DANTE
Cerré la puerta detrás de mí y solté un suspiro. Torturar a Gabriela era una mezcla de frustración y entretenimiento. La mujer tenía una fuerza que pocos hombres podrían soportar, y eso hacía que cada momento con ella fuera un desafío, un juego que yo estaba decidido a ganar.
Caminé hacia mi oficina, donde me esperaba Enzo Bianchi, mi hombre de confianza. Se encontraba revisando unos informes, pero al verme entrar, se puso de pie inmediatamente.
—¿Todo listo con el hombre de Alessandro? —pregunté mientras servía un vaso de whisky.
—Sí, señor. Está en el almacén. No ha dicho mucho, pero eso no será un problema por mucho tiempo.
Sonreí, girando el vaso entre mis dedos.
—Perfecto. Veremos cuánto tiempo aguanta. Si no canta pronto, le mostraré a Gabriela lo que le hago a los que protegen a su esposo. Tal vez eso le dé un incentivo para hablar.
Enzo asintió y me pasó un expediente. Lo abrí, revisando los detalles que habíamos recopilado sobre Alessandro en las últimas semanas. No había muchos movimientos fuera de lo habitual, pero sabía que estaba planeando algo. Ricci no era de los que dejaban pasar un ataque como este sin represalias.
—Dante, ¿crees que Alessandro venga por ella? —preguntó Enzo, rompiendo el silencio.
—Por supuesto que vendrá. Pero no lo hará rápido. Es demasiado orgulloso para actuar por impulso, y ese orgullo será su perdición.
Terminé el whisky de un trago y me dirigí al almacén. Era hora de comprobar cómo iba el interrogatorio. Al llegar, uno de mis hombres, Salvatore Mancini, estaba golpeando al prisionero de Alessandro con una precisión que solo podía venir de años de práctica.
El hombre estaba atado a una silla, sangrando por la nariz y con los ojos hinchados. Apenas podía mantenerse consciente, pero aún no había hablado. Eso era admirable, pero inútil.
—Salvatore, detente un momento, —ordené, levantando una mano.
Me acerqué lentamente al prisionero, inclinándome para mirarlo directamente a los ojos.
—Dime, ¿vale la pena esto? ¿Vale la pena proteger a un hombre que te dejaría morir sin pensarlo dos veces?
El prisionero no respondió, pero sus labios temblaron ligeramente.
—Alessandro no vendrá por ti. Si acaso, vendrá por ella, pero para cuando lo haga, ya será demasiado tarde para ambos.
El hombre levantó la cabeza, mirándome con más odio que miedo.
—Puedes matarme, Moretti, pero no ganarás esta partida. Alessandro siempre está dos pasos por delante de ti.
Reí suavemente, enderezándome.
—¿Dos pasos por delante? Si eso fuera cierto, yo no tendría a su esposa en mi poder, ¿verdad?
Me giré hacia Salvatore.
—Hazlo hablar. Si no lo logra antes de la medianoche, elimínalo.
Salvatore asintió con una sonrisa maliciosa, y yo dejé la habitación, volviendo a donde Gabriela estaba.
Cuando entré, ella aún estaba recostada en la cama. Sus ojos se abrieron al escucharme, y pude ver el odio reflejado en ellos. Era un odio puro, inquebrantable, pero también inútil.
—Espero que estés disfrutando tu estadía, Gabriela. —Me acerqué a la cama, inclinándome hacia ella—. Porque Alessandro no está haciendo mucho por rescatarte, ¿o sí?
—No importa lo que hagas. Él vendrá. —Su voz estaba débil, pero cargada de convicción.
Sonreí, tomando asiento en la silla frente a ella.
—Tal vez, muñeca. Pero para cuando lo haga, ya no quedará mucho de ti para salvar.
Mi juego con Gabriela estaba lejos de terminar, y yo no iba a detenerme hasta que ella, y Alessandro, estuvieran completamente destruidos.
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Editado: 11.01.2025