Había estado muy cerca de ser atrapado, pero lo cierto era que el asesino no se esperaba que ese tipo, Leonardo Marcotte, fuera capaz de encontrarlo.
¿Cómo lo había hecho?
Sabía que había estado en su trabajo haciendo preguntas, como si acaso él supiera... pero no había forma de que lo supiera. No la había.
El asesino corrió entre la nieve. Habían caído dos centímetros esa tarde, dos días después de la primera nevada. Había tenido suerte y no había sufrido sino una pequeña contusión en la cabeza. Nada grave.
Si no hubiera reaccionado a tiempo seguramente hubiera muerto. Había sido esa mocosa o él. Una simple cuestión de supervivencia.
Había dado un nombre falso y después había huido del hospital. Su madre ni siquiera se dió cuenta de su ausencia. Veía un programa de televisión, un concurso o algo así.
Así que esa noche había acudido a la funeraria, sólo quería confirmar lo que sabía.
Ese hijo de perra de Marcotte estaba muerto. Tan muerto como la Ramera Sucia de su novia.
Se tropezó con la nieve, cayendo de bruces sobre esta. Le dolió la cabeza, pero no se movió. Su respiración era baja, pesada. Decidió esperar.
Había pensado en huir de Bell Wood, pero si Marcotte estaba frío ya no representaba un problema.
Y en cuanto a la pelirroja...
El dueño de la gorra de Le Pierre sonrió, tenía las encías ensangrentadas y le escurría la nariz.
La había visto adentro, con sus amiguitos. Seguro que los tres se la tiraban. Cosas de Rameras y de Putas.
—Le enseñaré —jadeó, levantándose —voy a enseñarle a esa Cerda.
El asesino escupió a un lado y se pasó una mano por el cabello, de un tono claro, cortesía de la estética de los Cook.
Y eso le hizo recordar que su lugar especial ya estaba disponible y completamente listo para recibir a una nueva huésped, una pelirroja, hermosa y muy puñetera.