GABRIELA
El amanecer llegó demasiado pronto, aunque la noche había sido eterna. Mi cuerpo aún temblaba, no por el frío extremo que casi me mató, sino por el recuerdo del dolor, de la sensación de que mis fuerzas se agotaban mientras Dante Moretti observaba todo con esa sonrisa cruel.
Abrí los ojos lentamente, parpadeando para ajustar mi vista a la tenue luz que se filtraba por las cortinas. El calor en la habitación era abrumador ahora, como si quisieran compensar el infierno helado que había soportado antes. La calefacción seguía funcionando, y el contraste me resultaba casi irónico.
Intenté moverme, pero cada músculo de mi cuerpo protestó. Estaba débil, pero viva. No podía decir lo mismo de mis esperanzas.
Mis ojos recorrieron la habitación. Era amplia, con muebles elegantes y una decoración minimalista que contrastaba con la oscuridad que Dante traía consigo. No sabía cuánto tiempo más podría soportar, pero sí sabía una cosa: no podía permitir que me rompiera.
La puerta se abrió, y ahí estaba él. Dante. Su figura llena de autoridad llenaba la habitación incluso antes de que cruzara el umbral. Traía una taza de café en la mano y una expresión que me hizo apretar los dientes.
—Buenos días, muñeca. Veo que sobreviviste.
—Para tu desgracia, sí. —Mi voz salió ronca, un recordatorio del frío que había destrozado mi cuerpo la noche anterior.
Dante sonrió, como si mi respuesta solo lo divirtiera. Se acercó lentamente, colocó la taza en la mesita junto a la cama y se sentó en una silla frente a mí.
—¿Sabes? Me gusta que tengas carácter. Hace esto mucho más interesante.
No respondí. Lo miré fijamente, intentando ignorar el temblor de mis manos debajo de la manta que me cubría.
—Pero vamos al punto, Gabriela. —Dante se inclinó hacia adelante, sus ojos azules perforándome como dagas—. ¿Vas a hablar hoy o tengo que volver a mostrarte lo que soy capaz de hacer?
Apreté los labios, negándome a darle el gusto de responder. No sabía nada, y aunque lo supiera, no iba a darle nada.
—Silencio, otra vez. —Suspiró, recostándose en la silla—. Alessandro eligió bien. Pero, ¿sabes qué? Todos tienen un límite. Incluso tú.
El silencio entre nosotros era pesado, como una cuerda tensada al límite. Finalmente, Dante se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se giró para mirarme una vez más.
—Tienes hasta el mediodía para pensar. Después de eso, me cansaré de ser amable.
La puerta se cerró tras él, dejándome sola con mis pensamientos. Mis manos aún temblaban, pero esta vez no era solo por el frío o el miedo. Era rabia. Una rabia tan profunda que amenazaba con consumir todo lo que quedaba de mí.
No podía permitir que me rompiera. No podía permitir que ganara.
Me incorporé lentamente, ignorando el dolor en mi cuerpo, y busqué algo a mi alrededor que pudiera usar. Tenía que encontrar una forma de salir de aquí. No podía seguir siendo su prisionera, su muñeca, su entretenimiento.
Esta partida de ajedrez aún no había terminado, y yo estaba decidida a demostrarle que también sabía jugar.
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Editado: 11.01.2025