La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 21

DANTE

La dejé salir de mi oficina con esa sonrisa desafiante aún pintada en su rostro. Gabriela Ricci no era una mujer fácil de manejar, y eso era parte de lo que hacía esto tan interesante. Cada palabra que decía, cada mirada que lanzaba, parecía diseñada para irritarme, para empujarme al límite.

Me serví otro whisky, dejándome caer en la silla detrás de mi escritorio. El líquido dorado quemaba al bajar, pero no lograba calmar mi mente. Gabriela estaba jugando conmigo, eso era evidente, y aunque me costaba admitirlo, lo estaba haciendo bien.

"Dime algo, Dante. ¿Qué harías si el juego cambiara? Si en lugar de perseguir, te encontraras atrapado."

Sus palabras seguían resonando en mi cabeza, como si fueran un eco imposible de ignorar. Era una provocación, un desafío, y aunque sabía que no debía tomarlo en serio, había algo en su tono, en la forma en que me lo dijo, que me hacía preguntarme si realmente creía que podía ganar.

Terminé el whisky de un trago y me levanté, caminando hacia la ventana. Desde allí podía ver el patio trasero, las luces de seguridad iluminando el perímetro con una precisión casi militar. Gabriela estaba atrapada aquí. No había forma de que pudiera salir, ni siquiera si lograba manipularme.

Y sin embargo, había algo en ella que me inquietaba.

Sabía que estaba jugando conmigo, tratando de meterse en mi cabeza. Lo había visto antes, en otras mujeres, en otros enemigos. Pero con Gabriela era diferente. Su resistencia no era sólo física, sino mental. Cada sonrisa que me lanzaba, cada palabra que pronunciaba, estaba cuidadosamente calculada.

—Jugar con fuego, muñeca, no te llevará muy lejos, —murmuré para mí mismo, observando las sombras moverse en el patio.

La puerta de mi oficina se abrió, y Enzo Bianchi entró, su rostro tan impasible como siempre.

—¿Qué pasa? —pregunté, volviéndome hacia él.

—Tenemos novedades sobre Alessandro. Parece que ha movido a algunos de sus hombres cerca de nuestras rutas en el norte.

Sonreí, dejando el vaso en el escritorio.

—Por supuesto que lo hizo. Alessandro nunca puede resistirse a mostrar su fuerza, incluso cuando está en desventaja.

—¿Qué quieres que hagamos?

Caminé hacia el mapa que colgaba en la pared, trazando las rutas con los ojos. Alessandro estaba intentando provocar una reacción, y aunque sabía que no podía ignorarlo, tampoco podía dejar que desviara mi atención de Gabriela.

—Refuercen la seguridad en esa zona, pero no actúen todavía. Quiero ver hasta dónde está dispuesto a llegar.

Enzo asintió y salió de la oficina, dejándome solo de nuevo.

Me volví hacia el escritorio, observando el expediente de Gabriela que estaba abierto sobre la superficie. Sus fotos, sus datos, todo estaba ahí. Sabía que no era una mujer cualquiera. Había algo en su mirada, en la forma en que enfrentaba cada situación, que la hacía diferente.

"Eres peligrosa, Gabriela," pensé, recordando nuestra última conversación.

Sabía que debía mantenerme firme, que no podía permitir que su juego me afectara. Pero también sabía que esta partida no era sólo sobre control. Era sobre quién se quebraría primero.

Y aunque no lo admitiría ni a mí mismo, comenzaba a preguntarme si Gabriela podría ser la única capaz de inclinar la balanza en su favor.

Me enderecé, ajustándome el saco, y salí de la oficina. Era hora de volver a la habitación de Gabriela. No podía dejar que creyera que tenía la ventaja, aunque parte de mí estaba comenzando a disfrutar demasiado este desafío.

Abrí la puerta sin previo aviso, y allí estaba ella, sentada en la cama, mirándome con esa misma sonrisa que comenzaba a convertirse en su marca registrada.

—¿Extrañándome ya, Dante? —preguntó, su tono cargado de burla.

Cerré la puerta detrás de mí, permitiéndome una sonrisa fría.

—No te hagas ilusiones, muñeca. Sólo quiero asegurarme de que no olvides quién tiene el control aquí.

Ella se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija en la mía.

—Oh, Dante. Pensé que ya te habías dado cuenta: el control no siempre es lo que parece.

Y ahí estaba de nuevo, esa chispa en sus ojos, ese desafío que hacía que cada parte de mí quisiera demostrarle lo equivocada que estaba.

Pero esta vez, no iba a caer en su juego. No todavía.

—Disfruta de tu noche, Gabriela. Porque mañana, este juego será mío.

Me giré y salí de la habitación antes de que pudiera responder. Sabía que cada palabra que decía, cada movimiento que hacía, era parte de una estrategia. Pero lo que Gabriela no sabía era que yo también sabía jugar.

Y en este juego, yo siempre ganaba.




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