La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 20

GABRIELA

El silencio en la habitación era ensordecedor. Cada segundo parecía alargarse como si el tiempo estuviera conspirando en mi contra. Pero sabía que no podía dejar que el vacío llenara mi mente. Tenía que pensar, planificar cada paso con precisión.

Estaba jugando un juego peligroso con Dante, y lo sabía. No era cualquier hombre; era alguien acostumbrado a tener todo bajo control, a quebrar a sus enemigos antes de que siquiera tuvieran la oportunidad de reaccionar. Pero ahí estaba la clave: su control. Su necesidad de dominar cada situación era tanto su fortaleza como su debilidad.

Sabía que estaba comenzando a colarse bajo su piel. Lo había visto en la forma en que sus ojos se estrechaban cuando coqueteaba con él, en cómo sus palabras tardaban un segundo más de lo necesario en salir cuando lo desafiaba. No era mucho, pero era suficiente para saber que mi estrategia estaba funcionando.

"Esto no se trata solo de resistir," me recordé. "Se trata de atacar cuando menos lo espere."

Me levanté de la cama, ignorando el cansancio que pesaba en mi cuerpo, y caminé hacia la ventana. A través del cristal, podía ver la oscuridad del patio trasero. Las luces de seguridad iluminaban las paredes altas que me mantenían atrapada, pero incluso esas barreras no parecían imposibles. Todo lo que necesitaba era una oportunidad.

Apoyé una mano en el cristal frío, mi mente trabajando a toda velocidad. Dante creía que estaba en control, pero si algo había aprendido de él, era que incluso el hombre más calculador podía cometer errores cuando lo empujabas lo suficiente.

Regresé a la cama, dejando que mi mente repasara los últimos días. Cada interacción con Dante, cada palabra que me había dicho, era una pieza del rompecabezas. Sabía que él disfrutaba de mi resistencia, que lo intrigaba. Y esa era mi ventaja.

—¿Qué estás buscando, Dante? —murmuré en voz baja, como si la habitación pudiera responderme.

La puerta se abrió de repente, sacándome de mis pensamientos. Mi corazón dio un vuelco, pero mantuve mi expresión neutral mientras uno de los hombres de Dante, Enzo Bianchi, entraba con su rostro habitual de indiferencia.

—El jefe quiere verte, —dijo sin emoción, su voz un recordatorio de que yo no tenía opción.

Respiré hondo, reuniendo cada fragmento de fuerza que me quedaba. Sabía que esto era parte del juego, que Dante estaba esperando ver si podía quebrarme. Pero también sabía algo más: no iba a permitir que lo lograra.

Lo seguí por el pasillo, cada paso una batalla contra el miedo que amenazaba con invadirme. Cuando llegamos a la oficina de Dante, Enzo abrió la puerta y me hizo un gesto para que entrara.

Dante estaba sentado detrás de un escritorio, con una copa de whisky en la mano. Su sonrisa apareció tan pronto como me vio, esa sonrisa que me hacía querer lanzarle algo, pero también me recordaba que tenía que ser inteligente.

—Gabriela, querida, siempre es un placer verte, —dijo, su tono cargado de burla.

—¿Qué quieres ahora, Dante? —pregunté, cruzando los brazos mientras lo miraba directamente a los ojos.

Él dejó la copa en el escritorio y se levantó, caminando hacia mí con esa confianza que me enfermaba y fascinaba al mismo tiempo.

—Quiero saber cuánto tiempo más crees que puedes seguir con este jueguito, —respondió, inclinándose ligeramente hacia mí.

—¿Jueguito? —le devolví una sonrisa desafiante—. No sé de qué hablas.

Dante soltó una risa baja, sus ojos recorriéndome como si pudiera ver a través de mí.

—Eres buena, Gabriela. Lo admito. Pero no subestimes lo que estoy dispuesto a hacer para conseguir lo que quiero.

—Y tú no subestimes lo que estoy dispuesta a soportar, —respondí, mi voz firme a pesar del nudo en mi estómago.

Por un momento, el silencio entre nosotros se volvió tan denso que parecía llenar la habitación. Pero en lugar de retroceder, di un paso hacia él.

—Dime algo, Dante. ¿Qué harías si el juego cambiara? Si en lugar de perseguir, te encontraras atrapado.

Vi cómo sus ojos se entrecerraban ligeramente, y su mandíbula se tensaba apenas un segundo. Había logrado plantarle una semilla de duda, y eso era todo lo que necesitaba.

Dante sonrió de nuevo, pero esta vez su sonrisa no era tan segura como antes.

—Eso nunca va a pasar, muñeca.

—¿Seguro? —pregunté, inclinándome hacia él con una sonrisa que sabía que lo inquietaría.

Sabía que no podía mantener esta máscara para siempre, pero por ahora, era suficiente. Dante podía creer que tenía el control, pero mientras siguiera subestimándome, todavía tenía una oportunidad.

Y yo no iba a desperdiciarla.




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