La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 14

GABRIELA

La puerta se cerró detrás de Dante, dejando la habitación en un silencio pesado que parecía absorber el aire. Sentí mi cuerpo como si estuviera compuesto solo de dolor y cansancio, cada fibra protestando incluso por los movimientos más pequeños. Pero el dolor físico no era lo peor. Era el silencio. Ese vacío que Dante dejaba tras de sí, lleno de las palabras que había dicho y las amenazas que aún no pronunciaba.

Apreté los dientes, sintiendo un temblor que no podía controlar. Mi cuerpo estaba débil, sí, pero mi mente tenía que mantenerse fuerte. No podía dejar que él ganara.

Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de calmar mi mente. Pero su voz seguía ahí, resonando en mi cabeza: "Tal vez, muñeca. Pero para cuando lo haga, ya no quedará mucho de ti para salvar."

Dante quería que me sintiera rota, como un objeto al borde de romperse. Pero yo no era un objeto. Él no iba a decidir mi destino.

Abrí los ojos y miré alrededor de la habitación. Era como todas las que había visto en esta casa: fría, funcional, y diseñada para recordarme que estaba en territorio enemigo. La cama era cómoda, pero no lo suficiente para distraerme del hecho de que estaba atrapada. Mis ojos recorrieron las paredes desnudas, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar a mi favor.

Nada.

Me incorporé lentamente, ignorando el dolor que se extendía por mi espalda y piernas. Cada movimiento era una lucha, pero no podía quedarme ahí, simplemente esperando. Cada segundo que pasaba en esa cama me hacía sentir más vulnerable, más como la prisionera que Dante quería que fuera.

Mis pies tocaron el suelo frío, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me levanté, tambaleándome un poco, y me acerqué a la ventana. Las cortinas estaban corridas, pero no ofrecían ninguna vista. Sólo un muro alto, una barrera más entre mí y la libertad.

"Alessandro vendrá," me dije a mí misma, aferrándome a esa idea. Era todo lo que tenía. No era una declaración de amor. No era una promesa de rescate de cuento de hadas. Era una certeza fría y calculadora: Alessandro Ricci nunca dejaba un ataque sin responder. Y yo era su esposa, su propiedad.

—Y eso es lo que Dante no entiende —murmuré, mi voz un susurro que apenas llenaba la habitación.

Volví a la cama y me dejé caer, sintiendo cómo la energía me abandonaba de nuevo. El cansancio era un enemigo constante, uno que Dante estaba usando en mi contra. Cerré los ojos, intentando reunir fuerzas, pero el sonido de pasos en el pasillo me sacó de mi letargo.

La puerta se abrió, y ahí estaba uno de los hombres de Dante: Enzo Bianchi. Su rostro era una máscara de frialdad, pero sus ojos reflejaban la satisfacción de alguien que disfrutaba de su trabajo.

—Tienes suerte, señora Ricci. El jefe ha decidido que hoy no morirás.

Su tono era burlón, casi divertido. Lo miré sin responder, sabiendo que cualquier palabra que dijera sólo alimentaría su placer.

—Pero eso no significa que vaya a ser fácil, —añadió con una sonrisa torcida antes de salir, dejando la puerta entreabierta.

Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mi pecho. Cada palabra, cada mirada de esos hombres estaba diseñada para quebrarme, para hacerme sentir que estaba sola y sin esperanza.

Pero no iba a darles ese placer.

Me incorporé de nuevo, aunque mi cuerpo protestaba con cada movimiento. Esta vez, no iba a detenerme. Mis ojos recorrieron la habitación nuevamente, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar. Pero, como antes, no había nada.

"No importa," pensé. "Siempre hay algo."

Cerré los ojos y me concentré, intentando recordar lo que Alessandro me había dicho alguna vez sobre situaciones desesperadas. "No dejes que te lean. Si ven tu miedo, te tienen. Y si te tienen, estás acabada."

Dante pensaba que tenía el control, que era el único que sabía jugar este juego. Pero él no conocía mi capacidad de resistir. No sabía que cada tortura, cada amenaza, sólo reforzaba mi determinación.

—La partida no ha terminado, —murmuré, mi voz cargada de una convicción que no me había abandonado, a pesar de todo.

Cuando la puerta se abrió nuevamente, Dante entró. Su presencia llenó la habitación, como siempre. Se acercó a la cama con esa sonrisa arrogante que parecía estar grabada en su rostro.

—¿Disfrutaste tu descanso, muñeca? Espero que estés lista, porque el día apenas comienza.

Lo miré directamente a los ojos, sintiendo cómo la rabia quemaba dentro de mí. No iba a permitir que me viera débil.

—¿Qué esperas? ¿Una bienvenida? —Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, y eso pareció sorprenderlo por un instante.

Pero sólo por un instante. Su sonrisa se ensanchó, y su mirada se llenó de algo oscuro y peligroso.

—No, Gabriela. Lo que espero es tu rendición. Y créeme, la obtendré.

Se inclinó hacia mí, sus ojos clavados en los míos.

—Este juego lo gané desde el momento en que puse un pie en tu vida. Sólo es cuestión de tiempo antes de que te des cuenta.

Me negué a apartar la mirada. Este era su territorio, sí, pero mi mente seguía siendo mía. Y mientras eso fuera cierto, todavía tenía una oportunidad.




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