GABRIELA
El dolor me despertó antes que la conciencia. Cada fibra de mi cuerpo estaba adolorida, como si hubiera sido golpeada sin descanso. Abrí los ojos con dificultad, parpadeando contra la tenue luz que se filtraba desde algún lugar. Me di cuenta de que todavía estaba en la silla, mis brazos atados y mi cuerpo débil.
La habitación estaba en silencio ahora, solo interrumpida por el eco de mis respiraciones entrecortadas. Miré hacia el frente, y ahí estaba él: Dante Moretti. Sentado con las piernas cruzadas, un cigarro entre sus dedos, observándome como si fuera un espectáculo que no quisiera perderse.
—Buenos días, señora Ricci. Veo que sigue con nosotros.
Quise responder algo mordaz, algo que le dejara claro que no me intimidaba, pero no podía. Mi cuerpo no tenía fuerzas, y mi boca estaba seca, como si la tortura me hubiera robado incluso la capacidad de hablar.
Dante se levantó lentamente, dando una calada al cigarro antes de apagarlo en un cenicero que un hombre de pie a su lado sostenía. Sus ojos azules se clavaron en los míos, evaluándome.
—Te admiro, Gabriela. De verdad lo hago. Muy pocas personas llegan tan lejos sin decir una sola palabra.
—No sé nada, —logré decir, mi voz ronca y débil.
Él sonrió. Una sonrisa fría, sin vida.
—Esa es una lástima, porque tengo todo el tiempo del mundo.
Caminó hacia mí, inclinándose para quedar a mi nivel. Puso una mano en el respaldo de mi silla, acercándose lo suficiente como para que su perfume, una mezcla de tabaco y menta, me invadiera.
—¿Sabes? Alessandro debería agradecerte. Has demostrado ser más leal de lo que esperaba. Pero, ¿por cuánto tiempo? Porque créeme, cariño, todos tienen un límite.
Apreté los labios, intentando mantener la compostura. No sabía cuánto más podía soportar, pero no podía darle lo que quería. Porque, aunque fuera cierto que no sabía nada de los negocios de Alessandro, no me creería.
Dante dio un paso atrás, sus manos en los bolsillos mientras me miraba como si estuviera decidiendo su próximo movimiento.
—Quizá no eres tú quien tiene las respuestas. Quizá necesito presionar a otra persona para que Alessandro venga a buscarte.
Un frío glacial recorrió mi cuerpo al oír eso.
—No. Déjalos fuera de esto, —dije rápidamente, mi voz quebrándose.
Su sonrisa se ensanchó, satisfecho de ver una grieta en mi resistencia.
—Ah, ahí está. El punto débil. Siempre hay uno.
Dante se giró hacia uno de sus hombres, un sujeto de rostro inexpresivo al que había visto manejar los dispositivos de tortura antes.
—Averigua todo lo que puedas sobre Valeria Costa.
Mi corazón se detuvo.
—No, por favor. Valeria no tiene nada que ver con esto. Ni siquiera sabe nada de Alessandro, te lo juro.
Dante se acercó nuevamente, inclinándose para susurrar en mi oído.
—Entonces, dame algo útil. O tendré que buscar algo que realmente te haga hablar.
Quise gritar, rogar, pero sabía que no funcionaría. Este hombre no tenía compasión, no conocía límites. Solo quería quebrarme.
—No sé nada, —repetí, aunque mi voz era apenas un susurro ahora.
Él suspiró, como si estuviera cansado de jugar conmigo.
—Muy bien. Hagamos esto a mi manera.
Hizo un gesto con la mano, y sus hombres se acercaron de nuevo, esta vez con un objeto que no podía ver claramente. Antes de que pudiera reaccionar, sentí un nuevo dolor recorrer mi cuerpo, uno distinto, más profundo.
Cerré los ojos, mordiendo mi labio para no gritar, pero las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas.
En ese momento, una explosión resonó en la distancia, haciendo temblar la habitación. Abrí los ojos de golpe, y vi cómo Dante se giraba rápidamente hacia la puerta, su expresión de calma reemplazada por una mezcla de irritación y sorpresa.
—¿Qué demonios está pasando? —gritó.
Uno de los hombres salió corriendo, y los demás se tensaron, sus armas listas. Dante me miró, su rostro volviendo a esa máscara de frialdad, pero algo en su mirada había cambiado.
—Parece que tu querido esposo finalmente ha decidido jugar.
Mi corazón se aceleró. Alessandro.
La puerta se abrió de golpe, y los gritos comenzaron a llenar el pasillo. No sabía si era esperanza lo que sentía o miedo, pero algo me decía que el infierno estaba lejos de terminar.
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Editado: 11.01.2025