La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 7

DANTE

El caos afuera era un espectáculo en sí mismo. Los disparos resonaban en el aire como una sinfonía de guerra, y el sonido de las balas impactando contra los cristales blindados llenaba el ambiente. Me acerqué a una de las ventanas, observando con calma cómo mis hombres respondían al ataque.

Los hombres de Alessandro estaban ahí, armados hasta los dientes, pero el gran Ricci brillaba por su ausencia.

—¿Dónde está Alessandro? —pregunté, sacando mi arma y mirando a uno de mis hombres.

El tipo se encogió de hombros, nervioso bajo mi mirada fija.

—No vino, señor. Nadie lo ha visto.

Reí por lo bajo, una risa llena de burla.

—Manda a sus hombres por su mujer y no viene él mismo. Qué cabrón.

Guardé el arma con un movimiento rápido y me giré hacia el resto de mis hombres.

—Escuchen bien: maten a todos los que están afuera, pero dejen uno vivo. Quiero enviarle un mensaje al señor Ricci.

Hice una pausa, dejando que mis palabras calaran en ellos.

—Yo me voy. Llévense el resto a la otra casa de seguridad. Tengo que jugar un poco más con su muñeca antes de ir por él.

Sin esperar respuesta, me di la vuelta y salí del salón. Caminé con calma por los pasillos hasta llegar a la habitación donde estaba Gabriela. La encontré exactamente como la había dejado: atada a la silla, agotada, pero aún con ese aire de resistencia que me fascinaba.

—Qué situación tan incómoda, ¿verdad? —le dije mientras buscaba algo en el maletín que había traído.

Ella no respondió, pero me miró con esos ojos llenos de rabia y desesperación. Me encantaba ese fuego. Alessandro no tenía idea de lo interesante que era su esposa.

Finalmente, encontré lo que buscaba: una jeringa con un sedante lo suficientemente fuerte para mantenerla fuera por horas. Caminé hacia ella con la aguja en mano, disfrutando de la forma en que trataba de moverse, aunque era inútil.

—No vamos a quedarnos aquí a esperar a tu caballero andante. Nos vamos a divertir un poco más antes de que esto termine.

Antes de que pudiera reaccionar, le clavé la aguja en el cuello. Su cuerpo se tensó por un momento, y luego sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente.

—Eso es... Buenas noches, muñeca.

Esperé a que quedara completamente inconsciente antes de desatarla. A pesar de lo pequeña y frágil que parecía, había algo en ella que se sentía poderoso. La levanté en mis brazos, como si fuera un trofeo, y comencé a caminar hacia la parte trasera de la casa.

Mis hombres sabían qué hacer. Este lugar ya no me servía, y no iba a perder el tiempo peleando contra los perros de Alessandro. Si él no estaba dispuesto a venir por ella en persona, tendría que obligarlo.

Afuera, los disparos seguían, pero yo me movía con calma, como si todo estuviera bajo control. Porque lo estaba.

Alessandro Ricci no tenía idea de con quién estaba jugando, pero pronto lo descubriría.




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