DANTE
El aire nocturno era frío, pero dentro de mi despacho el calor del whisky y el fuego de la chimenea mantenían todo en equilibrio. Había pasado las últimas horas resolviendo un problema menor: uno de mis hombres había cometido un error costoso, y no podía permitirme tolerar incompetencia. Cuando el asunto estuvo resuelto, mi mente volvió a Gabriela. Siempre volvía a ella.
Salí de la oficina con pasos firmes, dejando el silencio y la tensión atrás. A medida que me acercaba a su habitación, me pregunté si seguía con esa actitud descarada que había mostrado antes. Si era una estrategia para debilitarme, tenía que admitir que era una bastante interesante.
Abrí la puerta sin anunciarme, encontrándola sentada en la cama. Sus ojos me encontraron inmediatamente, brillando con esa mezcla de desafío y algo más. No sabía cómo lo hacía, pero lograba mantenerme alerta, como si estuviera esperando su próximo movimiento.
—Dante, querido, me tenías esperando, —dijo con una sonrisa juguetona, inclinándose ligeramente hacia adelante.
La frialdad en mi mirada no pareció afectarla en lo más mínimo.
—No tengo tiempo para tus juegos, Gabriela, —dije, mi voz cortante.
Ella se rió suavemente, ese sonido bajo que parecía burlarse de mi autocontrol.
—¿Juegos? Vamos, Dante. Hazme tuya. Hace mucho que no sé lo que es placer en la cama.
Sus palabras me hicieron detenerme en seco. Por un momento, no supe si reír o dejar que la irritación tomara el control.
—¿De verdad esperas que eso funcione conmigo? —pregunté, acercándome un paso.
—¿Qué te puedo decir? Vale la pena intentarlo, —respondió, alzando una ceja con picardía.
—No me digas que tu esposo no te resuelve, —dije, inclinándome ligeramente hacia ella, dejando que mi tono reflejara mi incredulidad.
Gabriela rió de nuevo, esta vez con más fuerza. Era un sonido suave, pero cargado de ironía.
—Claro que lo hace, Dante. Pero lo mismo tanto tiempo te cansa.
Había algo en su voz, una honestidad brutal mezclada con una provocación calculada, que me hizo detenerme. ¿Estaba siendo completamente sincera, o era otra de sus tácticas para jugar conmigo?
Me acerqué más, hasta estar frente a ella, observándola con atención.
—Así que Alessandro Ricci, el gran capo, no es suficiente para ti. ¿Eso es lo que intentas decirme?
—Tal vez, —respondió, mirándome directamente a los ojos—. O tal vez estoy diciendo que tú podrías ser mucho mejor.
Mis labios se curvaron en una sonrisa fría. Sabía lo que estaba haciendo, y aunque era tentador jugar su juego, no podía permitirme caer en su trampa.
—Gabriela, puedo ser muchas cosas, pero no soy tan predecible como para caer en esto.
Ella se inclinó hacia mí, sus labios a pocos centímetros de los míos, y susurró:
—¿Seguro? Porque parece que ya estás más cerca de lo que crees.
Me enderecé, apartándome antes de que ella pudiera llevarlo más lejos.
—Sigues siendo la mujer de mi enemigo, Gabriela. No importa lo que digas o hagas, no voy a cruzar esa línea.
Ella sonrió, pero esta vez su sonrisa no tenía burla. Era más peligrosa, más calculada.
—¿No lo entiendes, Dante? Esa es la mejor venganza. Que tu enemigo sepa que su mujer fue tuya.
Me reí suavemente, una risa baja que llenó la habitación.
—Eres peligrosa, Gabriela. Mucho más de lo que pensé. Pero no te equivoques: yo soy quien controla este juego.
Ella no respondió, pero su mirada seguía siendo desafiante, como si estuviera esperando mi próximo movimiento.
—Descansa, muñeca, —dije finalmente, dándome la vuelta—. Vas a necesitar toda tu energía para lo que viene.
Salí de la habitación, cerrando la puerta tras de mí, y no pude evitar sonreír. Gabriela Ricci era un oponente digno, pero yo no iba a dejar que ganara.
No todavía.
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Editado: 11.01.2025