GABRIELA
Me desperté sintiéndome como si hubiera dormido durante tres días seguidos. Mi cuerpo estaba pesado, pero al mismo tiempo relajado, como si por fin hubiera encontrado un respiro después de todo lo que había pasado. Lo primero que noté fue un olor, un perfume fuerte, masculino, pero de esos que no te cansarías de oler nunca.
Abrí los ojos lentamente, todavía medio adormecida, y lo primero que vi fue que estaba pegada a un cuerpo. Mi cabeza descansaba contra algo firme, cálido, y cuando me moví para ver mejor, casi me quedé en shock.
Dante.
Él estaba acostado a mi lado, sus ojos cerrados, su respiración tranquila. Todo mi cuerpo se tensó al instante. ¿Cómo demonios había llegado a esto? Intenté alejarme rápidamente, pero sentí su mano firme en mi cintura, manteniéndome cerca.
Atrapada entre el pánico y la incredulidad, agarré su mano con la intención de quitarla, pero justo cuando iba a hacerlo, su voz me detuvo.
—¿Dormiste bien?
Me congelé. Su voz era calmada, casi burlona, y cuando levanté la mirada, sus ojos estaban abiertos, fijos en mí. No había estado durmiendo. Había estado ahí, con los ojos cerrados, tal vez esperando que despertara.
—¿Por qué estás en mi cama, durmiendo conmigo? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme, aunque sentía que el suelo se movía bajo mis pies.
Él arqueó una ceja, su expresión tan serena como siempre.
—Tú me rogaste que me quedara. Dijiste que no te sentías bien y que no querías estar sola.
Lo miré fijamente, buscando alguna señal de que estaba mintiendo.
—Yo no dije nada de eso —respondí, aunque mi voz sonaba menos segura de lo que quería.
Intenté recordar, pero mi mente estaba en blanco. Había fragmentos, pedazos borrosos de la noche anterior, pero nada que pudiera confirmar sus palabras.
Dante soltó mi cintura, y finalmente me aparté, sentándome en la cama mientras él hacía lo mismo. Sentía que mi corazón seguía latiendo con fuerza, pero intenté calmarme.
—Parece que estabas peor de lo que pensé, —dijo, su tono neutral, aunque había algo en su mirada que me hizo sentir que estaba disfrutando de mi confusión.
—¿Qué tengo? —pregunté, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta.
Él se encogió de hombros, como si no fuera nada importante.
—Sólo necesitabas descansar. Tal vez alucinaste un poco, o algo parecido.
Lo miré, todavía tratando de juntar las piezas de lo que había pasado, pero su rostro no revelaba nada. Era como si él tuviera todas las respuestas, pero no tuviera ninguna intención de compartirlas.
—¿Por qué te quedaste? —pregunté finalmente, incapaz de evitarlo.
Su sonrisa fue lenta, peligrosa, como si estuviera disfrutando de cada segundo de mi desconcierto.
—Porque me lo pediste. Y tal vez porque quería asegurarme de que no hicieras ninguna tontería.
Sentí que la frustración crecía dentro de mí, pero la reprimí. No tenía sentido discutir con Dante. Siempre encontraba la manera de ganar.
—Bueno, ya estoy bien. Así que puedes irte —dije, señalando la puerta.
Él no se movió de inmediato. En lugar de eso, se quedó mirándome, como si estuviera evaluando algo. Finalmente, se levantó, ajustándose la camisa mientras se dirigía hacia la puerta.
—Descansa, muñeca. Todavía necesitas recuperar fuerzas.
Y con esas palabras, salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos.
Me dejé caer de nuevo en la cama, llevando una mano a mi frente mientras intentaba procesar lo que acababa de pasar. Dante Moretti era un misterio, un enigma que parecía estar siempre un paso por delante de mí. Pero una cosa era segura: este juego estaba lejos de terminar.
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Editado: 11.01.2025