DANTE
El sueño me había vencido, algo raro en mí, pero lo entendí tan pronto como abrí los ojos y me encontré en una situación que jamás habría planeado. Gabriela estaba encima de mí, su cuerpo completamente acurrucado contra el mío, como si fuera lo más natural del mundo. Peor aún, su cabeza descansaba en mi cuello, su aliento cálido acariciando mi piel, mientras una de sus manos y una pierna me envolvían con posesión.
Intenté procesar cómo demonios habíamos llegado a esto, pero era evidente que la verdadera mala idea fue quedarme con ella en la cama.
Lo peor era que mi mano estaba enredada en su cintura, como si mi propio cuerpo hubiera cedido al contacto mientras dormía.
Solté un suspiro bajo, frustrado, y traté de moverme para sacarla de encima de mí. Apenas logré levantarla un poco antes de que se acurrucara más contra mí, enterrando su rostro aún más en mi cuello. Su respiración profunda se mezclaba con el leve temblor de su cuerpo, y al parecer, al respirar más de mi olor, se calmó de una forma casi instintiva.
—Gabriela —murmuré, tratando de llamarla sin hacer mucho ruido. Pero fue como hablarle a una pared. Estaba profundamente dormida, y no parecía tener intenciones de despertarse pronto.
Giré mi mirada hacia la ventana. La oscuridad todavía envolvía el exterior, el sol aún no había salido. No era de los que dormían mucho, y probablemente no habían pasado más de tres horas desde que cerré los ojos, pero ya me sentía completamente despierto.
Con la mano que tenía libre, llevé los dedos hacia su rostro. Apenas podía verla bien, ya que su cara estaba enterrada contra mi cuello, pero aún así, usé mis dedos para apartar suavemente los mechones de cabello que cubrían su rostro.
El calor de su piel contra la mía era desconcertante, casi... cómodo, algo que no había sentido en años. Me quedé ahí, con los dedos enredados en su cabello, mis pensamientos luchando entre lo que debía hacer y lo que quería hacer.
No podía negar que había algo extraño en este momento. Gabriela, la mujer que había resistido mis torturas, la misma que había intentado manipularme con sus palabras y su mirada, ahora estaba completamente vulnerable contra mí, como si mi presencia fuera lo único que la mantenía tranquila.
Una parte de mí quería apartarla, romper este extraño vínculo antes de que pudiera significar algo. Pero otra parte, una que no quería admitir, me decía que me quedara.
Cerré los ojos por un momento, dejando que su respiración rítmica llenara el silencio. Esto no era algo que debía permitirme, lo sabía. Pero por ahora, no podía moverme. No quería moverme.
Así que me quedé ahí, con Gabriela acurrucada contra mí, mientras el mundo seguía girando fuera de esta habitación.
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Editado: 11.01.2025