargura y miró por la ventana.
—Claro que sí. Tú no eres como el resto, Lisey.
—Soy una Intérprete —replicó la pelirroja.
—Eres dura —siguió Amelia como si no la hubiera escuchado —no eres como yo, no eres débil. Tú podrías enfrentarte a lo que fuera y no… no te aferrarías a nada.
—No puedes saber eso.
—Pero lo sé.
Lisey se levantó y llegó hasta ella, aunque no intentó tocarla. Para ella, el contacto físico con los espíritus no era imposible, pero no era agradable, por lo tanto lo evitaba.
—¿Qué pasó entre Leo y tú antes de morir?
—¿Él no te lo dijo?
—No se lo pregunté.
Mía giró el rostro y suspiró. Cualquiera hubiera pensado que era una chica común y corriente. Nada sobrenatural en ella. Lisey recordó la primera vez que la había visto, en lo enferma que parecía. En lo muerta que se veía.
—Llevaba un par de meses viviendo en Torre Blanca cuando morí.
—Pero tú eres de Bree.
—Lo era. Ellos nunca me perdonaron por haberme ido.
—¿Ellos?
—Leo y su familia. Son gente cerrada. Estúpida. Yo no, yo… creía que era diferente. Yo quería ver mundo. Quería… quería tanto —y su mirada se cargó de expectativas.
Lisey pensó que parecía una mujer a punto de sufrir un ataque, sin embargo la dejó que continuara. No había peligro de un derrame cerebral o un ataque cardíaco.
—Pero yo estaba atada —siguió Mía —atrapada en ese sitio. Conocí a Leo en el colegio, debíamos ser unos niños. En ese entonces él no significó nada para mí, no fue hasta años después, cuando tenía quince años. Nos vimos en una fiesta en su casa —la joven sonrió —fue como si lo viera por primera vez.
—¿Fue entonces que se enamoraron?
—En lo absoluto, sólo confirmé lo poco que me agradaba. Era arrogante y engreído. Ver fantasmas y cosas que otros no lo hace sentirse superior. Me dije que tenía que evitarlo, pero coincidimos en la fila de un cine en Torre Blanca una semana después y cuando se ofreció a pagar mi boleto acepté. Sigo sin tener muy claro porque lo hice.
—Cine gratis —sugirió Lisey, tan práctica como siempre, mientras se recargaba en la pared con los brazos cruzados.
—También lo pensé, pero cuando me invitó a salir de nuevo no pude negarme. Antes de darme cuenta estaba completamente enamorada de él. Y olvidé mi inconformidad. Quería estar con él para siempre.
Lisey la entendía. Uno de sus deseos más grandes era sobresalir, conocer el mundo, pero sabía que si Chris le pidiera que renunciara a eso y se quedara a su lado ella lo haría.
—Pero él no pensaba igual. Él… Leonardo, sólo pensaba en fantasmas. Cuándo me lo dijo, yo… no supe que decir, pero nunca dejé de creerle.
—¿Terminaron?
—Lo hicimos, pero no fue por eso.
—¿Qué ocurrió?
—Llegó una beca a casa, una beca para mí. ¿Te das cuenta? Podía ir a la universidad de Torre Blanca. Podía… podía salir de ahí. Pero Leo no. Le pedí que fuera conmigo, se negó. No quería oír hablar de eso. Y entonces le dije que se acababa. Volvió a negarse. Y me fui. Al día siguiente me buscó, pero yo estaba decidida, Lisey. Y sólo me quedaría con una condición.
La fantasma guardó silencio, mirando hacia afuera de nuevo, casi perdida en sus recuerdos.
—¿Cuál era esa única condición? —quiso saber Lisey cuando el silencio amenazaba con prolongarse mucho más.
—Le dije que si quería que me quedara en Bree con él, tenía que terminar con el asunto de los fantasmas —Mía volvió a suspirar —adivinaras su respuesta. Para él sólo era una “tontería”.
Lisey frunció el ceño, considerando las palabras de la chica. Antes hubiese estado de acuerdo con ella, pero en ese momento… creía entender a Leonardo.
—¿Qué pasó después?
—Acepté la beca y fui a Torre Blanca. No volví a saber de Leo hasta que… desperté.
Lisey entendió que se refería a su retorno como espíritu. Quiso indagar sobre ello, sobre todo aquello que la chica pudiese recordar, pero antes de terminar de decidirse a preguntar Amelia le dedicó una triste sonrisa y desapareció.