La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 9

DANTE

Salí de la habitación, dejando a Gabriela temblando de frío. No me importaba si sus labios estaban azulados o si su cuerpo estaba al borde de colapsar. El frío era una herramienta, un arma que sabía usar bien.

—Déjenla ahí, muriéndose de frío. —Les dije a mis hombres mientras caminaba hacia mi habitación.

Me recosté en la cama, dejando que la oscuridad me envolviera por un momento. No había dormido mucho en los últimos días, y aunque mis pensamientos seguían girando en torno a esta partida de ajedrez contra Alessandro, el cansancio finalmente empezó a ganar terreno.

Sin embargo, no había pasado mucho tiempo cuando un golpe urgente en la puerta me despertó.

—¿Qué pasa? —grité, irritado por la interrupción.

—Es Gabriela, señor. —respondió uno de mis hombres desde el otro lado.

Me levanté de un salto, abriendo la puerta de golpe.

—¿Qué pasa con ella? —pregunté, mi voz cargada de impaciencia.

El hombre titubeó por un segundo antes de soltar la bomba:

—Señor, creo que se está muriendo.

Un frío diferente al que había dejado en aquella habitación me recorrió la espalda. Sin decir más, salí caminando con rapidez, bajando los escalones que llevaban a la habitación donde la había dejado. La puerta estaba abierta, y al entrar, el frío me golpeó como una pared helada.

Allí estaba Gabriela, temblando violentamente, su cuerpo delgado apenas resistiendo las temperaturas extremas. Sus labios, que antes escupían odio, ahora estaban casi blancos, y sus ojos apenas podían mantenerse abiertos.

—Maldición. —murmuré entre dientes, acercándome a ella rápidamente.

Me giré hacia mis hombres, que estaban parados en la puerta como estatuas.

—¿Qué demonios hacen ahí parados? Apaguen todo, ahora. Y traigan al médico.

Me detuve un momento, respirando hondo, controlando mi frustración.

—Todavía no puede morir. Esto es una partida de ajedrez, y la reina no caerá hasta que yo lo decida. Antes de eso, me voy a comer al rey.

Mis palabras parecían impulsarlos, porque se movieron rápidamente para cumplir mis órdenes. Mientras tanto, me acerqué a Gabriela, desatando las cuerdas que la mantenían atada a la silla. Su cuerpo estaba rígido, como si el frío se hubiera apoderado de cada músculo.

La levanté en mis brazos con cuidado, su fragilidad era evidente. Subí las escaleras hasta una de las habitaciones más cálidas de la casa, donde la acosté en una cama amplia y cómoda.

Con movimientos rápidos, quité su vestido mojado, dejándola en ropa interior. Intenté no mirarla, pero era imposible ignorar lo que tenía frente a mí. Ahora entendía por qué Alessandro la había elegido como su mujer. Su cuerpo tenía una belleza que iba más allá de lo físico, algo casi hipnótico.

Sacudí la cabeza, concentrándome en lo importante. Tomé una manta gruesa y la cubrí cuidadosamente, asegurándome de que su cuerpo comenzara a recuperar el calor. Encendí la calefacción al máximo, sintiendo cómo la habitación empezaba a llenarse de un calor acogedor.

Me acerqué nuevamente, apartando su cabello mojado de su rostro. Su piel estaba helada, pero había algo en ella, una fuerza silenciosa que seguía presente incluso en este estado.

—No puedes morir, muñeca. Todavía no. Apenas estamos empezando este juego, y ni siquiera he movido mi ficha más importante.

Susurré esas palabras, más para mí mismo que para ella. Había algo en Gabriela que no podía ignorar, algo que me hacía querer mantenerla viva... al menos, hasta que yo decidiera lo contrario.

Me quedé ahí, observándola mientras su respiración se hacía más estable. La partida seguía, pero esta jugada la había ganado el destino.




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