La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 29

DANTE

Cuando cerré la puerta de la habitación de Gabriela, sentí el eco de sus palabras aún resonando en mi mente. Su confusión, su incredulidad... todo era tan genuino que casi me hizo sonreír. No es que necesitara su aprobación, pero verla tan descolocada me recordó que, a pesar de todo, el control todavía estaba de mi lado.

Caminé por el pasillo en silencio, el sonido de mis pasos amortiguado por las alfombras. La casa estaba quieta, con la calma inquietante que sólo la madrugada podía traer. Regresé a la sala, donde mi vaso de whisky seguía esperando, y me dejé caer en el sofá, permitiéndome un momento para reflexionar.

"¿Por qué te quedaste?"

La pregunta de Gabriela era sencilla, pero la respuesta no lo era tanto. Podría haberle dicho que fue por simple curiosidad, por asegurarme de que no colapsara de nuevo. Podría haberle dicho que fue porque no me gusta dejar cabos sueltos. Pero la verdad era más incómoda: me quedé porque quería hacerlo.

Solté un suspiro y me llevé el vaso a los labios. Gabriela Ricci era un desafío constante, pero no de la forma en que lo eran mis enemigos habituales. Ella no intentaba vencerme con fuerza o estrategia, sino con algo mucho más complicado: su humanidad.

No era como Alessandro, que jugaba con el poder y la venganza. Gabriela era diferente. Vulnerable, pero con una chispa que no podía ignorar. Cada vez que intentaba quebrarla, ella encontraba una manera de resistir, aunque fuera por orgullo o pura terquedad. Y eso la hacía fascinante.

Me incliné hacia adelante, dejando el vaso sobre la mesa. Había pasado tanto tiempo jugando este juego de poder que casi había olvidado cómo se sentía enfrentar algo impredecible.

—Dante —la voz de Enzo interrumpió mis pensamientos.

Levanté la mirada para encontrarlo parado en la entrada, su expresión seria.

—Habla —ordené, recostándome en el sofá.

—Los hombres en el norte informan que Alessandro ha movido sus fuerzas. Parece que está preparando algo.

Arqueé una ceja, dejando que la información se asentara en mi mente.

—¿Ha dado algún paso hacia aquí?

Enzo negó con la cabeza.

—No todavía. Pero sabemos que está rastreando tus movimientos. Puede que pronto intente algo.

Sonreí, una sonrisa fría y calculadora.

—Por supuesto que lo hará. Alessandro nunca puede resistirse a mostrar sus dientes. Pero que mueva sus piezas no significa que vaya a ganar.

Enzo asintió, pero no se movió. Sabía que estaba esperando más instrucciones, pero por ahora, no tenía intención de actuar. Mi mente estaba en otro lugar, aún atrapada en los eventos de la noche.

—Mantén a los hombres listos, pero no hagas nada hasta que yo lo diga. Alessandro puede moverse cuanto quiera, pero al final, este tablero es mío.

Enzo salió de la sala, dejándome nuevamente en el silencio. Miré hacia la ventana, donde las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse. Era un recordatorio de que, aunque el mundo seguía girando, aquí dentro todo estaba en pausa, esperando mi próxima jugada.

Me levanté del sofá, dejando el vaso vacío en la mesa, y me dirigí hacia mi oficina. Había planes que hacer, movimientos que considerar. Pero mientras me sentaba frente al escritorio, mi mente volvió, una vez más, a Gabriela.

Ella era una pieza en este tablero, sí. Pero cada vez estaba más claro que no era sólo una más. Era diferente. Y eso la hacía peligrosa.

—Cuidado, muñeca —murmuré para mí mismo, una sonrisa torcida en mi rostro—. Porque si sigues jugando así, no estoy seguro de quién ganará este juego.




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