La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 32

DANTE

No tenía la intención de quedarme tanto tiempo en la cocina, pero cuando vi a Gabriela, cubierta de harina y chocolate, mirando fijamente el horno como si fuera a cambiar el destino del mundo, algo me detuvo. Tal vez fue el aire de normalidad que traía su presencia, algo tan fuera de lugar en esta casa, o quizá fue simplemente la curiosidad por lo que estaba haciendo.

No esperaba terminar de pie frente a ella, probando el chocolate que había dejado, y mucho menos tenerla tan cerca que podía ver el temblor en sus pestañas cuando la cuchara rozó sus labios.

Era un gesto simple, pero el efecto fue inmediato. La tensión entre nosotros, que había estado creciendo día tras día, se desbordó en ese instante.

Cuando limpié el chocolate de sus labios, mis dedos rozaron su piel, y su mirada atrapó la mía. Ahí estaba. Esa chispa. Esa maldita conexión que había tratado de ignorar desde el momento en que la vi por primera vez.

No había vuelta atrás.

—Puede que me arrepienta de esto, —murmuré, mi voz apenas un susurro mientras mis ojos recorrían su rostro—. Y lo haré, estoy seguro. Pero joder, te deseo.

Antes de que mi mente pudiera frenarme, mis labios encontraron los suyos.

El contacto fue eléctrico. Había pensado que sería un instante fugaz, una descarga que apagaría esta tensión, pero fue todo lo contrario. El beso fue profundo, cargado de algo que no entendía del todo. No sólo deseo, sino algo más, algo que hacía que cada fibra de mi cuerpo reaccionara a ella.

Sus labios eran suaves, pero no dudaron en responder al beso. La forma en que se aferró a mí, como si también estuviera dejando atrás cualquier resistencia, hizo que todo lo demás desapareciera.

El horno, la cocina, incluso las paredes de esta maldita casa. Nada existía más que ella.

Mis manos se movieron por su cintura, encontrándola con más fuerza de la que pensaba. Su aliento mezclado con el mío era como un recordatorio de que esto no debía estar pasando. Pero aquí estábamos.

Finalmente, me aparté, rompiendo el beso y tratando de recuperar el control. Mi respiración estaba pesada, mi corazón latiendo como si hubiera corrido kilómetros.

Gabriela me miró, sus ojos llenos de algo que no podía identificar. No era sólo sorpresa, era como si ella también estuviera luchando contra algo.

—Esto es un error —dije, más para mí que para ella, mientras retrocedía un paso.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó, su voz temblorosa pero firme.

La miré, y por un momento, consideré mentir. Pero no pude.

—Porque no pude evitarlo.

Ese fue el problema. Gabriela no era como las demás. No era sólo un peón en este tablero, no era sólo la esposa de Alessandro. Era mucho más. Y eso me estaba matando.

Giré sobre mis talones, caminando hacia la puerta de la cocina antes de hacer algo de lo que realmente no pudiera regresar.

—Limpia este desastre, muñeca, —dije, sin mirarla, intentando recuperar mi fachada habitual—. No me gustan las cocinas desordenadas.

Pero mientras salía de la cocina, sabía que ya era demasiado tarde. Gabriela había cruzado una línea en mi mente, y no estaba seguro de si quería borrarla o seguirla.

El verdadero problema no era ella. Era lo que estaba empezando a despertar en mí.




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