La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 33

DANTE

Me encerré en mi oficina, buscando un escape al caos que había dejado en la cocina. Tomé un cigarro y un vaso de whisky, intentando que el humo y el alcohol borraran el sabor de sus labios, la sensación de su cuerpo tan cerca del mío. Habían pasado días desde aquella maldita noche que me había quedado con ella, días en los que intenté mantenerme alejado, pero Gabriela tenía una habilidad inquietante para colarse en cada rincón de mi mente.

Mientras el humo llenaba la habitación, escuché un golpe en la puerta, suave pero insistente.

—Adelante —gruñí, sin levantarme del sillón.

La puerta se abrió, y ahí estaba ella. Gabriela.

—Te traje galletas, —dijo, entrando con una bandeja en las manos. Su tono era tranquilo, como si no estuviera consciente de lo que su presencia hacía conmigo—. Hice muchas, así que pensé que tal vez querrías.

Me quedé mirándola, sorprendido por su audacia. Después de todo lo que había pasado, de los silencios tensos y los momentos llenos de tensión que compartimos en los últimos días, ella simplemente entraba con una bandeja de galletas como si nada.

—¿De verdad pensaste que esto era una buena idea? —pregunté, mi tono más frío de lo que pretendía.

Ella levantó una ceja, su expresión imperturbable.

—¿Qué, ofrecerte galletas? Sí, creo que es una gran idea.

Se acercó a mi escritorio y dejó la bandeja frente a mí antes de sentarse en una de las sillas. Esa calma que llevaba consigo me irritaba y fascinaba al mismo tiempo.

—Gabriela —dije, inclinándome hacia adelante—. ¿Qué estás intentando?

—¿Intentando? —repitió, como si no tuviera idea de lo que estaba hablando—. Sólo quería traerte galletas. Cociné demasiadas y no me las voy a comer todas.

Tomé una de las galletas, más por cortar la conversación que por otra cosa. Le di un mordisco, y el sabor fue inesperado. Dulce, suave, con algo que no podía identificar pero que me golpeó como una ola de nostalgia.

—Son buenas —admití después de tragar.

—Por supuesto que lo son —respondió, cruzándose de brazos.

La miré, intentando descifrarla. Había algo en su actitud que no encajaba del todo, como si estuviera jugando un juego que yo aún no entendía.

—Esto no cambia nada —le advertí, mi tono firme.

Ella sonrió, una sonrisa pequeña pero llena de desafío.

—No estoy tratando de cambiar nada, Dante. Sólo pensé que sería agradable hacer algo... normal, por una vez.

Ese comentario me tomó por sorpresa. La palabra "normal" no tenía cabida en este mundo, y menos en esta casa. Pero verla aquí, sentada frente a mí, con esa expresión tranquila y la bandeja de galletas, era lo más cercano a la normalidad que había sentido en años.

—¿De verdad crees que algo en este lugar puede ser normal? —pregunté, apoyándome contra el respaldo del sillón mientras la observaba.

—No lo sé, pero no pierdo nada intentándolo, ¿verdad?

Por un momento, no supe qué responder. Gabriela tenía una habilidad molesta para desarmarme, y lo peor era que parecía disfrutarlo.

Ella se levantó lentamente, tomando la bandeja de nuevo.

—Bueno, disfruta las galletas, si es que puedes. —Su tono era ligero, pero había algo más en sus palabras, algo que no pude identificar.

Cuando llegó a la puerta, se giró una última vez.

—No sé qué estás pensando, Dante, pero gracias por no ser tan horrible últimamente.

Y con eso, salió, dejándome solo con el sabor de las galletas y la incómoda sensación de que algo estaba cambiando, aunque no estaba seguro de qué.




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