DANTE
El eco de mis pasos resonaba en el pasillo mientras me dirigía de nuevo a la habitación donde había dejado a Gabriela. Cada vez que cerraba la puerta detrás de mí, pensaba que podría ser la vez en la que ella finalmente se rompiera. Pero Gabriela Ricci no era como cualquier otra. Su resistencia era impresionante, casi admirable... si no fuera tan condenadamente frustrante.
Abrí la puerta con un movimiento decidido, y ahí estaba ella, todavía atada a la silla, pero ahora su postura era distinta. No era el miedo lo que reflejaba esta vez. Era algo más. Algo peligroso.
Levantó la mirada hacia mí, y una sonrisa juguetona apareció en sus labios. No era lo que esperaba. Gabriela no parecía la misma mujer que había dejado sola, consumida por sus pensamientos y ese suero que intensificaba todo lo que sentía.
—Dante, querido, pensé que no volverías.
Me detuve en seco, arqueando una ceja. Su tono era diferente, casi seductor. La mujer que tenía frente a mí no era la que había torturado minutos antes.
—¿Y esa actitud? No estás en posición de hacer bromas, Gabriela.
Ella inclinó la cabeza, su sonrisa creciendo mientras me miraba directamente a los ojos.
—¿Bromas? Oh, no, Dante. Estoy siendo muy seria. Si fueras más inteligente, me tendrías en tu cama. Te aseguro que ahí canto hasta lo que no sé.
Sus palabras me dejaron en silencio por un momento. Sabía que era un juego. Una estrategia para desestabilizarme. Pero su voz, su mirada, incluso el ligero movimiento de sus labios... sabía que lo estaba haciendo con intención.
—No me acuesto con mujeres de mis enemigos, —respondí, mi tono frío, cortante.
Ella rió suavemente, como si mis palabras fueran divertidas. Luego se inclinó ligeramente hacia adelante, lo suficiente para que el movimiento llamara mi atención.
—Esa es la mejor venganza, ¿no crees? Que tu enemigo sepa que su mujer fue tuya.
Su susurro llenó la habitación como un veneno dulce. Sabía que estaba intentando manipularme, y aún así, no podía evitar que sus palabras se instalaran en mi mente.
Me acerqué lentamente, hasta que estuve lo suficientemente cerca para mirarla de frente.
—Eres una mujer peligrosa, Gabriela. Pero esto no va a funcionar conmigo. Sé exactamente lo que estás haciendo.
Ella no retrocedió. Al contrario, su sonrisa se ensanchó, y sus ojos brillaron con desafío.
—¿Estás seguro, Dante? Porque yo veo otra cosa en tus ojos.
Me incliné más cerca, hasta que nuestros rostros estaban a centímetros de distancia.
—Escucha bien, Gabriela. No importa lo que digas o hagas. No te voy a dar el control. Y mucho menos voy a permitir que uses tus juegos conmigo.
—¿Seguro? —susurró, su voz casi un suspiro—. Porque me parece que ya estás jugando, Dante.
El desafío en su voz era suficiente para hacerme retroceder. Me enderecé, ajustando mi postura mientras intentaba recuperar el control de la situación.
—Si esto es lo mejor que tienes, Gabriela, entonces estoy decepcionado.
Ella rió suavemente, y el sonido se quedó en mi mente incluso cuando salí de la habitación. Cerré la puerta tras de mí, sintiendo que el aire en el pasillo era diferente.
Gabriela estaba jugando un juego peligroso. Y por primera vez, me pregunté si yo tenía el control tanto como pensaba.
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Editado: 11.01.2025