La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 16

GABRIELA

El tiempo no existía en esta casa. No había ventanas que dejaran entrar suficiente luz para distinguir si era de día o de noche, y cada segundo se sentía eterno. Estaba sentada en la cama, mis pensamientos girando en espiral, cuando la puerta se abrió de golpe.

Dante entró, acompañado por dos de sus hombres. Sus ojos azules me encontraron inmediatamente, brillando con esa mezcla de crueldad y diversión que ya conocía demasiado bien.

—Levántate, muñeca. Es hora de que continuemos nuestra pequeña sesión.

Mi cuerpo, aún adolorido, protestó al intentar moverme, pero no le daría el placer de verme débil. Me levanté lentamente, manteniendo mi mirada fija en la suya.

—¿Qué planeas ahora, Dante? ¿Otra ronda de tus juegos de tortura?

Él sonrió, como si mis palabras fueran un cumplido.

—Algo diferente esta vez. Me gusta innovar.

Uno de sus hombres se acercó y me sujetó del brazo con fuerza, obligándome a salir de la habitación. Intenté resistirme, pero era inútil. Mi cuerpo no tenía la fuerza necesaria, y la sensación de impotencia me invadió de nuevo.

Me llevaron por un pasillo largo y oscuro hasta una habitación que no había visto antes. Al entrar, mi piel se erizó. El lugar estaba iluminado por una sola bombilla, y el aire estaba impregnado de un olor metálico que no podía identificar. En el centro de la habitación había una silla metálica, con correas en los reposabrazos y el respaldo.

Dante me señaló la silla con un gesto casual.

—Toma asiento, Gabriela. No queremos que te canses demasiado.

Apreté los dientes, resistiéndome a moverme. Pero sus hombres no me dieron opción. Me empujaron hasta la silla y me sujetaron con las correas antes de que pudiera intentar liberarme.

Dante caminó alrededor mío, inspeccionándome como si fuera un objeto de su colección.

—¿Sabes, Gabriela? Hay muchas formas de hacer que alguien hable. Algunas son físicas, como las que ya hemos probado. Pero otras... otras son mucho más interesantes.

Se detuvo frente a mí, sacando un pequeño frasco de su bolsillo. Dentro había un líquido claro, casi inofensivo a simple vista.

—¿Qué es eso? —pregunté, aunque el temblor en mi voz traicionó mi intento de parecer indiferente.

—Algo especial, —respondió. —Una mezcla diseñada para hacerte sentir... vulnerable. Confusa. Tal vez incluso aterrada.

Intenté girar mi cabeza cuando él se inclinó hacia mí con una jeringa, pero sus hombres me sujetaron. La aguja perforó la piel de mi brazo, y sentí el frío del líquido extendiéndose por mi cuerpo.

—Esto no es un sedante, Gabriela. No te va a dormir. Pero lo que hará será mucho más interesante.

Un calor extraño comenzó a recorrerme, como si mi cuerpo estuviera en llamas por dentro. Mis sentidos se intensificaron al punto de volverse insoportables. El sonido de su voz, el roce de la ropa contra mi piel, incluso mi propia respiración se sentían como un castigo.

—¿Qué me hiciste? —susurré, mi voz cargada de pánico.

Dante se inclinó hacia mí, su sonrisa más amplia que nunca.

—Sólo te di un pequeño empujón. Ahora, todo lo que sientes será más intenso. El miedo, el dolor, incluso los recuerdos. Todo será más... real.

Cerré los ojos con fuerza, pero eso sólo empeoró las cosas. Imágenes de Alessandro, de mi vida antes de esto, comenzaron a invadir mi mente, distorsionadas y confusas. Era como si mi cerebro estuviera jugando en mi contra.

—¿Lista para hablar ahora? —preguntó, su voz resonando en mi cabeza como si estuviera gritando.

—No sé nada, Dante. —respondí, aunque cada palabra me costaba un esfuerzo sobrehumano.

Él suspiró, como si estuviera decepcionado, y se giró hacia sus hombres.

—Déjenla aquí. Vamos a dejar que esto haga efecto por un rato.

Intenté moverme, pero las correas me mantenían atrapada. Sentí cómo mis pensamientos se volvían cada vez más caóticos, y el miedo se apoderaba de mí como nunca antes.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, me quedé sola con mis propios demonios. Mi respiración se aceleró, y las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro antes de que pudiera detenerlas.

Dante había encontrado una nueva forma de romperme. Pero, incluso en medio de mi desesperación, me aferré a una idea: no podía dejar que ganara.

—Alessandro... por favor, ven pronto, —murmuré, mi voz apenas un susurro.




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