GABRIELA
La mañana llegó, y con ella una decisión que no podía postergar más. No iba a quedarme esperando a que Alessandro moviera un dedo para rescatarme. Sabía que, aunque llegara, sería demasiado tarde. Dante no era de los que dejaban piezas intactas en el tablero, y yo no iba a permitir que me redujera a nada más que una víctima rota por sus juegos.
Alessandro podía quedarse donde estuviera, trazando sus estrategias. Yo tenía que salvarme a mí misma.
Me levanté de la cama, ignorando el cansancio y el dolor que aún pesaban en mi cuerpo, y me dirigí al espejo. Mi reflejo era el de una mujer que había soportado más de lo que nadie debería, pero también era el de alguien que aún tenía una chispa de pelea.
Hoy, tenía un truco bajo la manga.
Cuando Dante apareció en mi habitación, esa sonrisa arrogante en su rostro, supe que era el momento de actuar.
—Es hora de jugar, muñeca, —dijo, su voz cargada con esa burla que me hervía la sangre.
Me levanté lentamente, sin romper el contacto visual, y caminé hacia la puerta. La cerré con calma detrás de él, dejándonos solos en la habitación.
Dante arqueó una ceja, claramente intrigado.
—¿Qué estás haciendo, Gabriela?
Me giré hacia él, mi expresión neutral pero calculada.
—Si no quieres acostarte conmigo, tengo otra idea mejor.
Él soltó una carcajada, cruzando los brazos mientras me miraba con interés.
—Te escucho, muñeca. Esto será bueno.
Di un paso hacia él, mi mirada fija en la suya.
—Quiero trabajar contigo.
Por un momento, sus ojos se estrecharon, como si estuviera analizando cada palabra. Y luego, estalló en una risa que llenó la habitación, como si hubiera escuchado el mejor chiste del mundo.
—¿Trabajar conmigo? Eso no funciona así, muñeca. Voy por tu esposo. ¿Crees que eres capaz de apoyarme para matarlo?
Negué con la cabeza, manteniéndome firme.
—No, claro que no. Pero puedo ayudarte a llegar a una tregua con él.
Su risa se apagó de golpe, y sus ojos azules se oscurecieron con una intensidad que me hizo contener la respiración.
—Jamás hago tregua con mis enemigos, Gabriela. Esa palabra no existe en mi mundo.
Sabía que lo decía en serio, pero no iba a retroceder. Me acerqué a él, mi única arma en este momento era el control que podía ganar sobre su atención.
—Por favor, Dante. Alessandro jamás me dejó participar en nada. Ni siquiera sé cómo tomar una pistola. Aunque pases meses torturándome, no voy a decir nada porque no sé absolutamente nada. Él me dejó fuera de todo. No confió en mí como tú crees.
Dante me miró, su expresión impasible, pero había algo en sus ojos que me decía que estaba escuchando.
Di otro paso hacia él, quedando a centímetros de su rostro. Mi mirada se fijó en la suya, mi voz bajando a un susurro cargado de sinceridad.
—No soy una amenaza para ti, Dante. Pero puedo ser útil.
Él inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos recorriendo mi rostro como si buscara una mentira en mis palabras.
—Supongamos que tienes razón, Gabriela. ¿Qué podrías hacer si ni siquiera sabes utilizar una pistola?
Sonreí levemente, dejando que la confianza se reflejara en mi rostro.
—Aprendo rápido.
El silencio que siguió fue pesado, pero no rompí el contacto visual. Sabía que estaba jugando una carta peligrosa, pero también sabía que era la única que tenía. Si podía convencerlo, ganar su confianza, aunque fuera una pizca, podría crear una oportunidad para escapar.
Dante dio un paso hacia atrás, rompiendo la tensión entre nosotros, pero su mirada seguía fija en la mía.
—Eres interesante, Gabriela. Pero trabajar conmigo no es tan simple como lo haces sonar.
—Nada en mi vida ha sido simple, Dante. Pero si me das una oportunidad, te demostraré que no soy un desperdicio de espacio.
Sabía que no iba a responderme en ese momento. Dante no era de los que tomaban decisiones impulsivas, pero también sabía que había plantado una semilla.
Cuando salió de la habitación, me dejé caer en la cama, agotada pero satisfecha. Había jugado una carta peligrosa, pero al menos ahora tenía algo más que desesperación de mi lado.
El juego seguía en marcha, y yo estaba decidida a ganarlo.
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Editado: 11.01.2025