La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 26

DANTE

La madrugada avanzaba lenta, y cada segundo parecía más denso que el anterior. Había pasado apenas media hora desde que me retiré de la habitación de Gabriela, pero para mí, parecía que ya eran horas. Me encontraba en la sala, con un vaso de whisky en la mano, intentando deshacerme de los pensamientos que ella había plantado en mi cabeza.

Entonces, Enzo apareció en el umbral de la puerta.

—Señor —dijo, su tono más cauteloso de lo habitual.

Levanté la vista hacia él, dejando el vaso sobre la mesa.

—Habla, ¿qué pasa?

—Gabriela, —respondió, vacilante.

Fruncí el ceño y me giré hacia él.

—¿Qué pasa con ella?

—No estoy seguro. Parece que está teniendo una pesadilla, pero no para de gritar.

Me levanté de inmediato, dejando el whisky olvidado, y caminé hacia su habitación. Cuando entré, la vi. Estaba en la cama, murmurando algo, su frente brillando por el sudor mientras su cuerpo temblaba ligeramente bajo las mantas. Cerré la puerta tras de mí y me acerqué a ella, intentando descifrar lo que decía.

Pude escuchar su voz, baja y quebrada.

—Juro que no sé nada de Alessandro... lo juro...

Mi mandíbula se tensó. Claramente, estaba soñando conmigo, con las torturas, con todo lo que había pasado en estos días. No era una sorpresa, pero algo en la desesperación de su voz me inquietó más de lo que debería.

Me incliné y aparté su cabello de la frente, secando el sudor con la manga de mi camisa. Gabriela se movió inquieta, susurrando algo más, tan bajo que tuve que inclinarme aún más cerca para escucharlo.

—Dante Moretti...

Mi nombre salió de sus labios como un susurro, y mi cuerpo se tensó. ¿Por qué estaba diciendo mi nombre? Era obvio: porque estaba soñando conmigo. ¿Pero por qué sonaba tan diferente esta vez?

De repente, sus ojos se abrieron de golpe, y dejó escapar un grito ahogado.

—Oh, tranquila, muñeca. Fue una pesadilla, —dije con calma, intentando que mi voz sonara menos dura de lo habitual.

Sus ojos todavía estaban llenos de miedo mientras me miraba, y su respiración era rápida e irregular.

—Todavía sigo en ella —murmuró, su voz débil pero cargada de una mezcla de ironía y desesperación.

—Descansa, —le dije, empezando a levantarme. Pero justo cuando estaba a punto de alejarme, sentí su mano débil agarrar la mía.

—¿Puedes quedarte conmigo hasta que me duerma? Por favor.

La petición me tomó por sorpresa.

—No.

Pensé que eso sería suficiente para terminar la conversación, pero entonces ella se echó a un lado, como si me estuviera haciendo espacio en la cama.

—Te irás cuando me duerma. No me siento bien y no quiero estar sola, —dijo, su voz apenas un susurro, cargada de una fragilidad que no había mostrado antes.

Luché contra la idea, claro que lo hice. Pero al final, me encontré a mí mismo acostándome a su lado, el peso de la situación cayendo sobre mí como una manta pesada.

—Duérmete rápido. No tengo toda la noche —dije, mirando el techo, intentando ignorar la cercanía.

El tiempo parecía detenerse. Apenas habían pasado unos minutos cuando sentí que Gabriela se movía. Me giré ligeramente para mirarla, y antes de que pudiera reaccionar, se acurrucó contra mí, colocando su cabeza en mi pecho.

Mi cuerpo se quedó paralizado. No estaba preparado para esto, para el contacto, para lo que significaba. Intenté moverme, llamarla, cualquier cosa para despertarla, pero algo me detuvo. Tal vez era el hecho de que su respiración finalmente parecía más tranquila, o el calor de su cuerpo contra el mío, o simplemente el cansancio que me estaba pasando factura.

Me quedé allí, mirando el techo, mientras sentía el peso ligero de su cuerpo contra el mío. Gabriela Ricci era un enigma, y aunque no sabía cómo terminaría este juego, por ahora, parecía que ambos estábamos atrapados en él.




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