Sabrina todavía no sabía muy bien cómo estaba ocurriendo esto. Estaba con sus héroes supuestamente ficticios armados hasta las cejas, en un parque lleno de polvo de monstruos. Todo tenía una explicación, un motivo, una solución... solo que no sabía cuál era. Todavía. Pensaba llegar al fondo de todo aquello costara lo que costase.
Sabrina seguía con el libro entre las manos que por culpa de la tensión le habían comenzado a sudar. De repente, tuvo una idea espantosa. Si la historia estaba cambiando, a lo mejor no desenlaza bien por culpa de aquella parada técnica en España. Ella tenía que hacer algo, tenía que asegurarse que todo siguiera su curso. Dioses, era una locura, una teoría sin sentido y precipitada. Pero algo dentro de su interior le decía que debía asegurarse, que ese era su cometido.
- Tengo una idea. - les dijo a los semidioses antes de perder el valor. - Seguramente la aceptaréis porque sé mejor que bien que necesitáis todo tipo de ayuda.
- Te escuchamos. - dijo Annabeth recuperando interés en ella.
Antes de que pudiera darse cuenta, se puso en marcha la idea que tuvo Sabrina y se dio cuenta de que ya no había marcha atrás. Era un plan calculado y meditado durante al menos tres segundos, ¿qué podía salir mal?
Después de concretar los precipitados detalles con sus nuevos aliados, volvió a casa con el libro en las manos y una estúpida sonrisa en la cara. Entró por la puerta y se encontró con sus padres sentados en el salón viendo una película.
- ¡Papá, Mamá! - dijo casi a gritos.
- ¿Qué pasa cariño? - dijo su madre alerta, observándola con esos ojos gris verdoso que tanto podían llegar a intimidar.
Su madre era una empresaria en toda regla: siempre bien vestida, con sus cabellos negros bien peinados y una afilada lengua que podía poner en orden a cualquier masa enfurecida. Era madre, una estupenda cocinera y jefa de su propia empresa. Había días en los que Sabrina se llegaba a preguntar si utilizaba algún tipo de mágica para poder abarcar todo lo que hacía.
Josh, su padre era todo lo contrario a su madre. Luz, tranquilidad y alegría. Los opuestos se atraen, o eso es lo que dicen siempre. Si necesitabais alguna prueba, los padres de Sabrina son un buen ejemplo. Josh era un hombre rubio de ojos verdes que transmitía armonía fuera a donde fuese. Siempre había amado la música y le transmitió ese sentimiento a Sabrina a lo largo de la infancia.
Siempre habían sido protectores pero a su vez la dejaban descubrir mundo por si sola y correr las aventuras que quisiera.
- Va a venir una amiga a casa, me ha invitado a pasar el verano con su familia y quería hablarlo con vosotros antes.
- ¡Eso es estupendo! - dijo muy emocionada su madre - ¿A qué hora viene? ¿Me da tiempo a preparar un bizcocho?
Sabrina amplió su sonrisa. Su madre y los bizcochos de yogurt. Un clásico en la familia Walker.
- Tardará un par de horas, creo que te da tiempo a hacer hasta galletas.
Su madre salió corriendo hacia la cocina y Sabrina decidió escabullirse en su cuarto para prepararlo todo. Con una amplia mochila en las manos corrió hasta su estantería. Guardó todos los libros que necesitaba; el Héroe Perdido, el Hijo de Neptuno, la Casa de Hades, Sangre del Olimpo... y el resto de los libros que tenía sobre mitología y del mismo escritor. También metió el libro de La Marca de Atenea junto con bolígrafos, un calendario y varios cuadernos. Guardó muchas más cosas que presentía que iba a necesitar, nunca se sabía. Cerró la mochila y corrió a su armario.
Sacó su maleta de debajo de la cama y medio armario en ella: ropa de verano, pijamas, ropa más abrigada, de sport, vaqueros de todos los colores, camisetas, chaquetas, cazadoras… Después sufrir serias dificultades para cerrarla y guardar cosas varias en otra bolsa amplia, fue a la cocina para ver que hacía su madre. Cuando llegó a la espaciosa sala inundada por el honor de la masa recién horneada, el timbre sonó.
- Seguro que es tu amiga. - dijo su madre sonriendo con una bandeja de galletas en las manos - Ve a abrir la puerta tú.
En la puerta estaba su nueva amiga Piper que la guiñó un ojo. Todo estaba en orden en el Argo II. "Gracias a los dioses" pensó Sabrina.
- ¡Hola! - dijo su madre sonriendo excesivamente - Tu debes de ser la amiga de Sabrina. Piper, ¿verdad?
Un escalofrío recorrió la espalda de Sabrina. No le había dicho el nombre de la hija de Afrodita a su madre. Estaba casi segura de que no lo había mencionado siquiera. ¿Cómo lo había sabido? ¿Por arte de magia? Eso era imposible, una estupidez. Se le habría escapado en algún momento y no lo recordaba. Seguro que era eso.
- Sí, soy Piper McLean. – dijo la semidiosa desvelando los turbios pensamientos de Sabrina. – Encantada de conocerla.
Su madre observó a Piper de una forma calculadora, escaneando por completo a la hija de Afrodita. Aun así, no faltó una sonrisa excesivamente deslumbrante. Una pequeña parte del sentido común de Sabrina la susurró que estaba siendo demasiado fácil todo, casi como si su madre lo esperase. Pero decidió no darle más importancia.