Durante el tercer ataque, Hazel estuvo a punto de comerse un canto rodado. Estaba mirando la niebla con los ojos entornados, preguntándose cómo era posible que les costase volar a través de una ridícula cordillera, cuando las alarmas del barco sonaron.
- ¡Todo a babor! – gritó Nico desde el trinquete del barco volador.
De nuevo al timón, Leo tiró de la rueda. El Argo II viró a la izquierda, y sus remos aéreos hendieron las nubes como hileras de cuchillos.
Sabrina corrió a su lado y extendió las palmas de las manos creando una barrera protectora alrededor del barco (como una especie de burbuja), con la esperanza de evitar la mayor parte de impactos.
- No aguanto a los cara roca – se quejó al lado de Leo.
- Nena, ya somos dos.
Sabrina suspiró e intentó esconder la gran sonrisa que empezaba a asomarse por sus labios.
- ¿Cuántas veces al día te digo que no me llames nena? – dijo sacando un arco mágicamente de su espalda y apuntando al cielo.
Leo agitó los mandos de la Nintendo Wii, haciendo que todo el barco girase más de lo necesario, provocando que los objetos de dentro se movieran y tambaleasen. Pero al menos esquivó el proyectil que iba a impactar en la barrera.
- Unas pocas veces. – dijo con picardía. – ¡Pero si lo adoras Nena!
- ¡¿Os podéis concentrar un poco?! – gritó Nico.
Sabrina disparó unas diez flechas que más tarde explotaron en una gigantesca roca que estaba a punto de estrellarse contra ellos, haciéndola pedazos.
- Lo retiro, - dijo Nico sonriendo. – Valdez es el único desconcentrado.
- ¡Eh! – gruñó el otro.
Hazel estaba muy feliz de ver esa escena, todos trabajando en equipo, felices, sonriendo y gastando bromas. Olvidando la guerra y a Gaia por unos segundos.
- Leo, sácanos de aquí, - dijo Sabrina volviendo a colocar las palmas de las manos para intensificar la durabilidad de la protección, mientras soltaba maldiciones en griego antiguo a sus barreras poco duraderas. – No va a aguantar mucho más y entonces el mástil se…
La enorme roca pasó tan cerca de Hazel que le apartó el pelo de la cara.
¡CRAC!
El trinquete se desplomó; la vela, los palos y Nico cayeron en la cubierta. El canto rodado, aproximadamente del tamaño de una ranchera, se alejó en la niebla como si tuviera asuntos más importantes que atender en otra parte.
- ¡Nico! – dijeron Hazel y Sabrina a la par.
Las chicas se acercaron a él con dificultad mientras Leo estabilizaba el barco.
- Estoy bien – murmuró Nico, retirando los pliegues de lona de sus piernas.
Ella le ayudó a levantarse y se dirigieron a popa tambaleándose. Esa vez Hazel se asomó con más cuidado. En la cima de la montaña recubierta de largas pendientes de musgo, había un dios de la montaña: un numina montanum, como los había llamado Jason. O también conocido como ouare, en griego. Se llamarán como se llamasen, eran desagradables.
Sabrina se soltó el pelo antes recogido y observó cómo todos los numina se gritaban unos a otros. Llevaban días dándoles quebraderos de cabeza. Su amiga, no dormía apenas, por lo que también contaba Leo; si no estaba trabajando, estaba ayudando a Leo con la estatua de Atenea, o si no, haciendo guardia con Nico noches enteras despierta a base de cafés. Hazel hasta llegó a pensar que a lo mejor sólo se alimentaba de eso.
- ¡Estúpidos dioses de las rocas! – gritó Leo desde el timón. - ¡Es la tercera vez que tengo que reparar el mástil! ¿Os creéis que crecen de los árboles?
Nico frunció en entrecejo, y Sabrina intentó disimular su risa silenciosa y divertida.
- Los mástiles vienen de los árboles. – dijo Nico.
- ¡Esa no es la cuestión!
Leo apretó unos pocos botones y giró unas pocas palancas con avidez. Una trampilla se abrió de la cubierta a escasa distancia y de ella salió un cañón de bronce celestial. A Hazel le dio el tiempo justo para taparse los oídos antes de disparar al cielo una docena de esferas metálicas seguidas de un reguero de fuego verde. A las esferas les salieron pinchos en el aire, como las hélices de un helicóptero, y se alejaron en la niebla.
Un momento más tarde, una serie de explosiones crepitaron a través de las montañas, seguidas del rugido de indignación de los dioses de las montañas.
- ¡Ja! – gritó Leo.
Lamentablemente dedujo Hazel a juzgar por los dos últimos enfrentamientos, el arma más reciente de Leo no había hecho más que molestar a los numina.
Otro canto rodado pasó silbando por los aires por el costado de estribor.
- Leo, a veces te vendría bien hacerme caso - se quejó Sabrina. - ¡Sácanos de aquí!
- Estoy de acuerdo. – dijo Nico.
Leo murmuró unos comentarios poco halagadores sobre los numina, pero giró el timón. Los motores zumbaron y el barco viró a babor. El Argo II ganó velocidad y se retiró hacia el noroeste, como había estado haciendo los últimos dos días.