DANTE
La voz de Gabriela seguía resonando en mi cabeza mientras caminaba por el pasillo hacia mi oficina. Sus palabras, su tono, todo había sido tan convincente que por un momento casi pensé en tomarla en serio. Pero Gabriela Ricci era inteligente, demasiado para su propio bien. Sabía que estaba jugando conmigo, intentando manipularme, pero también sabía que había algo de verdad en lo que dijo.
"No sé nada. Alessandro me dejó fuera de todo."
Me dejé caer en la silla detrás del escritorio, sirviéndome un whisky mientras pensaba en la conversación. ¿Y si era cierto? ¿Y si realmente no sabía nada sobre los negocios de Alessandro? Eso complicaba las cosas. Pero lo que más me interesaba era su oferta: trabajar conmigo.
Solté una risa baja, pensando en lo absurdo que sonaba. Gabriela Ricci, la esposa del gran Alessandro, ofreciendo ser útil en mi mundo. Sin embargo, había algo intrigante en esa idea. Tal vez no estaba lista para este mundo, pero si quería jugar conmigo, tendría que demostrarlo.
Un par de horas después, tomé una decisión.
—Enzo, tráeme a Gabriela. Dile que la quiero en la parte trasera de la casa.
El asintió y salió sin hacer preguntas. Sabía que Gabriela no iba a resistirse; su curiosidad la traería directamente a mí.
El sol brillaba intensamente sobre el patio trasero, iluminando el espacio con una claridad que hacía imposible ocultar nada. Era el tipo de luz que no dejaba margen para los secretos, el momento perfecto para que Gabriela enfrentara una verdad: no estaba hecha para este mundo.
La vi llegar, escoltada por Enzo, su postura desafiante, aunque sus ojos no podían ocultar del todo el nerviosismo. Su sombra se proyectaba larga en el suelo, pero ella caminaba con la cabeza en alto, como si no estuviera al borde de algo que no podía manejar.
—¿Qué quieres ahora, Dante? —preguntó, cruzando los brazos.
Sonreí, sacando la pistola de mi cinturón. La sostuve frente a mí, dejando que el metal brillara bajo la luz del día.
—Quiero que aprendas algo, muñeca.
Ella arqueó una ceja, claramente intrigada, aunque había un destello de recelo en sus ojos.
—¿Qué clase de lección?
Hice un gesto hacia el hombre que estaba arrodillado a unos metros de nosotros, sus manos atadas a la espalda y la cabeza inclinada hacia el suelo. Era un traidor, alguien que había vendido información a Alessandro. Ya estaba condenado, pero ahora tenía un propósito más interesante.
—Él es un traidor, —dije, mi tono neutral, como si simplemente estuviera señalando un hecho—. Y quiero que lo mates.
El cambio en su rostro fue inmediato. Sus labios se separaron ligeramente, y por primera vez desde que la conocí, vi algo más que desafío en sus ojos: miedo puro.
—¿Qué? —susurró, dando un paso atrás.
—Lo que escuchaste. Si quieres demostrar que puedes manejar este mundo, empieza ahora.
Extendí la pistola hacia ella, esperando su reacción. Ella me miró, sus ojos viajando entre el arma y el hombre, como si estuviera tratando de encontrar alguna salida que no existía.
—No puedo, Dante. Esto es una locura.
—Claro que puedes. Sólo apunta y aprieta el gatillo. Es simple.
Con manos temblorosas, Gabriela tomó la pistola. La sostuvo frente a ella, pero su cuerpo entero temblaba, y el sudor comenzaba a acumularse en su frente.
—Vamos, Gabriela. Si Alessandro puede hacerlo, tú también.
Sus labios se apretaron en una línea delgada, y por un momento pensé que lo haría. Pero cuando levantó el arma, su brazo tembló tanto que ni siquiera podía mantenerla firme.
—No puedo, —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro.
Dejé escapar un suspiro, extendiendo la mano para quitarle la pistola. La sostuve con firmeza y, sin dudarlo, apunté al hombre.
El disparo resonó en el patio, un sonido ensordecedor que cortó el aire y dejó un eco en la distancia. El cuerpo del traidor cayó al suelo, inerte, mientras un silencio pesado se instalaba entre nosotros.
Me volví hacia Gabriela. Estaba pálida, sus ojos abiertos como platos mientras miraba el cuerpo en el suelo. Su respiración era rápida y superficial, y sus manos temblaban a su lado.
—¿Ves, muñeca? No estás lista para este mundo.
Di un paso hacia ella, manteniendo mi mirada fija en la suya.
—Así que te quedarás en tu habitación, como la prisionera que eres, hasta que tu querido esposo se digne a venir por ti.
No esperé una respuesta. Hice un gesto a Enzo, quien se acercó rápidamente para escoltarla de vuelta a la casa. Ella no dijo nada mientras la llevaban, pero podía ver en su rostro que esta lección la había dejado marcada.
Me quedé en el patio por un momento, observando el cuerpo en el suelo. Gabriela había intentado jugar conmigo, pero esta vez, yo tenía la ventaja.
El sol seguía brillando intensamente, pero para Gabriela, el día había perdido toda su luz.
#963 en Otros
#170 en Acción
#37 en Aventura
amorimposibe, romanceprohibido, venganza amor dolor traicion mafia
Editado: 11.01.2025