La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 12

DANTE

La mañana avanzaba lentamente, como si el tiempo mismo quisiera alargar mi paciencia. Gabriela seguía siendo un enigma fascinante, resistente a cada movimiento mío, y ese desafío era tan frustrante como adictivo. Me encontraba en la oficina revisando un informe cuando uno de mis hombres, Enzo Bianchi, entró en silencio.

—Señor, todo está listo.

Sonreí, dejando el papel sobre la mesa. Era hora de continuar con nuestra partida.

—Perfecto. Asegúrate de que no tengamos interrupciones esta vez.

Caminé hasta la habitación donde Gabriela estaba retenida. Al abrir la puerta, la encontré tal como la había dejado: recostada en la cama, su cuerpo aún recuperándose del frío extremo. Sus ojos se entreabrieron al escucharme entrar, y aunque seguía débil, la chispa de desafío en su mirada aún estaba ahí.

Me acerqué lentamente, mis pasos resonando en la habitación silenciosa. Me senté en la silla frente a ella, cruzando las piernas con calma, como si estuviéramos a punto de tener una charla amistosa.

—Buenos días, muñeca. Espero que hayas descansado, porque hoy tenemos mucho por hacer.

Ella no respondió. Apenas movió los labios, pero podía ver el odio hirviendo en sus ojos. Eso me arrancó una sonrisa.

—¿Nada que decir? Bueno, entonces yo hablaré.

Hice una seña, y Enzo entró con un pequeño maletín negro que colocó sobre la mesa junto a mí. Sabía que Gabriela lo había visto. Su mirada se tensó, y su respiración, aunque controlada, se volvió más rápida.

—¿Sabes? Ayer fui amable contigo. Frío, un poco de agua... nada que no puedas manejar. Pero hoy... —abrí el maletín, sacando un pequeño dispositivo que brillaba a la luz tenue de la habitación—, hoy quiero saber cuánto puedes soportar antes de romperte.

Gabriela intentó moverse, pero su cuerpo todavía estaba demasiado débil. La vi apretar los puños debajo de la manta, tratando de reunir fuerza.

—Dante... no sé nada. —Su voz era un susurro, pero había sinceridad en ella. Lo que lo hacía más interesante era que tal vez decía la verdad.

—Eso ya lo dijiste antes, pero todavía no te creo. Y lo que yo creo es lo único que importa aquí.

Le hice una seña a Enzo, quien se acercó para ayudarme a colocar las pinzas metálicas en los tobillos de Gabriela. Ella intentó resistirse, pero fue en vano.

—No te preocupes, muñeca. Esto no va a matarte... al menos, no todavía.

Activé el dispositivo, y el primer impulso eléctrico recorrió su cuerpo. Gabriela arqueó la espalda, apretando los dientes para no gritar, pero sus ojos reflejaron el impacto del dolor.

—Vamos, puedes hacerlo mejor que eso, —dije mientras subía un poco la intensidad.

El segundo impacto fue más fuerte. Esta vez, un pequeño grito salió de su boca, aunque lo apagó rápidamente mordiéndose el labio inferior. La sangre comenzó a gotear de la herida que se hizo, pero su resistencia era admirable.

—Increíble. ¿Esto es lo que Alessandro vio en ti? ¿Esa fuerza silenciosa? No me extraña que te quiera. Pero te aviso, muñeca, incluso las piedras más duras terminan por romperse.

La miré mientras tomaba una pausa, dejando que su cuerpo se relajara por un momento. Su respiración era irregular, y el sudor cubría su frente.

—¿Lista para hablar ahora? —pregunté, inclinándome hacia ella.

—No sé nada... maldito. —Las palabras salieron débiles, pero el veneno en ellas fue suficiente para que sonriera aún más.

—Bien. Entonces seguimos.

Subí la intensidad una vez más, pero esta vez la detuve antes de que llegara al punto de desmayarse. Había aprendido a jugar con los límites, a mantenerla al borde sin dejar que se apagara por completo.

Cuando terminé, Gabriela estaba exhausta, su cuerpo temblando ligeramente. Me incliné hacia ella, apartando su cabello húmedo de la cara, y le susurré al oído:

—Eres fuerte, Gabriela. Pero esto no se trata solo de fuerza. Se trata de tiempo. Y yo tengo todo el tiempo del mundo.

Me levanté, dejando que Enzo retirara las pinzas mientras yo me acercaba a la puerta.

—Deja que descanse un poco, pero que no recupere demasiadas fuerzas. Todavía tenemos mucho por hacer.

Cerré la puerta tras de mí, sabiendo que la partida apenas comenzaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.