La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 25

DANTE

La noche avanzaba lentamente, y aunque el médico me aseguró que Gabriela estaría bien, no podía quitarme de la cabeza su rostro pálido ni la forma en que se había derrumbado en mis brazos. Era frustrante. Gabriela Ricci no debería importarme. Era sólo una pieza más en el tablero, una herramienta para presionar a Alessandro. Pero había algo en ella, algo que me desconcertaba.

Me levanté de la silla junto a su cama y caminé hacia la ventana. La luz de la luna bañaba el patio trasero, iluminando las paredes altas que rodeaban la propiedad. Era un recordatorio constante de que nadie salía de aquí sin mi permiso. Y sin embargo, no podía dejar de pensar que Gabriela estaba intentando encontrar una manera de romper esas reglas.

Solté un suspiro y volví mi mirada hacia la cama. Ella seguía ahí, dormida profundamente, con su respiración más estable. Parecía tan tranquila, tan vulnerable, que casi era fácil olvidar la fuerza que había mostrado en nuestra última conversación.

"No soy una asesina" había dicho. Esa frase me seguía molestando. No porque estuviera equivocada, sino porque reflejaba algo que yo había olvidado hacía mucho tiempo. Había una línea que ella aún no estaba dispuesta a cruzar, una que yo había dejado atrás sin mirar atrás.

Me acerqué a la cama, observándola de cerca. Sus manos estaban relajadas, pero todavía había un ligero temblor en sus dedos. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente... su mente seguía siendo un campo de batalla.

De repente, se movió ligeramente, su rostro fruncido como si estuviera atrapada en un sueño inquietante.

—Gabriela —murmuré, inclinándome hacia ella. No esperaba que respondiera, pero sus labios se movieron, apenas un susurro.

—Alessandro...

Apreté la mandíbula, retrocediendo un paso. Incluso en su estado más vulnerable, él seguía ocupando su mente. No debería molestarme. Esto era exactamente lo que quería: que su devoción por él fuera su debilidad. Pero en ese momento, no podía evitar sentir algo que no quería analizar.

La puerta se abrió lentamente, y Enzo Bianchi asomó la cabeza.

—Señor, los hombres están listos para el movimiento en el norte. Sólo necesitamos su orden.

Asentí, enderezándome.

—Dile a Salvatore que lo maneje. No quiero distracciones aquí.

Enzo pareció sorprendido por un momento, pero no dijo nada. Asintió y cerró la puerta tras de sí.

Volví mi atención a Gabriela. Me incliné hacia ella nuevamente, apoyando mis manos en los costados de la cama mientras la observaba.

—Sigues pensando en él, incluso ahora —murmuré, sabiendo que no podía escucharme—. Pero él no está aquí, ¿verdad? Estoy empezando a pensar que no vendrá, Gabriela.

Sus labios se movieron de nuevo, pero esta vez no dijo nada. Sólo un suspiro suave escapó de ellos, como si su cuerpo estuviera librando una guerra consigo mismo.

Me enderecé, alejándome de la cama. Había cosas que hacer, movimientos que planear, pero por alguna razón, no podía salir de esta habitación. Había algo en ella que me mantenía aquí, una intriga que no podía ignorar.

Antes de salir, me giré una última vez hacia ella.

—Descansa, muñeca. Porque mañana, no voy a ser tan indulgente.

Cerré la puerta detrás de mí, sintiendo que el aire en el pasillo era diferente. Gabriela Ricci estaba ganando terreno en mi mente, y no estaba seguro de si eso era un error o parte del juego.

Pero una cosa era segura: este tablero aún tenía muchas jugadas por hacer.




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