La Intrusa; Héroes Del Olimpo ▪leo Valdez▪ (n°1)

#19: Leo (en la Casa de Hades el XI)

Leo subía los escalones deprisa, dando saltos, seguido de cerca de Sabrina y Jason. Tenía la ligera impresión de que Sabrina le estaba diciendo algo importante pero, francamente, tenía sus propios quebraderos de cabeza de los que preocuparse. Y, ya que tenía pleno conocimiento del futuro podía haber avisado un poquito antes de los enanos, ¿no?

La situación que encontraron en cubierta era peor de lo que se temía.

El entrenador Hedge y Piper estaban forcejeando para soltarse de las ataduras de cinta adhesiva mientras uno de los enanos diabólicos bailaba por la cubierta, recogiendo las cosas que no estaban atadas y metiéndolas en un saco. Medía aproximadamente un metro veinte de estatura, todavía menos que el entrenador Hedge, y tenía unas patas arqueadas, unos pies simiescos y una ropa tan chillona que a Leo le provocó vértigo. Sus pantalones a cuadros verdes estaban prendidos con alfileres en las vueltas, y los llevaba sujetos con unos tirantes de vivo color rojo por encima de una blusa de mujer rosa y negra a rayas. Llevaba media docena de relojes de oro en cada brazo y un sombrero de vaquero con estampado de cebra de cuya ala colgaba la etiqueta del precio. Su piel estaba cubierta de manchas de desaliñado pelo rojo, aunque el noventa por ciento de su vello corporal parecía concentrado en sus espléndidas cejas.

Sabrina se colocó al lado de Leo casi al instante de llegar él, y observó la escena con la boca un poco entreabierta por la impresión. Tardó sólo unos instantes en estallar en unas sonoras carcajadas. Tan llamativas fueron sus risotadas, que ambos enanos se quedaron quietos mirándola atónitos. El resto de la tripulación no daba crédito a lo que estaban viendo. Sabrina no paraba de reír, y cada segundo que pasaba lo hacía más fuerte. Se agarró el estómago, roja de la risa.

- ¡Ay, ay, que no puedo! - decía ya casi de rodillas en la cubierta entre varias risas - ¡Me parto!

Leo miró a los ojos de Sabrina directamente mientras ella reía. Entre las risas aún fuertes, dirigió su mirada lentamente a los enanos que tenía delante suya. Era una distracción, una distracción brillante y completamente estúpida.

Nota para el menda - pensó Leo con una sonrisa divertida asomándose por las comisuras de su boca - Reírse de tu enemigo como un loco es una buena distracción.

Los enanos empezaron a mirarse entre sí desconcertados sin saber muy bien que hacer. El otro enano, tenía el pelo marrón e iba aún peor vestido que su amigo; llevaba un bombín verde como el de un duende, anillos de diamantes que le colgaban de los dedos y una camiseta de árbitro blanca y negra. Miró a una caja de cartón que había debajo de la mesa de mandos y sonrió lentamente. Sabrina miró a Leo horrorizada sin parar de reír (era increíble, no sabía cómo podía seguir riéndose.)

Entonces Leo se dio cuenta de que había metido a sus amigos en una trampa y Sabrina estaba intentando decírselo. Sabrina se puso tensa, y miró a Leo sin saber cómo controlar la situación. Esa caja estaba llena de granadas explosivas.

- ¡Agachaos! - gritó Leo al escuchar el chasquido de la granada al activarse.

Cayó al suelo en el momento en el que la explosión le reventaba los tímpanos. Sabrina se había tirado al suelo justo a su lado.

Por lo menos estaban vivos. Leo había estado experimentado con toda clase de armas basadas en la esfera de Arquímedes que había rescatado de Roma. Había fabricado granadas que podían expulsar ácido, fuego, metralla o palomitas de maíz recién untadas de mantequilla. (Eh, nunca se sabe cuándo te iba a entrar hambre en la batalla.) A juzgar por el zumbido de sus oídos el enano había hecho explotar una granada de detonación que Leo había llenado con un extraño frasco de música de Apolo, extracto líquido puro. No mataba, pero a Leo le dio la sensación de haberse dado un panzazo en la parte honda de una piscina.

Trató de levantarse, las extremidades no le respondían. Alguien estaba tirándole de la cintura: ¿tal vez Sabrina o algún amigo que intentaba ayudarlo a levantarse? No. Sus amigos no olían a jaula de mono embadurnada de perfume.

Leo consiguió darse la vuelta. Tenía la vista desenfocada y teñida de rosa, como si el mundo se hubiera sumergido en gelatina de fresa. Una grotesca cara sonriente apareció encima de él. No era nada más ni nada menos que el enano del gigantesco gorro de duende verde. Enseñó el premio que acababa de robar - el cinturón porta herramientas de Leo - y acto seguido se marcó bailando.

Leo trató de agarrarlo, pero se le habían dormido los dedos. El enano se acercó brincando a la ballesta más cercana, que su amigo de pelo rojo estaba esperando para disparar. El enano de pelo marrón saltó sobre el proyectil como si fuera un monopatín, y su amigo disparó al cielo. Escuchó como Sabrina gemía a su lado, probablemente horrorizada, pero estaba demasiado aturdido para girarse e intentar transmitirla seguridad.

Pelo Rojo se acercó al entrenador Hedge dando saltos. Dio un bofetón al sátiro y se dirigió brincando a la borda. Dedicó una reverencia a Leo quitándose el sombrero con estampado de cebra y dio una voltereta hacia atrás por encima de la borda.



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En el texto hay: fanfic, percyjackson, leovaldez

Editado: 22.02.2020

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