La Intérprete: Visiones

21

Christopher White despertó de golpe, con la frente cubierta en sudor, pese al frío que sentía, sobre todo por la sencilla camiseta que usaba. Nadie había encendido la calefacción todavía, pero aún así...

El accidente, ese maldito accidente.

Chris miró por la ventana de su habitación. La primera nevada había ocurrido esa noche.

—No se trataba de mí —murmuró, con la voz temblorosa —el accidente no era sobre mí, sino... sobre ella... Lisey.

Y Leonardo Marcotte.

Y el asesino, el cuál estaba...

¿Una gorra de Le Pierre? Una idéntica a la que había visto usar a Rodrigo en más de una ocasión, pero esa gorra no era suya, sino de Fernando.

¿No había sido Fernando quién había aclarado su cabello unos días atrás? Chris creía que sí.

La urgencia volvió a apoderarse de él.

Tomó su celular de la mesita de noche y descubrió tres llamadas perdidas de Lisey. No se dio tiempo a pensar nada, llamándola en el acto.

La pelirroja respondió al momento.

—¿Lisey?

—Por fin respondes —le gruñó ella —te he llamado cientos de veces.

No había sido así, pero Chris no quería discutir con ella sobre eso.

—¿En dónde estás?

—En la biblioteca. Iba a reunirme con Leo, pero el señor Morris me dijo que se ha marchado.

"¿El señor Morris? ¿El bibliotecario muerto?", pero Chris tampoco preguntó sobre eso.

—Escucha, Lisey. Por nada del mundo vayas a subirte a un autobús o a cualquier otro vehículo.

—Lo sé, los caminos están resbalosos. Papá dijo que... —se interrumpió como si alguien la hubiese llamado, pero Chris no escuchó absolutamente nada—. El señor Morris lo ha encontrado. Va rumbo a la parada del autobús. Seguramente vuelve a Torre Blanca.

—¡Lisey! ¡Espera!

—Reúnete con nosotros ahí, Chris.

White había salido ya de su casa, poniéndose apenas un suéter viejo, con un reno bordado. No le cubría lo suficiente del frío, pero no le importó.

—¿Van detrás del tipo de la gorra de Le Pierre? —intentó a la desesperada, jadeando a causa del mal clima y de haber empezado a correr.

—¿Cómo lo sabes? —le replicó la pelirroja.

—Lisey, escúchame, lo soñé. O no. Lo ví, tuve una visión, de alguna forma yo... yo me conecté con la mente del asesino —Lisey soltó un grito—. Lo sé, suena horrible.

—¿Pudiste verle la cara?

—No, la gorra lo cubría, pero...

—Si Leo lo persigue debemos darnos prisa.

—¡No! —gritó Chris con desesperación—. No lo hagas. Detente.

—¿De qué estás hablando? El asesino...

—El accidente del autobús... con el que soñé durante la excursión a Torre... Blanca. Será hoy...

—¿Cómo lo sabes?

—Un día después de la primera nevada —Chris podía visualizar ya la biblioteca pública de Bell Wood. Le dolían las piernas y el sudor le caía a chorros por el cuello debido a su loca carrera. Estaba relativamente en forma, pero no lo suficiente—. Lisey, te ví en mi visión. A ti y a Leonardo Marcotte. Estaban los dos en el autobús.

La pelirroja no respondió, pero Chris supo que se había detenido, considerando sus palabras. Debía darse prisa, la parada del autobús estaba a la vuelta de la biblioteca.

—Chris —era su amiga, hablándole por el móvil que tenía pegado al oído —si el asesino va también en ese autobús, Leo no dudara en seguirlo. Debo detenerlo. No puedo dejar que ese autobús se vaya.

—¡Lisey! ¡Espera!

Pero Marsh no esperó, finalizando la llamada.

Chris maldijo en voz alta, ganándose las miradas reprobatorias de una pareja que caminaba empujando un cochecito de bebé. No le importó, dando la vuelta por la calle de la biblioteca.

Lisa estaba ahí, corriendo hacia el autobús, el cual se había detenido ya, dejando subir a los pasajeros. Chris no vio a Leonardo ni al hombre de la gorra, pero esto pasó a segundo plano cuando logró alcanzar a la pelirroja, tirando de su abrigo para obligarla a detener.

Lisey reaccionó por puro instinto, liberándose con un codazo al abdomen de su atacante. Su padre le había enseñado algunos movimientos de defensa personal en caso de estar en problemas.

—Lisey —se quejó Chris, retrocediendo.

Marsh se detuvo entonces, girándose un momento.

—Chris —miró hacia adelante —lo siento —y siguió su camino hacia el autobús.

Chris logró detenerla de nuevo, tomándola del brazo.

—Espera.

—No. Debo detener ese autobús.

—Lisey.

Pero ella se liberó de su agarre 
corriendo, con los brazos extendidos por arriba de su cabeza.

—¡Detengan el autobús!

Algunas cabezas se volvieron a verla, pero Lisey pasó de ellos, incluso de Chris, quién no dejaba de seguirla, tratando de detenerla.

El chófer del autobús debió verla, ya que la espero, incluso si todos los pasajeros ya habían subido.

Lisey corrió el último tramo, con las sienes latiéndole con fuerza, viendo el espíritu de un hombre sentado junto a la ventanilla.

—Lo siento mucho —empezó la pelirroja, mientras Chris le daba alcance —pero debe detener el autobús.

—Lisey —la llamó Chris, mirando hacia el interior del autobús. No había ahí ninguna niña con un vestido de flores. Ni tampoco había rastro de Leonardo.

—¿De que hablas? Paga o lárgate.

—No puede ir a Torre Blanca —le insistió Lisey, ignorando la voz de Chris llamándola.

—Este autobús no va a Torre Blanca —le cortó el chófer con enojo.

Chris escuchó sus pensamientos, lo mucho que odiaba la nieve y a las mujeres histéricas. Quiso golpearlo cuando lo escuchó pensar en hacer callar a Lisey de forma violenta.

—¿Qué dijo? —replicó Marsh, ajena a esto.

Chris la tomó del brazo, obligándola a volverse.

—No es el autobús.

—¿Qué?

—Leonardo no está aquí.

Lisey miró entonces, con los ojos desorbitados. El autobús iba medio vacío, porque era un autobús local. Su zona era Bell Wood, no iba a Torre Blanca.

—Páguenme o largo de aquí —insistió el chófer, pero Chris no tuvo ni que pensarlo, sacó a Lisey de ahí, la cuál seguía en silencio.




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